IMPORTANTE

La entrada que esta entre el 6 y el 7 capitulo tambien es un capitulo! es como la sgunda parte del 6.

miércoles, 19 de enero de 2011

Capitulo 24 :)

Suspiré, últimamente no hacía más que recordar cosas del pasado, en vez de vivir el presente, que es lo que debía hacer. Me acordé de que tenía instituto y miré el móvil para ver la hora. Las siete y veinte. No me apetecía nada ir, realmente no me apetecía nada, solo sentarme en alguna cama o en algún sofá, pensar, hablar con alguien sobre nada en concreto, no sé. Pero lo que no me apetecía era ir a escuchar a los profesores explicando cosas que realmente ni ellos entendían, no me apetecía aparentar delante de nadie.

Me aparté el pelo de la cara y miré al cielo, aun estaba oscuro y se veía el frio. Sonreí acordándome como cuando era pequeña le dije a mi padre que era imposible ver el frío, él me explicó sonriéndome que, en invierno, si miras al cielo, lejos de donde estas y ves azul, pero no un azul como el del cielo cuando aun es de noche, un azul que contraste con el resto del cielo, eso es el frío. De pequeña no lo terminé de entender, pensaba que si eso era el frío sería algo mágico o algo así, aunque simplemente ese azul es la ola de aire helado.

No sé porque me vino a la cabeza Ruth, Mónica y las demás, mi antiguo colegio. Me acordé que los martes entraban una hora tarde al colegio, siempre era así, en infantil, primaria, secundaria y bachillerato. Era sorprendente que recordara detalles de mí pasado con tanta claridad y sin embargo los de esa noche fueran más borrosos. Supongo que el pánico y el miedo me nublaron los sentidos, después de todo era una niña entonces… Aunque supe que si aquello no hubiera ocurrido, si aun vivieran mis padres y su muerte fuera algún día en que yo tuviera dieciséis años, tampoco sabría que hacer, como reaccionar, que decir…

Nadie está preparado para ver morir a las dos personas más importantes de su vida. Absolutamente nadie. Cuando alguien tan importante en tu vida, familia o amigos, muere, sientes que ya nada va a ser lo mismo, y es verdad, todo cambiará, sientes como tu corazón se rompe y el dolor que sientes es mucho más de lo que puedas soportar. Pero cuando ves como muere esa persona, no cambia todo, cambias tú. El sufrimiento no te deja hablar, el dolor te aísla de todos, saber que has visto como muere esa persona sin poder hacer nada te llena de impotencia. Te llena de rencor, de odio, de repugnancia, hacia ti mismo. Realmente no se puede expresar con palabras los sentimientos que te atraviesan en alguna de las dos ocasiones.

Miré otra vez el reloj, impaciente por no saber qué hacer, las ocho menos veinte ya. Sin saber bien lo que hacía cogí el móvil y busqué en la agenda. Un pitido, dos, tres, cuatro. Empezaba a pensar que saltaría el buzón de voz, pero en el último pitido cogieron el móvil.

-¿Si? – una voz adormilada me lo cogió.

-Ruth, soy Ariadna.

-¿Ariadna? – su voz sonó mas despierta, mi nombre seguramente la espabiló un poco

- ¿Qué pasa para que me llames a estas horas?

-Bueno, es que… No sé como decírtelo.

No sabía aun como hablar con ella después de ocho años sin vernos, aunque lo hubiéramos arreglado hacia unos días, no era tan fácil recuperar la confianza.

-Empieza por el principio, siempre es lo mejor – su voz era agradable, animándome a que le contara lo que me pasaba.

-Tengo instituto en unos veinte minutos o menos y no quiero ir y…

-¿Quieres venir a mi casa? - me interrumpió.

-¿Lo dices en serio o porque has adivinado que te iba a preguntar?

-Lo digo en serio, anda vente, quiero verte y hablar contigo. Les diré a mis padres que estoy enferma y no iré hoy al colegio.

Abrí la boca un poco sorprendida, sabía que Ruth quería estar conmigo como antes pero no sabía que tanto. De pequeña el colegio para ella era sagrado, y si de pequeña ya era así creía que ahora sería peor… Iba a decirle que gracias, pero al mencionar a sus padres, mi corazón se oprimió y rencores del pasado volvieron a flote.

-Ruth ¿Me haces un favor? – pregunté seria, a lo mejor no les gustaba la idea o se cabrearía.

-Claro, dime.

-Te estoy agradecida y eso, pero… no quiero ver a tus padres. – durante uno o dos segundos solo oí silencio – Si te moles…

-Te entiendo, Ariadna – sonó sincera y resignada -. Es normal que no quieras ver a mis padres después de todo lo que pasó… Venga, ven que te espero en la puerta principal, que mis padres aun duermen.

-Ruth, gracias.

-No tienes que dármelas, lo sabes.

Cuando colgué sentí un sentimiento que me oprimía el corazón, como si me lo intentaran aplastar, los ojos me escocían y los sentía húmedos. Cerré los ojos con fuerza y apoyé mi cabeza en mis manos. No iba a llorar. No lo iba hacer. Respiré hondo durante un minuto aproximadamente y me levanté.

El cielo empezaba a clarear y las calles empezaban a llenarse de vehículos, algunos iban a trabajar, otros a estudiar. Mientras caminaba pensaba en todo lo que había pasado desde que salí del hospital, las reuniones con La Banda, la visita a mis padres, mi reencuentro con Ruth y las chicas, Charlie herido, Richi y los demás, Lucas diciendo que se quería ir… Eran demasiadas cosas para tres o cuatro días. Eran demasiadas cosas para mí. Demasiadas rayadas de cabeza. Necesitaba descansar, desconectar un poco, lejos de todo y de todos, y Ruth era mi salvación. Nadie sabía que tenía que ver conmigo, si me conocía o no, y aunque lo supieran no sabían donde vivía.

Llegué a casa de Ruth unos veinte minutos después. Miré la calle y un poco más lejos vi mi casa, con ese aire abandono y desolación que había sentido la noche en que fui. Desvié la vista, no quería sentirme mal. Me giré hacia la puerta principal de la casa de Ruth y allí la vi, con un camisón y con el pelo perfectamente hecho, pero con una cara de sueño que no se la podía aguantar. Al verme me sonrió mientras abría la puerta de entrada. Me acerque lentamente, todo esto me cansaba mucho.

-Hola Ariadna – me dijo sonriéndome.

-Buenos días – respondí.

-Ahora entraremos sin hacer ruido que creo que mi padre ya se está despertando. Ya les he dicho que no voy al instituto.

Asentí con la cabeza y entramos a la casa. Me detuve unos segundos para contemplarla, estaba mucho más lujosa y moderna desde la última vez que vine, pero aun así seguía igual, en cierta forma. Caminamos hasta en silencio hasta subir al segundo piso, donde pude oír los pasos del padre de Ruth en la habitación de matrimonio. En un instante el odio me cegó y mi orgullo me pedía entrar ahí y gritarle a él y a su mujer todo lo que me habían hecho, todo en lo que me había convertido por su culpa. Respiro profundamente hasta que me quite la idea de la cabeza, estaba ahí porque no quería ir al instituto, no para descargar mi rabia en los padres de mi amiga.

Al entrar en la habitación de Ruth pude comprobar que era la habitación que más había cambiado de toda la casa. Ahora era la habitación propia de una adolescente, bastante rica. Era bonita y por la ventana se veía el jardín trasero. Ruth me dejó pasar y cerró la puerta suavemente. Yo dejé la mochila en la silla y me senté en la cama, al lado de Ruth, que se había acostado en ella.

-Ariadna, se que ya nada es lo mismo que antes, se que todo ha cambiado pero aun así se cuando te pasa algo, y sé que ahora mismo algo te ronda la cabeza – la miré sorprendida por sus palabras, ella no me miraba, su mirada estaba fija en el techo y parecía que le costaba hablar -. Me gustaría ayudarte ¿Sabes? No te voy a obligar a que me cuentes nada, pero me gustaría que supieras que voy a estar a tu lado.

-No sé qué me pasa… - suspiré, ella era la única en la que ahora mismo podía confiar y realmente parecía que se preocupaba por mi – Tengo demasiadas cosas en la cabeza, demasiados problemas.

-Si que sabes lo que te pasa. – me contestó sencillamente.

-Pero no es tan fácil de explicar.

