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La entrada que esta entre el 6 y el 7 capitulo tambien es un capitulo! es como la sgunda parte del 6.

martes, 4 de enero de 2011

Capitulo 22 :)

“Mierda, mierda, mierda. Me había entretenido demasiado con el graffiti de los cojones. Al menos me había quedado bien, pensé mientras sonreía.

Metí las manos, manchadas de pintura, en los bolsillos de la sudadera. En el cartel de una farmacia vi la hora. Las once y media. Aceleré el paso, si no llegaba pronto al orfanato, alguien descubriría que no estaba enferma, como le había dicho a Lucas que le dijera a quien preguntara por mí.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Me envolví más en mi sudadera, intentando sacarme la sensación que me oprimía la garganta. Oí un chasquido y me giré bruscamente. No había nada. Seguí mirando durante unos segundos más, nunca se sabe que puede pasar. Sobre todo si escoges un atajo que no sabeas a donde va a parar, solo lo intuyes.

Volví a girarme y seguí caminando. A ver quien coño me mandaría a mí ir por esta calle abandonada.

A lo lejos se escuchó una sirena de policía. A lo mejor habían pillado a uno de los chavales que iban a la banda esa a la que pertenecía Lucas. Imbéciles. O quizá estaban buscando a un psicópata que se había escapado de la cárcel y ahora me estaba siguiendo.

Negué rápidamente con la cabeza. Psicópatas detrás de mí, a lo mejor no, pero demasiada imaginación sí que tenia.
Seguí andando hasta que pasé por delante de otro callejón.
Allí había varios chavales fumando y bebiendo. Varias botellas estaban tiradas en el suelo, vacías, y también había unas cuantas colillas, y todas no eran de tabaco.
Al mismo tiempo en que ellos me miraron, yo aparté la vista. Y, nerviosa, seguí caminando por mi callejón, alejándome rápidamente de donde estaban ellos. Agucé el oído, esperando oír algo. Nada.

Empezaba a tranquilizarme cuando oí pasos. Fuertes, decididos, de varias personas. Aceleré más aun el paso.

-¡Eh, guapa! ¿Por qué no vienes con nosotros?

La voz me cortó el aliento. Seguí caminando, como si no hubiera oído nada. Sin embargo la adrenalina me recorría todo el cuerpo.

-¡Venga nena, te vas a divertir!

Estaban borrachos, se notaba por como hablaban. Arrastraban las palabras y les costaba vocalizar.

Esta vez no dudé. Eché a correr lo más rápido que pude.

Ellos también echaron a correr.

Seguí corriendo con todas mis fuerzas. Las piernas casi no me respondían, y amenazaban con hacerme caer. Sabía que si frenaba el paso, no pasaría nada bueno.

Al cabo de cinco minutos de correr, el flato se hizo presente. Los pulmones me ardían y un pinchazo en las costillas me hacía correr más despacio. Mientras los chicos que me seguían iban acortando la distancia que nos separaba. Y, al mismo tiempo, mi miedo aumentaba.

No paraban de acudirme imágenes a la cabeza de chicas halladas muertas, chicas desaparecidas, chicas violadas… Al final de todo, no son los hechos en si lo que nos mete el miedo en el cuerpo, si no los medios de comunicación que no paran de recordarnos el peligro. Nos meten el miedo en el cuerpo y nos hace ser paranoicas.

El viento chocaba contra mí como si no quisiera dejarme escapar.

Deseaba encontrarme con alguien, quien fuera. Pero la suerte no me acompañaba. Y los chicos cada vez estaban más cerca de mí y mi corazón cada vez latía más deprisa. Casi me esperaba ya empezar a sentir dolor en el brazo izquierdo.

Estaba corriendo por un parque cuando me tropecé. En el césped había un agujero y justamente yo había ido a meter el pie en el.

Caí de bruces al suelo. Grité de dolor al apoyar mi mano en el suelo para frenar la caída. Cerré los ojos del daño que me hacia la muñeca. Seguramente me la había fracturado.

No me acordé de que estaba pasando hasta que escuche las voces de los tios que me perseguían. Aterrada, intenté levantarme, pero en el mismo momento uno de ellos se abalanzó sobre mí.

