IMPORTANTE

La entrada que esta entre el 6 y el 7 capitulo tambien es un capitulo! es como la sgunda parte del 6.

jueves, 27 de mayo de 2010

CAITULO 14

- Quiero ver a Carlos. – exigí.
- Hola Ariadna, cuánto tiempo me alegro de que preguntes como estoy – dijo sarcásticamente.
No le contesté. Nunca me había fiado del todo de Pablo, había algo en él que me hacia desconfiar, era como si ocultara algo.
- En su habitación – respondió secamente.
Sin que me dijera nada pasé por su lado y subí las escaleras. Pablo venía detrás de mí. Cuando estuve frente a la puerta de Carlos llamé a la puerta. No me contestó nadie, pero oí un gemido de dolor. Tenía los nervios de punta y no sabía si estaba preparada para ver a Carlos con un navajazo, pero la vida era demasiado corta como para detenerse solo por tener miedo. Porque si, tenía miedo, miedo de pensar que Carlos podía morir. Sin pensarlo dos veces abrí la puerta.
Carlos estaba recostado en la cama, con la cara contraída por el dolor, pero a pesar de eso me sonreía. Vi que la venda que le rodeaba las costillas estaba ya roja por la sangre que emanaba de la herida.
Sin decir nada me acerque a él y le di un beso lleno de ternura. El se rio, con dificultad.
- No seas idiota – le regañé – si te ríes es peor para ti.
- Pensaba que no vendrías – dijo ignorando lo que le había dicho – pensé que seguías cabreada por lo de la otra noche.
- Lo estaba.
- Lo siento – me miró a los ojos – pero quería pasar más tiempo contigo, con todo eso de que estabas enferma no te había visto en días.
Enferma. Ya, claro. La vista se me desvió a las muñecas, las cicatrices estaban cubiertas por dos muñequeras, de modo que no se podía ver nada.
- Lo sé joder. Pero sabes que cuando quiero estar sola no aguanto a nadie a mi lado.
- Ya, pero… supongo que en ese momento no pensé en lo que tú necesitabas…
- No pasa nada – dije con ganas de cambiar de tema – ¿Cómo estás?
- He estado peor – se burló – Por lo menos el hijo de puta de Joel también se llevó lo suyo.
- No tendrías que haberte peleado. – dije duramente – Y a sabes que Joel es capaz de todo.
- ¡No iba a dejar que te tratara así!
- Puedo arreglármelas sola. No sería la primera vez que peleo.
- Tampoco sería la vigésima vez - me sonrió.
Sonreí ligeramente. No me apetecía pelearme más con él. En ese momento me acorde de Pablo. Me gire y vi que la puerta estaba cerrada y que el se había ido. Mucho mejor.
- Va, cállate. Te voy a cambiar las vendas.
Pasé la siguiente hora quitándole las vendas sucias, limpiándole la herida y colocándole las vendas limpias. Carlos me había hecho caso y no había hablado en todo el rato. La herida no era muy grave, pero si era profunda. Sin ninguna duda tardaría varios días en cerrarse, pero por lo menos ya se la había desinfectado.
Cuando terminé me acosté a su lado. Mirando al techo.
- Carlos.
- ¿Sí?
- No quiero que te vuelvas a pelear por mí.
- No me va a pasar nada – aseguró.
- Ya, ya lo veo. – dije sarcásticamente – No lo digo solo por eso. No quiero que nadie me defienda. Mis líos son míos, yo soy la que tiene que solucionarlos.
- Pero…