Ella se giró y se me quedó mirando, le devolví la mirada sin mucha emoción. No había cambiado mucho desde pequeña hasta ahora, quizá solo había cambiado en la forma de la cara, se había hecho más mujer, ya no tenia los rasgos infantiles de aquella época. Suspiré mientras apartaba la mirada, a lo mejor era el momento de sincerarse con alguien.

-Hay algo que no os conté el otro día – esperé a que dijera algo, pero ella no me contestó –. Hace casi dos años que pertenezco a una banda callejera.

-¿¡Cómo!? – se incorporó rápidamente mientras me miraba con los ojos abiertos de par en par.

-Pues eso, que pertenezco a una banda callejera. ¿Quieres que te explique mis problemas, no? Déjame hablar, que hay para rato. – le dije cortándola.

Le expliqué lo de las peleas, los malos rollos con Richi, las movidas con las drogas, las persecuciones de la policía, los graffitis. Le expliqué quien era Carlos, Lucas, Lara, Tony, todos. Le conté como había sido mi vida después de aquella noche. Tan solo omití la noche de mi intento de suicidio. Con cada palabra que salía de mi boca, con cada cosa, sus ojos se abrían mas y su boca más de lo mismo. En algunos puntos de la historia palidecía, en otros temblaba y en alguna ocasión creía que iba a llorar. Yo sabía que en el fondo de su corazón se arrepentía de haber preguntado, habría sido más feliz si no supiera qué clase de vida llevaba su mejor amiga de la infancia. Pero lo hecho, hecho estaba. Después de todo era la verdad y había sido ella la que lo había querido saber. Para cuando terminé, lagrimas asomaban en sus ojos y temblaba casi incontroladamente.

-N-no me imagino por lo que has tenido que pasar… Ariadna yo…

-No me digas que lo sientes, Ruth. Todo esto no ha sido culpa tuya.

-Ya, pero tía… ¡Esa banda no hace más que traerte problemas! ¡Han estado a punto de meterte en el correccional! ¡Y estás metida en un montón de líos! – estaba casi chillando histérica.

-¡No grites! ¡Vas a despertar a tus padres! – dije mientras le tapaba la boca con la mano – No voy a dejarme La Banda si es lo que insinúas.

-Pero…

-¡Pero nada! Ellos son también mis amigos.

Ante eso se calló y bajó la cabeza. Respiró profundamente y se sentó en la cama abrazándose las rodillas.

-Me hubiera gustado estar contigo en esos momentos… - su voz sonaba amortiguada y que tenía su cara entre sus brazos, apoyados en sus rodillas.

-No podías, no te tortures más.

Me hubiera gustado decirle que a mí también me hubiera gustado tenerla ahí en esos momentos, me hubiera gustado que la chica a la que consideraba mi amiga me hubiera apoyado, pero ella ni siquiera sabía dónde estaba yo.

-Ruth mira, tú y todas las demás sois mi infancia y siempre formareis parte de mi, Lucas es casi la persona más importante que hay en mi vida, es mi hermano y mi vida entera, pero La Banda os guste o no también forma parte de mi, ellos no han evitado que vea la realidad como hicieron mis padres, ni tampoco me han impedido que me enfrente yo sola a la vida, como hace Lucas. Ellos me dejan crecer y superarme, son ellos los que me dejan actuar por mí misma, sabiendo que después me tendré que responsabilizar de las consecuencias, son los que me han enseñado a vivir. No sé si me entiendes o no, pero es como mejor lo puedo explicar, nunca he hablado de esto…

Ruth levantó la mirada y vi que estaba llorando silenciosamente. Al verla algo dentro mi se rompió y no supe que decir, pero tampoco hizo falta. Ella se acercó a mí y me abrazó fuertemente, como si no quisiera dejarme ir, yo hice lo mismo y la abracé. Ese abrazo me demostró mil cosas, una de ellas, que Ruth no me fallaría nunca, que realmente le jodía no haber estado a mi lado y haberme dejado sola. Poco a poco también empecé a llorar, hacía tiempo que lo necesitaba.

Nos quedamos así durante varios minutos. Compartiendo nuestro dolor en un abrazo de verdadera e inquebrantable amistad. Finalmente nos separamos lentamente mientras nos sonreíamos. Ruth bajó la cabeza para limpiarse las lágrimas cuando vi que se tapaba la boca con la mano para no gritar.

-¡¿Qué es eso?!

La miré desconcertada sin saber a qué se refería, pero ella me cogió por la muñeca y la levantó hasta que quedó a la altura de mis ojos. A unos centímetros de mi cara tenia las cicatrices de mi error.

Capitulo 23 :)

-Me gusta tu nombre – me sonrió-.

Estuvimos unos minutos en silencio, sin saber bien que hacer o decir. Yo miraba al suelo, con la mirada perdida, no sabía cómo mirar al chico a la cara, no podría agradecerle nunca lo que había hecho esa noche por mí… Cuando había parecido que ya nada podría ayudarme, que todo estaba perdido, él había aparecido. El chico, Carlos, me había salvado la vida y ahora me miraba fijamente, intentando descubrir algo. Era una situación extraña y, en cierto modo, incomoda.

-Gracias… - Le miré a los ojos y le hablé susurrando.

-No tienes que dármelas – me miró intensamente a los ojos, un escalofrío me recorrió la espina dorsal - ¿Tienes frío?

Sin esperar a que le contestara se levantó y buscó en su armario. En vez de buscar entre las cosas que tenia dentro, lo que hacía era que tiraba por el aire todo lo que encontraba, me hizo sonreír ligeramente, yo hacía lo mismo de pequeña cuando no encontraba la muñeca que quería. Poco a poco a sus espaldas se iba formando un montón de ropa. Carlos encontró lo que quería y se giró, mirándome y sonriéndome ligeramente, tenía una manta en sus manos. Se acercó a mí lentamente, no quería que le tuviera miedo.

Volví a bajar la mirada, que diferente era Carlos de los tres chicos de antes. Recordé las manos del chico sobre mí, forzándome, insistiendo. Los otros dos chicos riéndose, animándolo. Los tres insultándome, golpeándome...

Carlos desplegó la manta y me la puso sobre la espalda, rodeándome. Sentí el peso de la manta, sentía el roce de la sudadera contra mi piel, pero tenía frío y temblaba. Tenía ganas de cerrar los ojos y desaparecer, llegar hasta algún sitio donde no hubiera nadie y allí poder gritar y llorar sin que nadie me oyera ni viera. No quería levantar la cabeza y mirar a Carlos, porque sabía que si veía sus ojos mirándome con lástima y ternura, no podría contener mas las lagrimas y empezaría a llorar, y yo no quería que alguien me viese así de… así de débil.

Sin embargo a Carlos le extrañó que yo no levantara la mirada ni hiciera ningún movimiento al ponerme la manta. Indeciso, me puso una mano en el hombro, dispuesto a ayudarme una vez más esa noche, pero al sentirme temblar se asustó, no le gustaba ver a ninguna chica llorar, lo odiaba. Pese a eso, se arrodilló frente a mí, con lo que su cara quedó a la altura de la mía.

Yo tenía los ojos abiertos, mirando al vacío. Carlos me miró sin saber cómo actuar, no estaba acostumbrado a consolar a nadie, mucho menos a una chica a la que casi violan. Finalmente respiro hondo y me cogió la mano que yo tenía sobre mi rodilla. Ese acto me hizo enfocar la vista y lo vi frente a mí, mirándome con preocupación. Su mirada me decía que podía confiar en él, que él estaría a mi lado. Me apretó suavemente la mano. No pude más, era demasiado, demasiadas cosas. Una lágrima solitaria empezó a deslizarse por mi mejilla, una segunda le siguió al cabo de un segundo, y poco a poco las lágrimas fueron saliendo sin cesar, liberándose.