Volví a golpearme contra el suelo y la muñeca me dolió mucho más que antes al estar soportando el peso del chaval que tenía encima.

El chico se sentó a horcajadas sobre mí y me cogió las manos. Yo grité más fuerte, me estaba cogiendo de la muñeca herida. Unas cuantas lágrimas se asomaron a mis ojos. Apreté los ojos para no dejarlas escapar. No podía llorar. No quería llorar.

-Así que te querías escapar de nosotros ¿Verdad, niñata? – su aliento llegó hasta mi nariz. Apestaba a alcohol y porros.

Giré la cara, asqueada, para evitar olerlo. Me estaban dando nauseas. Me retorcí debajo de él, intentado escapar. Pero el chico era más grande y más fuerte que yo.

-¡Suéltame! – grité con fuerza - ¡Suéltame hijo de puta!

En ese momento los otros chicos llegaron a nuestro lado, y rieron como idiotas al ver lo que estaba ocurriendo. El que estaba sobre mí, se enfureció y me cogió del pelo. Con un grito me tiró del pelo hacia arriba, haciendo que tuviese que levantar la cabeza.

Yo grité, por dentro deseaba que alguien viera lo que estaba ocurriendo y viniese a ayudarme. Sin embargo eso no sucedía, y a cada minuto que pasaba yo estaba más aterrorizada. La calle seguía igual de vacía y silenciosa que minutos antes de que llegáramos.

-Ahora vas a aprender a callar la puta boca ¿Entiendes, puta?

-¡Eso, eso! ¡Enséñala! - los otros chicos no hacían más que animarlo.

El chico me dio la vuelta y empezó a acariciarme la cintura. Los otros gritaron entusiasmados, dándole ánimos.

Al sentir su mano en mi vientre, me quedé estática, no podía creer lo que me estaba pasando. Esto no me podía suceder a mí. Cerré los ojos, deseando que al abrirlos todo fuera una pesadilla, una puta pesadilla.

Pero la seguía sintiendo ahí. Una de las manos fue subiendo hasta llegar a mi pecho, mientras la otra bajaba a mis piernas. Una gota de sudor frío recorrió toda mi frente. Temblaba violentamente, sentía el peso del chaval encima de mí, presionando mi cuerpo mientras con las manos lo recorría. Aun tenía los ojos cerrados, y aun esperaba que todo fuera una maldita pesadilla. Pero no lo era, era la realidad.

Por un momento pensé que algo había ocurrido porque sus manos dejaron de tocar mi cuerpo, llegué a tener un atisbo de esperanza. Abrí los ojos, quería saber que sucedía. El chico seguía allí, mirándome me deseo y desesperación, su sonrisa no anunciaba nada bueno. Lo miré con ojos suplicantes, deseando que algo en él despertara y me dejara en paz, al igual que sus amigos que estaban a nuestro lado. Pero lejos de eso, volvió a acercarse a mí. Cerré los ojos otra vez, no quería verlo. Dentro de mi cabeza una voz me repetía que todo estaba bien, que no iba a pasar nada. ¡¿Pero como coño iba a estar bien?!

Entonces su manos volvieron a tocarme, se aferraban a mi camiseta y entonces el tío dio un tirón, me había roto la camiseta. Los amigos lo aplaudieron y el sonrió ante lo que tenia delante.

Yo estaba en estado de pánico, no podía ser verdad lo que estaba ocurriendo, el aire frio me hacía temblar más de lo que ya lo hacía. Quería gritar, hacer saber a alguien lo que estaba ocurriendo y que me ayudaran. Quería ver aparecer a Lucas por la esquina y que me salvara, como siempre lo había hecho.

Pero la realidad era distinta, y me asustaba esa realidad. Ni siquiera me salía la voz para pedir ayuda. Y aunque quería negarlo sabía muy bien como terminaría todo si no ocurría algo.