- No. No lo vuelvas a hacer.
- Lo que quieras Ari…
Me giré y le besé. Sabía que para él aceptar eso había sido duro. También sabía que si había aceptado era para que no me cabreara con él. Después de todo, Carlos siempre intentaba hacerme feliz. El me acarició la cintura con una mano y con la otra me sujetaba por la nuca, acercándome a él. La temperatura subía y cada vez estábamos más apretados. Sabía lo que vendría después. Siempre que empezábamos así, terminábamos igual. Tenía ganas, pero él estaba herido. Le aparté con una mano y le miré a los ojos, que me miraban con reproche.
- Hoy no.
- Estoy bien – dijo como un niño pequeño al que le niegan algo que desea.
Le miré arqueando un ceja y entonces sonrió pícaramente. Empezamos a reír y me abrazó. Eso me sorprendió, el era mas de besar, de actuar, no de sentimentalismos. Y si eso me sorprendió más me sorprendió lo siguiente.
- Te quiero, Ariadna.
Giré la cabeza para poder mirarlo directamente a los ojos. Él nunca me había dicho un “te quiero” y yo tampoco se lo había dicho nunca. No es que no nos quisiéramos, simplemente, para nosotros, amar era mucho más difícil que para otros, que dicen tantos “te quiero” que las palabras pierden valor.
Era mucho más difícil amar cuando la vida te ha dado tantos golpes que desconfías de la gente, porque entonces es mucho más difícil exponer tus sentimientos, te entra miedo por si te vuelven a dar otro golpe y es entonces cuando encierras tu corazón bajo una capa de hielo, lo rodeas de fuego y de una valla de espinas, para que nada mas te pueda hacer daño. Pero a pesar de todas las protecciones que puedas poner, siempre habrá una persona que las atravesará; derretirá el hielo, apagará las llamas de fuego que te rodean y romperá la valla de espinas. Entonces es cuando esa persona se gana un lugar muy importante en tu corazón, uno muy importante.
- Yo también te quiero, Carlos.
Apoyó su frente en la mía y, aunque sonreía divertido, sus ojos demostraban la ternura y la pasión que sentía en esos momentos. Lentamente acercó sus labios a los míos y me besó como nunca antes me había besado. Un beso cargado de una pasión desbordante y a la vez tan tierno como puede ser el primer beso.
Cuando no separamos nos quedamos mirándonos durante un rato bien largo. Habríamos seguido así durante mucho más tiempo si no fuera porque un reflejo plateado me llamó la atención desde la ventana. Era la luna. Entonces me acordé del orfanato. Seguramente ya pasaba de la una de la madrugada. No era muy tarde pero…
- Ya es hora de que me vaya. – antes de que abriera la boca para protestar le callé – Y tú necesitas descansar.
Simplemente me sonrió con resignación y me abrazó una vez más. Su boca rozaba mi oído. Entonces habló. Haciendo que su aliento chocara contra mi piel, provocando que un escalofrió recorriera mi espalda.
- Perdóname si alguna vez soy un hijo de puta contigo.
Me separé de él y me dirigí a la puerta. Cuando iba a salir me giré para verlo, y le sonreí.
- Te perdono.
No llegué a ver si hacia algún gesto o no, pues salí de la habitación y cerré la puerta con suavidad.