Carlos no me dijo nada, pero lo que hizo me ayudó mucho más que cualquier palabra que hubiera podido decir. Se sentó a mi lado, en su cama, y sin soltarme la mano, con el otro brazo me abrazó y me atrajo hacia él. Me apoyé en su hombro y sin importarme que él me viera así lloré. Con cada lágrima que derramaba, el peso que sentía dentro de mi desaparecía. Recordaba todas las veces que me había prohibido llorar, las veces que había sido borde con la gente para que no supieran lo mal que lo estaba pasando, lo que me había costado construir un muro a mi alrededor, y esa noche, Carlos, con solo mirarme había destruido ese muro, ya no quedaba nada de él, ni siquiera los escombros…

Abrí los ojos lentamente, sentía los parpados pegados a los ojos. Me restregué los ojos, e inmediatamente sentí un cuerpo a mi lado, su calor, su respiración, su aroma. Al principio no veía nada, solo grandes sombras borrosas, pero poco a poco la vista se empezó a enfocar. Vi a Carlos, estaba durmiendo a mi lado, una expresión serena habitaba su cara y una pequeña sonrisa surcaba sus labios. Su tranquilidad me hizo sonreír un poco. Me entretuve mirándole, los ojos cerrados, las pestañas largas, la nariz bonita, quizá un poco torcida, consecuencia de algún puñetazo, la mandíbula marcada. Tenía el rostro de alguien duro, acostumbrado a vivir entre las calles, acostumbrado a las peleas, a vivir al límite, sin reglas ni normas. Lo único que le daba un toque de dulzura a su rostro eran sus labios, finos, marcados, perfectos. Cerré los ojos, empezaba a delirar.

Carlos se movió y su brazo me atrajo aun más hacia él. Mi cabeza quedó junto a su pecho y el sonido de su corazón me hizo abrir los ojos sorprendida. Recordé entonces que nos habíamos quedado dormidos cuando él me estaba consolando. En algún momento nos habíamos ido recostando en la cama hasta estar acostados en ella. Ni siquiera me puse nerviosa, algo en Carlos me tranquilizaba.

Algo en mi mente me decía que estaba pasando algo por alto, que tenía algo que hacer, pero…

-¡Mierda, Lucas!

¡El orfanato! ¡Me había dormido! A saber qué hora era, Lucas me iba a matar. Me maldije interiormente. Carlos a mi lado, se removió y abrió los ojos pestañeando varias veces. Yo no había hablando en voz excesivamente alta, pero si lo suficiente como para despertarle.

-¿Has dicho algo? – su voz era grave, y pastosa por estar medio dormido.

-¿Qué hora es? – dije preocupada.

Él me dejó de abrazar y el calor que me proporcionaba desapareció, algo dentro de mí le quería decir que me volviera a abrazar, y no sabía si eso era bueno exactamente. Se giró a su mesita y cogió su móvil.

-Las tres y media.

-¡Mierda, mierda, mierda! Me van a matar.

-Oye, tranquila, seguro que tus padres no han notado que no estás en casa, puedes decir que estabas en casa de alguna amiga – me dijo sonriéndome.

Aparté la vista. Él lo había dicho con intención de animarme, no sabía la verdad, pero aun así dolía.

-Mis padres están muertos… Quien me matará será mi amigo y el director del orfanato.

-Ostia, lo siento de verdad, yo no…

-Tranquilo – le sonreí amargamente -, no sabias nada.

Él me miró y me sonrió pidiéndome disculpas. Se levantó y me ayudó a levantarme.

-Te acompañaré al orfanato – dijo con autoridad, no había replicas - . No quiero que te pase nada…

Quería responderle que no hacía falta, que estaría bien, pero no lo hice, tenía miedo, no quería volver a sentir el pánico que había sentido cuando esos chicos… sabía que había tenido suerte, que muchas chicas no habían tenido la suerte de que alguien les ayudara y las salvara, y habían terminado abandonadas en un callejón, cuando ya se habían hartado de ellas o, aun peor, muertas. Lo que yo quería en ese momento era que Carlos me volviera a abrazar y me dijera que no me pasaría nada malo.

Se levantó y bostezó. Dentro de mí, una sonrisa luchaba por salir, Carlos en ese momento parecía un modelo de revista, tenía el pelo desecho, la camiseta arrugada y una bonita sonrisa. Y todo eso a pesar de tener los ojos rojos y estar bostezando.

Intenté levantarme yo también y aunque al principio me pareció que iba a volver a caer pude sostenerme en pie. Me sentía mareada, las horas que había dormido no había servida de mucho, solo para poder tranquilizarme un poco, nada más. Me giré para mirar a Carlos, estaba volviendo a buscar en su armario, aunque ahora casi toda su ropa estaba por el suelo. Me quedé mirándole, tenía algo atrayente, no lo conocía de nada, pero cuando estaba cerca me ponía nerviosa y el corazón se me aceleraba. No podía ser simplemente por tenerlo cerca, estaba bastante más que acostumbrada a estar con chicos, con Lucas había dormido varias veces en la misma cama, y en el instituto casi todos sus amigos eran chicos. Casi siempre me llevaba mejor con ellos que con las chicas. Quizá era porque las únicas amigas que había tenido en mi vida me fallaron, aunque de aquello hubieran pasado años, o puede que fuera porque las demás chicas que conocía eran casi todas unas envidiosas, que se dedicaban a ponerse a parir unas entre otras.

-Ya está, podemos irnos.

Carlos se había girado haciendo que perdiera el hilo de mis pensamientos. Me fijé en su mirada, cargada de… no sabría definir qué era lo que contenía la mirada de él. En cierto modo me miraba con amabilidad, con confianza, puede que con alegría y, aunque no estuviera segura, de seducción. Sonreía de lado y en sus manos tenía dos chaquetas. Acepté la que me daba y con cuidado me la puse, la muñeca me seguía doliendo, y ahora que sentía el dolor lo notaba mucho más fuerte que hacia unas horas.

El frío de la calles nos recibió. Me sentí inquieta, no podía dejar de mirar a un lado y a otro continuamente. Y, aunque sabía que no había razón para temer, no teniendo a Carlos a su lado, es que tenía miedo. Mi cabeza me decía que estaba siendo una imbécil, que no me iba a pasar nada, que demostrara tener orgullo y dignidad y no mostrara el pánico que tenia. Pero lo que yo sabía, lo que me decía algo dentro de mí, era que iba a sentir ese pánico durante tiempo. Porque realmente solo el tiempo lo cura todo.

Caminamos todo el rato uno al lado del otro sin hablar, pero el silencio que había no era incomodo, más bien era lo contrario. Andábamos cada uno perdido en nuestros pensamientos. Y así llegamos al orfanato. Me giré para decirle que gracias, que ya había llegado, pero no le dije nada, me quedé mirándole con curiosidad. Carlos tenía la boca y los ojos abiertos mientras fruncía el ceño. Al cabo de unos segundos se me quedó mirando como si me viera por primera vez.

-¡Joder! No sé cómo no me he dado cuenta antes – lo dijo sorprendido, con una sonrisa en sus labios -.

-¿Cómo? – no le entendía.

-¡No sé cómo no te he conocido antes! ¡Tú eres la chica que siempre va con Lucas!

Abrí los ojos ¿Cómo sabia él que yo era amiga de Lucas? Juraba no haberlo visto nunca antes. Aunque quizás…

-¿Eres de La Banda?

-Si – rio suavemente -. Joder, sabía que me sonabas pero no me imaginaba que eras la amiga de Lucas.

No supe que decirle. Recordé como Lucas a veces me había contado cosas que le habían pasado con La Banda, y como, varias veces, mencionaba a un tal Carlos.

-Carlos, gracias… - levanté la mano y le impedí que me interrumpiera – Gracias por salvarme hace unas horas, gracias por todo.

Él sonrió y se acercó poco a poco a mí. Mi subconsciente me hizo mirar sus labios, curvados en una tenue sonrisa. Pero él no me besó, simplemente me atrajo hacia él y me abrazó.
Inconscientemente le rodeé con mis brazos. Después de unos segundos, los suficientes para que el abrazo no fuera incómodo, nos separamos.

-Nos veremos pronto, Ariadna – me dijo mientras se daba la vuelta y se largaba.

Sin saber bien porqué, le creí. Algo me decía que nos veríamos más pronto de lo que esperaba.”

Terminé de recordar. Había pasado mucho tiempo desde esa noche, habían pasado muchas cosas. Todos habíamos cambiado desde aquellos días. La vida es muy puta y pocas veces trata bien a las personas. A veces había deseado poder volver a esos días, cuando Carlos y ella empezaban a conocerse, cuando Lucas aun no había abandonado La Banda y ella no había ingresado. Entonces todo era mucho más fácil, Carlos era más parecido a un novio normal de lo que era ahora, Lucas era más alocado y yo aun pensaba que la vida podía mejorar. Cuando deseaba volver atrás solo le bastaban algunos segundos para pensármelo mejor y entonces, poco me faltaba para darme de cabezazos contra la pared por haber pensado esa idiotez. Esos dos últimos años habían sido los que le habían permitido terminar de ver la vida como lo que era, una puta mierda. Y no, no me arrepentía de haber entrado en La Banda, después de todo había sido gracias a ellos que ahora era como era, habían sido ellos los que me habían abierto los ojos, habían sido ellos los que me aceptaron tal como era y, por encima de todo, habían sido ellos los que nunca me habían fallado. Si era completamente sincera, no se arrepentía de nada de lo que había hecho en su vida, habían sido mis actos los que me condujeron aquí y también, los que me habían hecho ser como era.

martes, 4 de enero de 2011

Capitulo 22 :)

“Mierda, mierda, mierda. Me había entretenido demasiado con el graffiti de los cojones. Al menos me había quedado bien, pensé mientras sonreía.