El chico se inclinó hacia mí hasta que su nariz rozó mi cuello. Su aliento me dio en toda la cara y me entraron nauseas. Empezó a besar mi cuello mientras con las manos me tocaba. Volví a patalear, intentando quitármelo de encima. Pero eso solo sirvió para que me diera una bofetada.

- ¡Para ya de moverte o te las verás putas, zorra! – me gritó.

El sabor a sangre no tardó mucho en hacerse presente. Quise gritarle pero la voz no me salía, así que hice lo único que se me ocurrió hacer. Escupirle. Le di en la mejilla. El chaval paró de meterme mano y me miró con puro odio, con la mano se frotó la mejilla. Volvió a darme otra bofetada, con mucha más fuerza que la anterior. Y esta vez sí que grité. Con dolor, con repulsión, con odio. Grité con fuerza. A su vez el chico tiró del sierre de mi vaquero, rompiendo la cremallera. Metió una mano por dentro, hasta llegar a tocar la piel. Con la otra mano sujetaba mis dos manos por encima de mi cabeza.

Sabía perfectamente lo que me pasaría, ya no podía patalear y la fuerza me estaba abandonando. Las lagrimas luchaban por salir de mis ojos, increíblemente aun las aguantaba. Intenté cerrar las piernas, que no pudiera poner su mano ahí, pero el chico hacia fuerza, fuerza de la que yo carecía.

-¡Suéltala, hijo de puta!

Abrí los ojos buscando al responsable de ese grito. Vi a alguien acercándose rápidamente a nosotros. Un chico.

-¿No me has oído? ¡Quítate de encima de ella!

Los dos chicos que iban con el que yo tenía encima se pusieron firmes, intentado parecer amenazadores, pero el hecho de que fueran borrachos les hacía parecer unos putos inútiles. El chaval que yo tenía encima no se quitó, pero si miraba fijamente al chico que se acercaba corriendo con amenaza.

El chico llegó corriendo hasta nosotros, los dos tíos que había estado mirando hasta entonces se acercaron a él, dispuestos a pegarle. Pero el alcohol les hacia ser más lentos, tener pocos reflejos.

El chico que había venido golpeó primero a uno en la barriga, haciendo que este se doblara por el dolor y cayera al suelo por el impacto. Cayó con un golpe seco, golpeándose la cabeza con el suelo.

El segundo intentó golpearle en el estomago, imitando lo que él había hecho segundos antes, pero él lo esquivó, aunque no esquivó a tiempo el segundo puñetazo que, aunque iba dirigido a la cara, le dio en el hombro, le desestabilizó. Dio un par de pasos atrás, pero enseguida volvió a acercarse y le dio una patada en la barbilla. Se oyó un crujido, le había roto la mandíbula, la sangre le empezó a salir de la boca. El chico cayó de espalda al suelo, sujetándose la boca con desesperación.

Mientras el chico que me estaba ayudando peleaba contra el segundo tío, yo aproveché y me quité de encima al chico que había intentado violarme. El muy imbécil me había soltado las manos y yo le di un empujón con toda la fuerza que pude reunir. Aunque no fue un empujón muy fuerte, el hecho de que no se lo esperaba bastó para que se quitara de encima. Intenté levantarme pero el miedo me lo impidió, las piernas no me respondían y la muñeca me dolía horrores. El chico se dio cuenta de lo que yo había hecho y volvió a acercarse a mí, rabioso. Pero esta vez supe reaccionar y le di una patada en la nariz. Él se alejó por el golpe, gritando y sujetándose la nariz por el dolor.

Me giré y vi al chico que me había ayudado dándole una patada a uno de los dos chicos que había estado mirando todo el rato. Él se giró y me vio. Tenía el pelo negro despeinado, su frente brillaba un poco por el sudor y su mirada, sus ojos grises, que segundos antes había demostrado determinación y odio, ahora me miraba con preocupación. Echó una mirada rápida para ver si alguno de los tres chicos aun se podía levantar, y al ver que no era así, se acercó a toda ostia hasta mi lado, se agachó y me miró a los ojos.

-Tenemos que irnos de aquí antes de que se puedan levantar. ¿Puedes andar?

No le pude responder. No tenía voz. Simplemente negué. Si en ese momento intentaba ponerme de pie, volvería a caer de bruces al suelo.