Cuando al salir de la casa el viento me dio en la cara sonreí. Me alegraba de que Carlos no tuviera nada muy grave. Yo misma había tenido heridas peores. Fui hacia donde había aparcado la moto. Dos minutos más tarde recorría las calles de Barcelona a cien kilómetros por hora.

lunes, 17 de mayo de 2010

Capitulo 13

Me quedé mirando al techo, sin pensar ni hacer nada durante un rato más bien largo. Al mirar hacia la mesita de noche vi mi cartera, dentro tenía una foto mía y de Carlos. Carlos. Joder, el muy capullo no me había llamado aun ¿Seguiría enfadado por lo de anoche? Bah, me daba igual. Ya se le pasaría. Yo no pensaba disculparme, no había hecho nada malo. Solo había querido estar sola.
No tenia sueño. Me levanté y me acosté encima de una toalla en el suelo y me puse a hacer abdominales para que me entrara el cansancio.
Cuando llevaba diez minutos haciendo ejercicio Buscando el camino de Pignoise empezó a sonar en mi móvil. Cogí el móvil y sin mirar la pantalla acepté la llamada.
- ¿Sí?
- ¡Hola Ari! – era la voz de Lara - ¿Cómo estás tía?
- Bien ¿Debería de estar mal? – inquirí, por su tono de voz parecía que realmente se esperaba que yo estuviera de bajón.
- No, hombre mejor que estés bien – dijo alegre – lo digo porque ayer te fuiste de repente, nos dejaste bastante preocupados, sobre todo a Carlos…
- Ya, claro, sobre todo a él. Por eso no me ha llamado en todo el día ¿Verdad? – dije sarcástica a más no poder.
- En serio que estaba preocupado, y lo está aun. Pero ya sabes cómo es él, igual de cabezota que tu.
- Lo que tu digas Lara, no tengo ganas de discutir.
- Lo que quieras ¿Te ha pasado algo interesante hoy?
No sabía si decírselo, la “clase alta” era más que odiada por toda La Banda, más que nada porque ellos tenían privilegios con los que nosotros ni siquiera podíamos soñar.
- No. He acompañado a Lucas a trabajar y después me he pasado el resto del día en el orfanato.
- Pues que aburrido. Y… ¿Qué tal le va a Lucas?
- Bien. le va bien en el trabajo y todo eso.
- Me alegro…
Lara aun había llegado a conocer a Lucas cuando este estaba en La Banda, él se fue dos meses después de que ella entrara. No habían sido amigos, pero Lucas para ella había sido como su “amor platónico” y aun se preocupaba por él, aunque realmente ya no le gustaba.
Seguimos hablando un rato más sobre cosas triviales. No estaba muy interesada en todo lo que me contaba pero por lo menos me distraía y seguro que me llegaría el sueño mucho más pronto.
- ¡Ah, se me olvidaba joder! Hoy Carlos se ha peleado.
- ¡¿Qué?! ¿Con quién? – ahí sí que empecé a prestar atención.
- Con Joel – dijo emocionada – por lo que te dijo ayer sobre tus… bueno ya sabes.
Carlos era gilipollas.
- Carlos es gilipollas - expresé lo que pensaba.
- ¿Cómo? ¡Tía es súper bonito lo que ha hecho por ti!
- Olvidaré que has hablado como una pija – dije picándola – No necesito que nadie me proteja, ya sabes que odio eso.
- ¿No jodas? Como si no lo supiera. – dijo riendo - Yo creo que deberías ir a verlo el hijo puta de Joel le ha rajado.
Me levanté de un salto mientras la sangre en mis venas se congelaba. No podía hablar, no me salían las palabras.
- No ha sido muy grave pe…
- ¿Está Carlos en su casa? – la interrumpí.
- Si ¿Por?
No le contesté. Corté la llamada y empecé a vestirme con lo primero que veía tirado por la habitación. No podía pensar en nada, tenía la mente en blanco y me costaba asociar las ideas. Carlos. Joel. Navaja. Sangre. Me acordé de cuando vi a Lucas después de que lo apuñalaran, fue horrible, estaba pálido y no respiraba bien. Durante cinco semanas después de lo de Lucas había tenido pesadillas donde él moría desangrado. No quería volver a pasar lo mismo con Carlos. Con él no…

Crucé corriendo los pasillos y el patio trasero hasta el agujero de la valla, sin preocuparme por no hacer ruido, total ¿Qué podían hacerme?
La casa de Carlos estaba lejos, casi a la otra punta de la ciudad, iba a tardar demasiado si iba a pie. Mientras empezaba a correr iba marcando un número con las manos.
- ¡Eh! ¿Qué pasa Ari?
- Nada ¿Dónde estás Lucas?
- Trabajando – dijo como si fuera obvio – estoy haciendo horas extras te lo dije esta mañana.
- ¿Tienes descanso?
- Si, en cinco minutos per…
- ¿Hay por ahí alguien que tenga moto?
- Si pero…
- Ahora me paso.
Colgué y empecé a correr más rápido que antes hacia el trabajo de Lucas. Sentía un pinchazo en las costillas, flato, seguramente era por haber ido corriendo al mismo tiempo que hablaba por teléfono. Pero el flato no hacía que aminorara la velocidad, había estado en peores situaciones y el flato era bastante poco importante si lo comparas con que si paras te rajan de arriba abajo.
Llegué en unos ocho minutos y se lo explique rápidamente a Lucas, que a pesar de no gustarle Carlos sabía que era importante para mí. La moto me la dejó un compañero de Lucas. Se lo agradecí diciéndole que mañana se la devolvería, el chico no tendría mucho más de diecinueve y me dijo que no pasaba nada, que si era amiga de Lucas entonces se fiaba de mí. Seguramente si supiera donde estaba yo metida no se fiaría tanto.