Metí las manos, manchadas de pintura, en los bolsillos de la sudadera. En el cartel de una farmacia vi la hora. Las once y media. Aceleré el paso, si no llegaba pronto al orfanato, alguien descubriría que no estaba enferma, como le había dicho a Lucas que le dijera a quien preguntara por mí.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Me envolví más en mi sudadera, intentando sacarme la sensación que me oprimía la garganta. Oí un chasquido y me giré bruscamente. No había nada. Seguí mirando durante unos segundos más, nunca se sabe que puede pasar. Sobre todo si escoges un atajo que no sabeas a donde va a parar, solo lo intuyes.

Volví a girarme y seguí caminando. A ver quien coño me mandaría a mí ir por esta calle abandonada.

A lo lejos se escuchó una sirena de policía. A lo mejor habían pillado a uno de los chavales que iban a la banda esa a la que pertenecía Lucas. Imbéciles. O quizá estaban buscando a un psicópata que se había escapado de la cárcel y ahora me estaba siguiendo.

Negué rápidamente con la cabeza. Psicópatas detrás de mí, a lo mejor no, pero demasiada imaginación sí que tenia.
Seguí andando hasta que pasé por delante de otro callejón.
Allí había varios chavales fumando y bebiendo. Varias botellas estaban tiradas en el suelo, vacías, y también había unas cuantas colillas, y todas no eran de tabaco.
Al mismo tiempo en que ellos me miraron, yo aparté la vista. Y, nerviosa, seguí caminando por mi callejón, alejándome rápidamente de donde estaban ellos. Agucé el oído, esperando oír algo. Nada.

Empezaba a tranquilizarme cuando oí pasos. Fuertes, decididos, de varias personas. Aceleré más aun el paso.

-¡Eh, guapa! ¿Por qué no vienes con nosotros?

La voz me cortó el aliento. Seguí caminando, como si no hubiera oído nada. Sin embargo la adrenalina me recorría todo el cuerpo.

-¡Venga nena, te vas a divertir!

Estaban borrachos, se notaba por como hablaban. Arrastraban las palabras y les costaba vocalizar.

Esta vez no dudé. Eché a correr lo más rápido que pude.

Ellos también echaron a correr.

Seguí corriendo con todas mis fuerzas. Las piernas casi no me respondían, y amenazaban con hacerme caer. Sabía que si frenaba el paso, no pasaría nada bueno.

Al cabo de cinco minutos de correr, el flato se hizo presente. Los pulmones me ardían y un pinchazo en las costillas me hacía correr más despacio. Mientras los chicos que me seguían iban acortando la distancia que nos separaba. Y, al mismo tiempo, mi miedo aumentaba.

No paraban de acudirme imágenes a la cabeza de chicas halladas muertas, chicas desaparecidas, chicas violadas… Al final de todo, no son los hechos en si lo que nos mete el miedo en el cuerpo, si no los medios de comunicación que no paran de recordarnos el peligro. Nos meten el miedo en el cuerpo y nos hace ser paranoicas.

El viento chocaba contra mí como si no quisiera dejarme escapar.

Deseaba encontrarme con alguien, quien fuera. Pero la suerte no me acompañaba. Y los chicos cada vez estaban más cerca de mí y mi corazón cada vez latía más deprisa. Casi me esperaba ya empezar a sentir dolor en el brazo izquierdo.

Estaba corriendo por un parque cuando me tropecé. En el césped había un agujero y justamente yo había ido a meter el pie en el.

Caí de bruces al suelo. Grité de dolor al apoyar mi mano en el suelo para frenar la caída. Cerré los ojos del daño que me hacia la muñeca. Seguramente me la había fracturado.

No me acordé de que estaba pasando hasta que escuche las voces de los tios que me perseguían. Aterrada, intenté levantarme, pero en el mismo momento uno de ellos se abalanzó sobre mí.

Volví a golpearme contra el suelo y la muñeca me dolió mucho más que antes al estar soportando el peso del chaval que tenía encima.

El chico se sentó a horcajadas sobre mí y me cogió las manos. Yo grité más fuerte, me estaba cogiendo de la muñeca herida. Unas cuantas lágrimas se asomaron a mis ojos. Apreté los ojos para no dejarlas escapar. No podía llorar. No quería llorar.

-Así que te querías escapar de nosotros ¿Verdad, niñata? – su aliento llegó hasta mi nariz. Apestaba a alcohol y porros.

Giré la cara, asqueada, para evitar olerlo. Me estaban dando nauseas. Me retorcí debajo de él, intentado escapar. Pero el chico era más grande y más fuerte que yo.

-¡Suéltame! – grité con fuerza - ¡Suéltame hijo de puta!

En ese momento los otros chicos llegaron a nuestro lado, y rieron como idiotas al ver lo que estaba ocurriendo. El que estaba sobre mí, se enfureció y me cogió del pelo. Con un grito me tiró del pelo hacia arriba, haciendo que tuviese que levantar la cabeza.

Yo grité, por dentro deseaba que alguien viera lo que estaba ocurriendo y viniese a ayudarme. Sin embargo eso no sucedía, y a cada minuto que pasaba yo estaba más aterrorizada. La calle seguía igual de vacía y silenciosa que minutos antes de que llegáramos.

-Ahora vas a aprender a callar la puta boca ¿Entiendes, puta?

-¡Eso, eso! ¡Enséñala! - los otros chicos no hacían más que animarlo.

El chico me dio la vuelta y empezó a acariciarme la cintura. Los otros gritaron entusiasmados, dándole ánimos.

Al sentir su mano en mi vientre, me quedé estática, no podía creer lo que me estaba pasando. Esto no me podía suceder a mí. Cerré los ojos, deseando que al abrirlos todo fuera una pesadilla, una puta pesadilla.

Pero la seguía sintiendo ahí. Una de las manos fue subiendo hasta llegar a mi pecho, mientras la otra bajaba a mis piernas. Una gota de sudor frío recorrió toda mi frente. Temblaba violentamente, sentía el peso del chaval encima de mí, presionando mi cuerpo mientras con las manos lo recorría. Aun tenía los ojos cerrados, y aun esperaba que todo fuera una maldita pesadilla. Pero no lo era, era la realidad.

Por un momento pensé que algo había ocurrido porque sus manos dejaron de tocar mi cuerpo, llegué a tener un atisbo de esperanza. Abrí los ojos, quería saber que sucedía. El chico seguía allí, mirándome me deseo y desesperación, su sonrisa no anunciaba nada bueno. Lo miré con ojos suplicantes, deseando que algo en él despertara y me dejara en paz, al igual que sus amigos que estaban a nuestro lado. Pero lejos de eso, volvió a acercarse a mí. Cerré los ojos otra vez, no quería verlo. Dentro de mi cabeza una voz me repetía que todo estaba bien, que no iba a pasar nada. ¡¿Pero como coño iba a estar bien?!

Entonces su manos volvieron a tocarme, se aferraban a mi camiseta y entonces el tío dio un tirón, me había roto la camiseta. Los amigos lo aplaudieron y el sonrió ante lo que tenia delante.

Yo estaba en estado de pánico, no podía ser verdad lo que estaba ocurriendo, el aire frio me hacía temblar más de lo que ya lo hacía. Quería gritar, hacer saber a alguien lo que estaba ocurriendo y que me ayudaran. Quería ver aparecer a Lucas por la esquina y que me salvara, como siempre lo había hecho.

Pero la realidad era distinta, y me asustaba esa realidad. Ni siquiera me salía la voz para pedir ayuda. Y aunque quería negarlo sabía muy bien como terminaría todo si no ocurría algo.

El chico se inclinó hacia mí hasta que su nariz rozó mi cuello. Su aliento me dio en toda la cara y me entraron nauseas. Empezó a besar mi cuello mientras con las manos me tocaba. Volví a patalear, intentando quitármelo de encima. Pero eso solo sirvió para que me diera una bofetada.