Él me miró intensamente y luego, para mi sorpresa, me paso un brazo por la espalda y otro por debajo de las rodillas y, con un impulso, me levantó.

Empezó a andar en una dirección que yo no conocía, pero que para él resultaba conocida, ya que caminaba seguro y sin dudar. De vez en cuando giraba la cabeza para asegurarse de que no nos seguían. No hablábamos, él simplemente se limitaba a apretarme contra su pecho para que no sintiera el frio de la noche.

Llevábamos mas de diez minutos andando cuando de repente abrió la boca.

-Oye… estaba pensando en que necesitas una camisa y que te curen esas heridas… No sé si… bueno, a lo mejor no quieres, pero estaba pensando en que si quieres que pasemos por mi casa y te dejo una camisa y te curo los cortes… pero si no quieres no pasa nada ¿Quieres que te lleve a tu casa?

Su voz había sonado insegura, como si dudaba de que lo que decía fuera correcto.

No podía ir así al orfanato, no podía. No podía plantar cara a Lucas y hacer como que no había pasado nada. No podía presentarme así.

-Llévame a tu casa, por favor…

Hablé en voz baja, casi un susurro. Mi voz sonaba frágil y parecía que en cualquier momento me iba a desmayar.

-De acuerdo, llegaremos en menos de dos minutos.

No sabía lo que me hacia confiar en él. Pero me había ayudado, no podía querer hacerme daño… Además algo dentro de mí me decía que el chico era de fiar. No vivía en un buen barrio, de hecho era uno de los más peligrosos de la ciudad. Pero nunca se debe juzgar a nadie por cosas como de donde procede. Al menos eso me había enseñado mis padres…

Cuando llegamos a su casa me bajó con cuidado, pero con un brazo me seguía sosteniendo por la cintura. Abrió rápidamente con la llave. Entremos sin hacer mucho ruido. La casa tenía un aspecto de abandono que se notaba a pesar de la oscuridad. Parecía como si nadie se preocupara mucho en que fuera un sitio agradable. Subimos las escaleras con cuidado, él iba detrás de mí, cuidado que no me cayera. Me condujo hasta una habitación y en silencio, entramos.

La habitación era pequeña, pero llena de cosas. Me condujo hasta la cama y me sentó en ella. Agradecí sentarme más que nada, las piernas no me podían sostener mucho más. La cabeza me daba vueltas y aun no me podía creer todo lo que había pasado. Era como cuando vas borracho, cuando ya estás en el punto de no retorno, sabes lo que pasa a tu alrededor, sabes lo que te dice, pero no sabes muy bien lo que tú dices o haces, es como si vieras una película, como si no fueras tu realmente el que manipula tu cuerpo.

Mientras yo me sujetaba con fuerza a las sábanas para no caerme, él estaba abriendo los cajones de su armario. Cogió una camiseta y se giró hacia mí. Se acercó y me la dio en las manos.

- Puedes ir al baño a ponerte la camiseta y a lavarte la cara si quieres.

Le dije que si con la cabeza y él me ayudo a llegar. Cuando se fue me miré al espejo, sujetándome en el lavamanos para no caer. Tenía una pinta desastrosa. El pelo estaba desecho, la mejilla derecha estaba más inflada de lo normal y el labio lo tenía roto, con restos de sangre seca alrededor. Me lavé la cara con delicadeza, el agua fría me calmaba el dolor que tenia. Al final seguía teniendo mal aspecto pero por lo menos ya no tenía sangre en la cara. Cogí la camiseta, era una sudadera, grande, amplia y caliente. Me la puse con dificultad, la muñeca seguía haciéndome daño.

Salí del baño, andando dificultosamente. El chico me esperaba en la puerta de su habitación y al verme, me sonrió con suavidad. Me ayudó a sentarme en su cama y se cogió una silla para él. Al principio nos quedamos mirando a los ojos por un rato, hasta que él empezó a hablar.

-Me llamo Carlos, Charlie para mis amigos – me dijo con un sutil sonrisa - ¿Y tú?

-Ariadna

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