Bajé de la moto y le puse la cadena para que no la robaran. El barrio donde vivía Carlos era de todo menos seguro, más de una vez habíamos tenido problemas con chicos de ese barrio. Al llegar a la puerta me paré no sabía quién iba a abrir, el hermano de Carlos me era indiferente, me daba mala espina pero después de todo yo no era nadie para juzgar, más que nada porque casi ni había hablado con él en mi vida. Pero su padre… joder, ese sí que me daba mal rollo. Al final de me decidí y llamé al timbre. Estuve un rato esperando pero no abrían. Volví a llamar.
- ¿Quién es? – dijo al cabo de tres minutos una voz grave.
No me había dado cuenta de que estaba reteniendo la respiración, igual que no me di cuenta de que al oir la voz había suspirado de alivio. Si que estaban en casa.
- Soy Ariadna.
En ese momento la puerta se abrió dejando ver a un chico entre veinticinco y veintiséis años, moreno y con los ojos color miel. Era Pablo, el hermano mayor de Carlos que me miraba mientras sonreía de lado.

jueves, 13 de mayo de 2010

CAPITULO 12

Ella me miraba intentando parecer sobrada de sí misma, pero sus ojos la delataban, tenía miedo. Irina era una de las pocas personas del colegio que sabían que yo pertenecía a La Banda y por tanto sabia de lo que yo era capaz.
- A los que se interponen en mi camino, yo los saco a patadas – susurre, en voz baja pero lo bastante alto como para que se enterara.
- ¿Me vas a pegar? ¿En el orfanato? – intento amenazarme.
- Puede. También puede que te pegue en el instituto.
Me acerqué a ella y le cogí por el brazo retorciéndoselo.
- De momento solo te hare un pequeño moratón. A la próxima te juro que te doy una paliza – le retorcí mas el brazo - ¿Lo has entendido o tu única neurona se ha visto afectada por el tinte? – no me respondió, le retorcí más aun el brazo- ¡Responde!
- ¡Sí!
- Pues ahora me vas a decir que querías.
- Lucas te buscaba y me ha enviado “amablemente” a decírtelo.
Después de decir eso se fue cerrando la puerta tras de sí. Puse cara de asco y salí yo también de la habitación. Las pocas chicas que estaban en el pasillo me miraban de reojo a la cara, para después bajar la mirada hasta mis muñecas. La camiseta de manga larga escondía las vendas que aún conservaba. Al bajar a la segunda planta vi a chicos que aun iban con pijama paseando por el pasillo o metiéndose en otras habitaciones para pedir algo seguramente. Los que me veían se me quedaban mirando, pero sus ojos iban de mis muñecas vendadas a mi culo. Salidos. En la primera planta veía niños y niñas corriendo felizmente de un lugar a otro, jugando, solo unos pocos me miraban impresionados.
Cuando llegué al comedor bastantes personas se giraron para verme, yo no miraba nada en especial, todo en ese sitio me era indiferente, los pasillos, las habitaciones, la gente, todo, simplemente todo. Cogí una bandeja con poca comida y me senté sola en una mesa. Antes de que se sentara a mi lado ya había notado a Lucas.
- ¿Sigues cabreada por lo de ayer?
- No. Estoy cabreada por lo de hoy. – dije sin mirarlo.
- ¡Hoy no te he hecho nada!
- ¿te parece poco haber enviado a Irina a mi habitación?
- Ah… -su cara perdió color – lo siento es que era la primera a la que había visto.
- Bah, ya no importa.
- Bueno, lo siento. Por lo de ayer y por lo de hoy. – ni siquiera le miré, aunque ya le había perdonado - ¡Joder! ¿Qué quieres que diga que…?
- Oh, cállate. Ya te he perdonado.
Le miré por primera vez en lo que iba de día y vi que me sonreía.
- Eres imbécil, hermanita. Pero para que veas que soy buen hermano tengo algo que te alegrará. – le miré escéptica.
- ¿El qué?
- Hay nuevas zonas donde podrías hacer graffitis.
En mi mente algo se despertó. Pintar era justo lo que más necesitaba en ese momento. Cuando yo pintaba era como expresar mis sentimientos y emociones en la pared, algo así como los escritores, la única diferencia era que los escritores escribían sus sentimientos, yo los plasmaba.