- ¡Para ya de moverte o te las verás putas, zorra! – me gritó.

El sabor a sangre no tardó mucho en hacerse presente. Quise gritarle pero la voz no me salía, así que hice lo único que se me ocurrió hacer. Escupirle. Le di en la mejilla. El chaval paró de meterme mano y me miró con puro odio, con la mano se frotó la mejilla. Volvió a darme otra bofetada, con mucha más fuerza que la anterior. Y esta vez sí que grité. Con dolor, con repulsión, con odio. Grité con fuerza. A su vez el chico tiró del sierre de mi vaquero, rompiendo la cremallera. Metió una mano por dentro, hasta llegar a tocar la piel. Con la otra mano sujetaba mis dos manos por encima de mi cabeza.

Sabía perfectamente lo que me pasaría, ya no podía patalear y la fuerza me estaba abandonando. Las lagrimas luchaban por salir de mis ojos, increíblemente aun las aguantaba. Intenté cerrar las piernas, que no pudiera poner su mano ahí, pero el chico hacia fuerza, fuerza de la que yo carecía.

-¡Suéltala, hijo de puta!

Abrí los ojos buscando al responsable de ese grito. Vi a alguien acercándose rápidamente a nosotros. Un chico.

-¿No me has oído? ¡Quítate de encima de ella!

Los dos chicos que iban con el que yo tenía encima se pusieron firmes, intentado parecer amenazadores, pero el hecho de que fueran borrachos les hacía parecer unos putos inútiles. El chaval que yo tenía encima no se quitó, pero si miraba fijamente al chico que se acercaba corriendo con amenaza.

El chico llegó corriendo hasta nosotros, los dos tíos que había estado mirando hasta entonces se acercaron a él, dispuestos a pegarle. Pero el alcohol les hacia ser más lentos, tener pocos reflejos.

El chico que había venido golpeó primero a uno en la barriga, haciendo que este se doblara por el dolor y cayera al suelo por el impacto. Cayó con un golpe seco, golpeándose la cabeza con el suelo.

El segundo intentó golpearle en el estomago, imitando lo que él había hecho segundos antes, pero él lo esquivó, aunque no esquivó a tiempo el segundo puñetazo que, aunque iba dirigido a la cara, le dio en el hombro, le desestabilizó. Dio un par de pasos atrás, pero enseguida volvió a acercarse y le dio una patada en la barbilla. Se oyó un crujido, le había roto la mandíbula, la sangre le empezó a salir de la boca. El chico cayó de espalda al suelo, sujetándose la boca con desesperación.

Mientras el chico que me estaba ayudando peleaba contra el segundo tío, yo aproveché y me quité de encima al chico que había intentado violarme. El muy imbécil me había soltado las manos y yo le di un empujón con toda la fuerza que pude reunir. Aunque no fue un empujón muy fuerte, el hecho de que no se lo esperaba bastó para que se quitara de encima. Intenté levantarme pero el miedo me lo impidió, las piernas no me respondían y la muñeca me dolía horrores. El chico se dio cuenta de lo que yo había hecho y volvió a acercarse a mí, rabioso. Pero esta vez supe reaccionar y le di una patada en la nariz. Él se alejó por el golpe, gritando y sujetándose la nariz por el dolor.

Me giré y vi al chico que me había ayudado dándole una patada a uno de los dos chicos que había estado mirando todo el rato. Él se giró y me vio. Tenía el pelo negro despeinado, su frente brillaba un poco por el sudor y su mirada, sus ojos grises, que segundos antes había demostrado determinación y odio, ahora me miraba con preocupación. Echó una mirada rápida para ver si alguno de los tres chicos aun se podía levantar, y al ver que no era así, se acercó a toda ostia hasta mi lado, se agachó y me miró a los ojos.

-Tenemos que irnos de aquí antes de que se puedan levantar. ¿Puedes andar?

No le pude responder. No tenía voz. Simplemente negué. Si en ese momento intentaba ponerme de pie, volvería a caer de bruces al suelo.

Él me miró intensamente y luego, para mi sorpresa, me paso un brazo por la espalda y otro por debajo de las rodillas y, con un impulso, me levantó.

Empezó a andar en una dirección que yo no conocía, pero que para él resultaba conocida, ya que caminaba seguro y sin dudar. De vez en cuando giraba la cabeza para asegurarse de que no nos seguían. No hablábamos, él simplemente se limitaba a apretarme contra su pecho para que no sintiera el frio de la noche.

Llevábamos mas de diez minutos andando cuando de repente abrió la boca.

-Oye… estaba pensando en que necesitas una camisa y que te curen esas heridas… No sé si… bueno, a lo mejor no quieres, pero estaba pensando en que si quieres que pasemos por mi casa y te dejo una camisa y te curo los cortes… pero si no quieres no pasa nada ¿Quieres que te lleve a tu casa?

Su voz había sonado insegura, como si dudaba de que lo que decía fuera correcto.

No podía ir así al orfanato, no podía. No podía plantar cara a Lucas y hacer como que no había pasado nada. No podía presentarme así.

-Llévame a tu casa, por favor…

Hablé en voz baja, casi un susurro. Mi voz sonaba frágil y parecía que en cualquier momento me iba a desmayar.

-De acuerdo, llegaremos en menos de dos minutos.

No sabía lo que me hacia confiar en él. Pero me había ayudado, no podía querer hacerme daño… Además algo dentro de mí me decía que el chico era de fiar. No vivía en un buen barrio, de hecho era uno de los más peligrosos de la ciudad. Pero nunca se debe juzgar a nadie por cosas como de donde procede. Al menos eso me había enseñado mis padres…

Cuando llegamos a su casa me bajó con cuidado, pero con un brazo me seguía sosteniendo por la cintura. Abrió rápidamente con la llave. Entremos sin hacer mucho ruido. La casa tenía un aspecto de abandono que se notaba a pesar de la oscuridad. Parecía como si nadie se preocupara mucho en que fuera un sitio agradable. Subimos las escaleras con cuidado, él iba detrás de mí, cuidado que no me cayera. Me condujo hasta una habitación y en silencio, entramos.

La habitación era pequeña, pero llena de cosas. Me condujo hasta la cama y me sentó en ella. Agradecí sentarme más que nada, las piernas no me podían sostener mucho más. La cabeza me daba vueltas y aun no me podía creer todo lo que había pasado. Era como cuando vas borracho, cuando ya estás en el punto de no retorno, sabes lo que pasa a tu alrededor, sabes lo que te dice, pero no sabes muy bien lo que tú dices o haces, es como si vieras una película, como si no fueras tu realmente el que manipula tu cuerpo.

Mientras yo me sujetaba con fuerza a las sábanas para no caerme, él estaba abriendo los cajones de su armario. Cogió una camiseta y se giró hacia mí. Se acercó y me la dio en las manos.

- Puedes ir al baño a ponerte la camiseta y a lavarte la cara si quieres.

Le dije que si con la cabeza y él me ayudo a llegar. Cuando se fue me miré al espejo, sujetándome en el lavamanos para no caer. Tenía una pinta desastrosa. El pelo estaba desecho, la mejilla derecha estaba más inflada de lo normal y el labio lo tenía roto, con restos de sangre seca alrededor. Me lavé la cara con delicadeza, el agua fría me calmaba el dolor que tenia. Al final seguía teniendo mal aspecto pero por lo menos ya no tenía sangre en la cara. Cogí la camiseta, era una sudadera, grande, amplia y caliente. Me la puse con dificultad, la muñeca seguía haciéndome daño.

Salí del baño, andando dificultosamente. El chico me esperaba en la puerta de su habitación y al verme, me sonrió con suavidad. Me ayudó a sentarme en su cama y se cogió una silla para él. Al principio nos quedamos mirando a los ojos por un rato, hasta que él empezó a hablar.

-Me llamo Carlos, Charlie para mis amigos – me dijo con un sutil sonrisa - ¿Y tú?

-Ariadna

Capitulo 21 :)

Cerré los ojos y aspiré el aire con fuerza. Al abrir los ojos ya no veía el tribal, pero lo recordaba igual de nítido que en el sueño. Caminé hasta la cama y me acosté. Boca arriba, sin taparme. Miré el despertador. Las cinco y media brillaban con una luz verde fosforito que destacaba en la oscuridad. Sabía que por muy tarde que fuera no me iba a volver a dormir.

¿Qué significaba realmente ese sueño? Ese tatuaje no me sonaba de nada, no se lo había visto a nadie, aunque quizás… podría ser… ¿Un recuerdo recuperado? Sonaba una gilipollez, pero a lo mejor no lo era. Puede que sí que hubiera visto ese tatuaje, aquella noche. Y quizás lo había olvidado. Realmente en aquel momento estaba muy aterrorizada como para acordarme de cada detalle. Y el hombre del tatuaje estaba en el mismo sitio en que mataron a mis padres.

Mi corazón aun latía rápidamente. Respiré hondo, intentando tranquilizarme un poco. Si el asesino de mis padres llevaba un tribal tatuado en la nuca de verdad… estaba claro lo que tenía que hacer. Tenía que… necesitaba encontrarlo.

Nunca había podido ver sus caras. La policía archivó y cerró el caso, por falta de pruebas. No se esforzaron ni lo intentaron lo suficiente, cerraron el caso en tan solo dos meses al no encontrar nada. Y nadie hizo nada por impedirlo. Nadie se preocupó por ello. En ese momento el dicho <> me pareció más bueno que nunca.
Intenté no pensar en nada durante algunos segundos, pero eso solo sirvió para que la rabia y la impotencia salieran a flote. Ahogando un grito le di un puñetazo a la cama.

Me levanté y me dirigí rápidamente a la ducha. Abrí el agua y la puse para que se fuera poniendo fría. Mientras me desnudé. Al meterme en la ducha el agua helada hizo que los músculos se me contrajeran. El frio me calaba con rapidez y eso hizo que mi mente se despejará y dejara de pensar. El agua me recorría toda y la piel se erizaba a su paso. Al cerrar los ojos para disfrutar, solo podía ver el tatuaje, nítido y brillante.

Salí de la ducha castañeando los dientes. Me envolví en una toalla y me sequé el pelo con otra más pequeña. Me vestí con unos vaqueros pitillo y una sudadera blanca, grande y calentita, y lo mejor, de manga larga de zapatos me puse unas deportivas blancas que eran cómodas. Fui al baño para peinarme, pero al llegar al lavamanos sonreí amargamente.

No había espejo.

Lo había olvidado. Tendría que decirle al director que me pusiera otro. Y con el pelo, pues lo dejaría que se secara al aire.
Miré el reloj, las seis y diez.

No quería estar ahí, encerrada entre esas cuatro paredes. Cogí la mochila con las cosas del instituto y salí de la habitación, cerrando la puerta suavemente.

Al llegar a la calle, el aire frio me dio en la cara. Cerré los ojos disfrutando unos segundos de la sensación. Siempre me había gustado el frio, el invierno y la nieve, los prefería mil veces al calor asfixiante del verano. El frio me hacía pensar y me hacía sentir bien. Era refrescante, demasiado.

La calle del orfanato no era una de las mas importantes de la cudad, pero aun asi estaba demasiado solitaria. El sol aun no habia salido y las farolas aun estaban encendidas, provocando que en el suelo se formaran circulos de luz mas intensa que a su alrededor. No se oian coches, despertadores o voces. El aire corria con rapidez, impactando en las paredes, los coches, en mi y encualquier obstaculo que saliera a su paso. Daba la impresión de que la misma calle estaba nostalgica, triste de recordar todos esos momentos que habia ocurrido en su asfalto y en sus aceras. Comienzos de amistades sinceras, finales de romances inolvidables, rencores ya arraigados en el pasado, maravillosas alegrias, tristezas de niños huerfanos, curiosidad de los niños que ven a los huerfanos y se preguntan ¿Cómo puede ser que no tengan padres? , inicios de un adolecente problemático en el mal camino, reconciliaciones emotivas… miles de momento que esa calle siempre guardará para si misma.

Empecé a caminar, sin rumbo fijo. Con la mente en blanco.
No pensaba en nada. No quería pensar en nada. En ese momento de lo que mas tenia ganas era de escapar de ahí y poder largarme a otro lugar. Sin preocupaciones, sin padres muertos, sin bandas, sin asesinos y asesinatos, sin orfanatos, sin heridas, sin dolor. Pero desgraciadamente ese lugar no exisitía, ha existido o existirá jamás. Esa era la puta realidad. Siempre nos toca jodernos.

Queria sentirme libre, joder. Sin ataduras.

Empecé a correr. A la maxima velocidad que podía. Sin fijarme por donde iba, solo corriendo y guiandome por mis instintos.

Empecé a frenar cuando los pinchazos en mis costillas eran insoportables. El flato me hizo doblarme en dos y cerrar los ojos para poder soportar mejor el dolor sin tener que ahcer mcuho ruido. El tiempo pasado en el hospital aun me pasaba factura. Aspiré aire muy hondo y jadeédurante un minuto más. Hasta que el dolor fue desapreciendo y me pude volvera poner recta.

Abri los ojos con asombro al darme cuenta de donde estaba. Una pequeña sonrisa se fue dibujando en mi cara al recordar aquellos momentos pasados. Me fui acercando poco a poco y me senté en el columpio que habia al medio del parque.

Aquel parque donde conocí a Carlos hacía casi dos años.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Capitulo 20 :)

Ni siquiera supe que contestar.
- Lucas, sé lo que me hago… ¿Vale?
- ¡Pues no lo parece! Mira, eres como mi hermana, Ari y no quiero que te claven una navaja o algo peor.
- No me pasará, tranquilo, de verdad.
Le sonreí, pero no conseguí trasmitirle mucha paz. Me miró inquieto pero no añadió nada más.
Nos quedamos como cinco minutos perdidos en nuestros pensamientos.
No podía imaginarme mi vida en unos meses… Lucas se iba a la universidad y yo… me quedaría sola en el orfanato. Podía valerme sola, pero no sería lo mismo sin él. La persona que más se había preocupado por mí después de mis padres. Una parte de mi, mi parte egoísta, quería que él se quedara a mi lado, sin importar nada. Pero Lucas sería infeliz. Por eso mi otra parte quería que él se fuera a la universidad, se sacara la carrera y fuera feliz. Poder ver una de sus sonrisas sinceras era recompensa suficiente.
- ¿Carlos aun está herido, verdad?
Me giré sobresaltada. Lucas apoyaba la cabeza sobre los brazos, que cruzados estaban apoyados encima de el respaldo de la silla. Me miraba con una mezcla de curiosidad y conformidad.
- ¿Cómo…?
- ¿Qué como lo sé? – asentí – las noticias vuelan.
Hice una mueca de hastío y bufé.
- Se mete en cada lío que…
- Siempre ha sido así. – su mirada cambió – Me acuerdo que cuando teníamos trece años, íbamos Carlos, Yon y yo por un barrio que esta al norte de el instituto. Nos cruzamos con unos cuantos skins de esos. El muy idiota de tu novio, en vez de mirar a otro lado se le ocurrió mirarlos mal. Ya sabes cómo son esos tíos, se cabrean por nada. Vinieron hacia nosotros sacando todas sus armas. Joder, me acuerdo que en ese momento lo primero que pensé fue que no sabía que se pudieran esconder tantas armas en la ropa. – se rió amargamente – Yon empezó a correr, yo iba a hacerlo pero me di cuenta de que Carlos pretendía plantarles cara.
Levanté las cejas, incrédula.
- Eran siete u ocho, de diecisiete años a veinte cada uno. Y nosotros solo éramos tres niñatos de trece años. Lo primero que hice fue cogerlo del brazo y estirarlo. Lo obligué a correr. No opuso resistencia, pero cuando llegamos a la fábrica y los skins no nos seguían, se cabreó. Empezó a gritarnos a Yon y a mí que éramos unos cobardes.
- ¿Qué le dijisteis?
- Que más que cobardes, éramos sensatos.
Típico de Carlos. Ir de macho cuando no debía.
Lucas suspiró y se levantó de la silla. Se fue hasta la ventana y se apoyó en la pared. Miraba a través de la ventana. Su mirada reflejaba incertidumbre.
A lo mejor no estaba seguro del futuro, de lo que nos esperaba en el futuro. Como yo. La vida da demasiadas vueltas.
- Me voy al taller.
Me levanté de la cama y me acerqué al escritorio. Empecé a buscar por los cajones. Cuando encontré las llaves me giré para encararlo.
- Ten llévale a tu amigo las llaves de la moto que me dejó ayer. Está aparcada ahí, en la salida.
Las cogió al vuelo. Y con una sonrisa salió de la habitación.
Me volví a sentar en la cama. Tenía demasiadas cosas en la cabeza. Ese puto día me había causado demasiados dolores de cabeza. El instituto, Richi, Tony, Lara, Lucas. Cogí el móvil y empecé a buscar alguna canción. Calles de Nach empezó a sonar en mi habitación. Esa canción era tan real… tan apropiada. Me abandoné a la música. No quería pensar en nada.

“Calles, donde siempre paga quien falla,
Donde todos cruzan rayas y quieren ganar medallas.
Calles, batallas entre el humo y la niebla”

Me acordé de Ruth y las demás. Si supieran lo que yo había hecho, visto o vivido fliparían. Demasiado fuerte para sus mentes protegidas por sus padres. ¿Ellas habrían soportado ver morir a sus padres? ¿Podrían haber soportado que su mejor amigo, y después su novio, hubieran recibido un navajazo? ¿Habrían soportado las huidas de la policía, las tardes y las noches de juerga, las peleas? ¿Habrían soportado todo eso?

Quién sabe. A lo mejor no, o quizás sí. Eso ya no se puede averiguar, porque fue a mí a quien le toco vivir esta vida. Ellas tuvieron más suerte que yo.

Las canciones se fueron sucediendo unas a otras. Y poco a poco, me dormí.

La adrenalina y el miedo corrían por mis venas. Tenía que esconderme, tenía que esconderme. Di un repaso rápido a la habitación con la mirada. Era la habitación de una niña pequeña, había muñecas, lápices de colores y zapatos de ballet por el suelo. Me sonaba de algo, pero no sabía de qué. Oí el crujir de la madera de las escaleras, ocasionado por unos pasos. Pasos de dos hombres.
Decidí arriesgarme y me acerqué rápida pero silenciosamente al armario. Estaba lleno de ropa bonita y buena calidad, cara. Aparte la ropa a un lado hasta que me pude hacer un pequeño hueco. Con las piernas temblando y el corazón a mil por hora entré en el armario y cerré la puerta, dejando un hueco diminuto para poder ver. Para entonces los dos hombres se habían acercado lo suficiente a la habitación donde me escondía, y uno de ellos estaba girando el pomo de la puerta. Este provocó un pequeño chirrido que me dio un escalofrió. Tenía un miedo irracional. No sabía exactamente porque, pero lo tenía. Era como si ya hubiera vivido aquello antes. Quizá solo era producto del pánico.
La puerta se abrió chirriando. Necesitaba aceite. Al igual que la puerta, la habitación, como toda la casa despedía una fuerte sensación de olvido y tragedia. Los dos hombres entraron. Sus pasos eran sigilosos, amenazantes. Había un nudo en mi garganta que no me dejaba respirar. Vi como unos de ellos se acercaba a la cama. La oscuridad me impedía verle la cara, pero vi un tenue resplandor en su bolsillo trasero. Una navaja, pensé inmediatamente. Pero fue el otro quien más me llamó la intención. Estaba al medio de la habitación, recorriéndolo todo con su mirada. Eso más que verlo lo intuí. Estaba en una zona donde no le daba la luz.
Tenía ganas de correr y gritar, pero eso me descubriría, y no quería eso, por nada del mundo. Mi otro deseo era poder despertar de esa pesadilla que se me hacia tan parecida a la realidad. Cerré los ojos con fuerza, deseando estar en cualquier otro lugar. Pasé dos segundos eternos así, pero al abrir los ojos todo seguía igual. La única diferencia era que el hombre que había estado antes en el medio de la habitación se acercaba a la ventana. El otro mientras rebuscaba en los cajones, deseoso de encontrar algo de valor.
Las nubes que ocultaban la luna se alejaron y un rayo de luz plateada entró por la ventana. Un gran tribal se dibujaba en la nuca de hombre que estaba en la ventana. Y, en el mismo momento en que me di cuenta, él se giró. Y me miró.
- ¡Ah!
Me incorporé en la cama rápidamente. Puta pesadilla. Me levanté jadeando aun del terror que había experimentado segundos antes. Fui hasta el baño y empecé a lavarme la cara. La pesadilla había hecho sudara. Me apoyé con las manos en el lavabo, intentando no caerme. En ese momento no confiaba demasiado en mi sentido del equilibrio, y mucho menos en mis piernas.
Miré el espejo que estaba frente a mí. Y, allí, reflejado en mis pupilas, estaba él. Ese tribal tatuado.

sábado, 28 de agosto de 2010

Capitulo 19 :)

Antes de que pudiera darme cuenta, paró de reír y se dio cuenta de que le estaba mirando analíticamente.
- Conozco esa mirada… - dijo receloso - ¿Por qué me miras con esa mirada?
- ¿Qué mirada?
- Esa mirada - enfatizó -. La que tienes ahora mismo.
Vacilé un momento.
- ¿te pasa algo, Lucas? – dije inquisitivamente.
Él me miro asombrado, abrió los ojos y la boca se entreabrió. Vi como inconscientemente cerraba los puños. Y también como apartaba la mirada un momento, pero no lo suficiente como para que no me diera cuenta.
- No, nada. ¿Por?
- No me mientas. Sé que te pasa algo, te conozco demasiado bien como para no darme cuenta. – le dije suavemente.
- Todos nos podemos equivocar. – le miré interrogante – Se supone que yo te conozco tan bien como tú a mí. Y sin embargo no me di cuenta de que querías suicidarte. – atacó con dureza.
Me dolió. Claro que me dolió. Pero no le contesté. Sabía que tan solo decía eso porque yo le estaba invadiendo su “espacio” por decirlo de alguna manera. Yo hacía lo mismo cuando alguien se quería preocupar por mí, atacar, ponerme a la defensiva, todo para hacer notar que “no me pasa nada”, que puedo cuidar de mi misma, que no me hacen falta los demás. Pero por esa actitud había terminado en el baño de mi habitación cortándome las venas.
- Ya, pero… ¿Cuántas veces te he dicho que no sabes mentir? – le dije con una media sonrisa.
Lucas abandonó la actitud defensiva un momento.
- Oye, no te voy a obligar a contarme nada. Pero, si que quiero que sepas que puedes confiar en mí.
Él me sonrió, y antes de que pudiera darme cuenta me dio un abrazo. Suspiré aliviada, era bueno saber que no se enfadaba conmigo.
- Vamos a tu habitación, allí hablaremos mejor.
Nos fuimos hasta mi habitación. Al entrar me di cuenta de que necesitaba ordenarla ya. Parecía que alguien había entrado a robar. Yo me senté en la cama y él en una silla que sacó de debajo de un montón de ropa.
Esperé para ver si empezaba a hablar pero no lo hacía. Miraba al suelo con rabia.
- Estoy harto, Ariadna.
Fruncí el ceño.
- Estoy harto de esta mierda, de este orfanato y de todo lo demás.
Paró un segundo de hablar. Pero no era porque había terminando. Sentí como estaba intentado buscar las palabras adecuadas.
- Estoy harto de vivir así, Ari… de que me miren como si fuera un delincuente, de no poder fiarme de nadie, de… le miré escéptica - ¡Perdona! De casi nadie, de tener que ir con los cinco sentidos alerta porque nunca sabes cuándo te pueden matar o traicionar, de ver que para lo que nosotros está prohibido o es difícil para otros es más que fácil. Estoy harto de pertenecer a la calle…
Nunca me había parado a pensarlo. Lucas siempre parecía tan seguro de sí mismo, tan feliz. Siempre estaba seguro de lo que hacía, decía o pensaba. Pero en ese momento me di cuenta. Lucas nunca podría sentirse a gusto en la calle, no era su lugar. Él era demasiado bueno para la vida en la calle, era demasiado pacifico, demasiado generoso, demasiado simpático, demasiado tranquilo. Simplemente, era demasiado Lucas.
- Quiero una vida normal, Ariadna ¿Me entiendes? – Lucas me miró intensamente.
- Creo que sí. Pero… no puedes hacer nada.
Lo dije con compasión. Esto no era vida para él. Lucas se merecía mucho mas.
- Estoy estudiando en serio. A finales de curso haré la selectividad.
- ¡¿Te piras a la universidad?! – pregunté sin poder creérmelo. No podía imaginarme el orfanato sin Lucas.
- Es lo que espero. – mantenía la cabeza agachada, mirando al suelo – De todas formas a finales de verano cumpliré los dieciocho, me echarían del orfanato. Y antes de que eso pase quiero conseguir una beca para poder estudiar en la universidad y así conseguir un empleo bueno.
- ¿Es esa la forma en que quieres salir de aquí?
- Si…
Sentí como el aire me faltaba. Abrí la boca varias veces hasta que por fin conseguí emitir un sonido.
- ¿Qué quieres estudiar?
- Periodismo de guerra.
Qué ironía.
- ¿Sales de las calles para meterte en guerras?
El se rio amargamente.
- No sé, quizá quiero estudiar eso para ver que hay problemas más serios que los que nosotros tenemos. A saber…
- Eso ya tiene un poco más de lógica.

Me acordé que una vez, hacia unos dos años, habíamos dicho algo parecido.
“Paseábamos por ahí, esperando a que fuera la hora de cenar para volver al orfanato, cuando vimos un cartel donde un psicólogo se anunciaba. Bufé hastiada, nunca había soportado los psicólogos. Siempre metiéndose en la vida de la gente.
- ¿Por qué alguien querría ser psicólogo? No lo entiendo. – dije harta.
Lucas se giró para mirarme. El sabía que yo odiaba a los psicólogos desde que después de la muerte de mis padres tuve que asistir a terapia durante unos meses.
- Quizás creen que si escuchan los problemas de la gente que lo está pasando mal, su vida parecerá menos mierda.
- A lo mejor tienes razón. – le miré sonriendo – O quizás son masoquistas y les gusta amargarse pensando en todo lo malo de la vida. “
Por aquel entonces yo aun no había ingresado en La Banda y a Lucas le faltaba poco para que le metieran una navaja y decidiera salirse de ella.

- Sabias que el periodismo de guerra es peligroso, ¿verdad? – Lucas no me contestó – podrían matarte si te envían a un país conflictivo.
- Dijo la chica que está en una banda de delincuentes conflictivos – contraatacó sonriendo sarcásticamente.
- Joder… No vas a parar nunca.
- No. Ariadna, sal de ahí, deja de meterte en líos de una vez.
- ¡No! Lucas, tú junto con ellos sois la única familia que me queda. – dije intensamente - No quiero perderlos, igual que no te quiero perder a ti ¿Por qué no lo entiendes?
- Te fallaran. Tarde o temprano te harán daño.
- Que a tu te lo hicieran no quiere decir que conmigo pase lo mismo.
Lucas frunció el ceño un momento y se volvió a relajar.
- La Banda es como un cáncer. Te va matando lentamente, te hiere, cambia a la gente, hace que te aísles de las personas rechazando su ayuda, vas quedándote solo… hasta que finalmente ya no hay nada que hacer. O te has muerto, o estás solo.
Su explicación me dejo sin aliento. Ni siquiera supe que contestar.

lunes, 16 de agosto de 2010

capitulo 18 :)

- ¡Joder, Ariadna! – exclamó mirándome con impotencia a los ojos.
- Ni joder, ni mierdas ¿Entiendes Lara? – No dejé que me afectara su mirada. Ella me miro impresionada – Raúl estaba en la reunión, no creo que seas tan idiota como para decirme que aunque él no estuviera en su casa, tú si lo estabas – terminé con molesta.
No me contestó. No me miraba a los ojos, miraba al suelo. Su mirada era de pura impotencia y vergüenza. Todo su cuerpo temblaba y su boca se abría y se cerraba muchas veces sin llegar a emitir algún sonido. No la presioné y esperé. Poco a poco, después de unos segundos empezó a tranquilizarse y su temblar paró.
- Ari, tía… Lo siento, de verdad que lo siento… pero no… no te puedo decir nada – abrí los ojos con asombró normalmente Lara me lo contaba todo, sin excepción alguna – Si pudiera te lo contaría, pero no puedo. – finalizó con indecisión.
- ¿Por qué no puedes?
- No me lo preguntes ¿Vale? Ya es bastante difícil decir esto. – Lara apartó los ojos evadiendo mi mirada - ¿Nunca has tenido un secreto que no puedes contar a nadie?
Por primera vez en mucho tiempo no supe que decir. Agaché la cabeza y mi mirada se posó sobre mis dos muñecas. Tapadas por las largas mangas del jersey, estaban dos cicatrices, rojizas y presentes, intentando recordarme a cada momento mi error. Claro que sabía lo que era no poder contarle a nadie un secreto.
Miré a Lara, estaba pálida, avergonzada e indecisa. Sus ojos me miraban pidiéndome disculpas. Y le perdoné. Después de todo era amiga mía y… fuera lo que fuera que ocultara no podía ser peor que lo mío. Yo no tenía ningún derecho a juzgarla.
- Si, si lo sé…
Ella levantó la vista esperanzada.
- Entonces… ¿No estás cabreada conmigo?
- No. – le sonreí ligeramente – No, tranquila.
- Gracias, tía.
- No hay de qué. – respondí incomoda - Bueno, me largo.
- ¿Te irás a ver a Carlos?
- No creo, necesita descansar y si estoy por allí no lo hará. Me iré al orfanato si eso.
- Pues adiós. Intentaré llamarte después.
Me di la vuelta y sumida en mis pensamientos salí al exterior. La calle estaba desierta, como de costumbre, solo papeles, paquetes, y en general basura, estaba por el suelo. El viento los arrastraba de un lado a otro haciendo parecer a la calle un escenario de película de terror. Ya me lo imaginaba, solo faltaba que detrás de mi estuviera Jack el Destripador, Jason Voorhees o Freddy Krueger. Pero no, esto no es Londres, el Lado Cristal o Elm Street.
Me estremecí de frio. Ese marzo era excepcionalmente frio. Empecé a caminar hacia el orfanato. Seguía el camino más por inercia que por ir concentrada en dar los pasos correctos. Ese camino lo habían recorrido miles de veces, y podría hacerlo hasta con los ojos vendados.
Mis pensamientos me tenían agobiada. Por un lado estaba Carlos, herido por el cabrón de Joel, por otro lado estaba Tony, al que Richi y los suyos quería darle una paliza, después estaba Lara, que escondía algo, y por último, Lucas, hacia bastante que no hablaba con el acerca de cómo le iba todo. Solo hablábamos lo típico. Desde mi “gran” intento de suicidio, yo tenía la cabeza en otro sitio y se me estaba olvidando que era Lucas, el mismo Lucas que me había cuidado desde los ocho años, el que había estado al lado de mi cama en el hospital.
Miré a la gente. Algunos parecían ir con prisa, arrollando a la gente a su paso. Otros iban cabizbajos y con toda la lentitud del universo, parecía que estos caminaban hacia su muerte, por la desgana que llevaban encima. Pensé de nuevo en una conclusión a la que había llegado hacia años: la gente no conoce a las personas con las que conviven. Conocer de verdad, quiero decir. Podría asegurar que hay gente que vive en el mismo edificio más de diez años y ni siquiera sabe cómo se llama el vecino de enfrente o el de al lado. Aun peor, podrías ser amigo de alguien y no llegar a conocerlo nunca del todo. Por ejemplo La Banda, nadie de ahí me conocía a fondo, ni siquiera Carlos.
“¿Podrías dejar de ser tan jodidamente hermética por una vez? a toda La Banda nos jode no poder ver a través de ti, nos jode no poder saber qué es lo que piensas de verdad.”
La frase de Tony, la noche en que fui a casa de mis padres, volvió a mi mente.

Llegué al orfanato a eso de las siete de la tarde. No había mucha gente por los pasillos. Tan solo un par de críos persiguiendo a una niña para tirarle de las trenzas. Los dos niños le seguían de cerca, con unas sonrisas maliciosas en sus caras de siete años. La niña por sui lado, corría con todas sus fuerzas, con la cara aterrorizada. La niña de las trenzas paso por mi lado sin rozarme, pero uno de los niños si que se hubiera estrellado contra mi si yo no hubiera dado un paso hacia atrás. El niño siguió corriendo sin darse cuenta.
- ¡Mira por dónde vas, joder! – exclamé.
Bufé indignada y los vi alejarse, escaleras arriba. Detrás de mí se oyó una risita burlona.
- ¿Abusando de los pequeños?
Me giré con una sonrisa sarcástica y miré al chico que estaba frente a mí.
- ¿Con lo buena persona que soy yo? Sueñas.
Lucas empezó a reírse. Aproveché para mirarle. Siempre conseguía adivinar si le pasaba algo tan solo con mirarle. Por desgracia, él hacía lo mismo. Vi como debajo de sus ojos, había dos grandes ojeras, moradas y marcadas. Parecía que no había dormido bien. También parecía más delgado, tenia los pómulos mas hundidos y el pantalón parecía venirle grande, más que de costumbre.