Cuando terminé de comer me fui con Lucas a dar un paseo. Al ser sábado podíamos salir del orfanato sin que nos pudieran decir nada. No hablábamos, estábamos pensando en nuestras cosas. Cuando era la una acompañé a Lucas a su trabajo. Hacía cinco meses que trabajaba en una tiendo como dependiente. Ganaba poco, pero por lo menos tenía un trabajo, cosa que no podían decir muchos adultos. Cuando lo dejé fui a Las Ramblas y me senté en un banco. Cogí el móvil y busque un número. Un pitido, dos, tres, cuatro…
- ¿Ariadna?
- Sí, soy yo. Necesito espráis. ¿Me los podrás conseguir para mañana?
- Claro. Y para hoy si quieres también, guapa.
- Hoy no puede ser, mañana pásate por la fábrica y me los das.
- Okey.
- Adiós Ángel.
Colgué y suspiré. Pasaba un montón de gente, todos perdidos en sus preocupaciones, esclavos del trabajo y del que dirán. Si solo supieran que al dejar de pensar en eso una nueva perspectiva se abre ante tus ojos, nada de eso importaría. El trabajo no lo es todo y depender de la opinión de la gente es debilidad, así nunca se podría llegar a cumplir un sueño. Qué asco de mundo, pensé. Mirara a donde mirara solo veía falsedad e hipocresía, quizás era por lo que me había pasado o quizás simplemente era que yo llevaba razón al afirmar que la persona era más hipócrita que humana por naturaleza. La mayoría de la gente no sabía lo que era la sinceridad. Nadie en todo el mundo puede decir que nunca ha mentido, porque aunque no nos demos cuentas, mentimos constantemente, algunas veces por propia iniciativa, otras veces inconscientemente, solo con decir a alguien lo que quiere oír ya estamos mintiendo, creemos que si decimos lo que el otro quiere oír se soluciona todo, pero no es así. Puede que la verdad duela, pero es la verdad.
Me levanté para irme, pero al girarme choqué con alguien y caímos los dos al suelo. Al levantar la mirada vi que había chocado con una chica. Me levanté ágilmente y la miré con rabia en la mirada, aunque le ayudé a levantarse. Sus amigas estaban detrás ella, como si estuvieran esperando que yo le hiciera algo a la chica. Me fije en que debían tener mi edad, además se notaba que venían de buena familia, ropas caras, bolsos caros, zapatos caros, bolsas llenas de ropa nueva en las manos y peinados de peluquería.
- Oye, lo siento – la chica con la que había tropezado me sonrió.
- No pasa nada. – le contesté irritada.
- ¿Cómo te llamas?
O se hacia la tonta o lo era y no captaba las indirectas, no quería hablar con ella, me recordaba muchísimo a alguien que yo había conocido de pequeña. Ella y sus amigas eran lo que yo habría sido de no ser porque mis padres murieron. Podría ser que fuese ella, pero… la probabilidad era casi nula ¿No? Éramos miles de personas en Barcelona como para que de casualidad encontrara a mi amiga de la infancia. No. No podía ser ella.
- Ariadna Alameda de la Torre.
Su cara y la de todas sus amigas se descompuso por la sorpresa mezclada con la inseguridad.
- ¿Ariadna Alameda de la Torre? ¿Ari? ¡Dios, eres tú! – la chica con la que había tropezado se abalanzó sobre mí para abrazarme, mis músculos se tensaron y no le correspondí, al ver esto, ella se apartó un poco de mi mientras me sonreía - ¿No te acuerdas de mí? Soy Ruth.
Si que era ella. Yo estaba estática mientras todas me abrazaban. Ni siquiera les entendía cuando hablaban, mi mente estaba catatónica. Al parecer Ruth se dio cuenta.
- Chicas, dejadle espacio. – todas se apartaron para mirarme. - ¿Estás bien, Ariadna?
- Yo…
- ¿Es que no te alegras de vernos después de tanto tiempo? – bromeó una chica rubia que según me acordaba se llamaba Mónica.
¿Iba a decirles la verdad? ¿Realmente les iba a decir lo que opinaba sobre que aparecieran en mi vida después de ocho putos años? La verdad es que ellas no tenían culpa de lo que me habían hecho sus padres, puede que ni siquiera supieran que había pasado. Opté por decirles una media verdad.
- Me sorprende.
Sus caras cogieron un matiz de decepción y me miraron esperando algo más de mi parte: una sonrisa, unas palabras, algo.
- ¿Y nada más? – me preguntó Alma.
- ¿Qué más queréis que os diga?
- ¡Hombre! Pues hace como seis o siete años que …
- Ocho, hace ocho años que no nos vemos – dije duramente.
- Ari…
- ¡Nada de Ari! Éramos amigas joder ¡todas éramos amigas! Y tú Ruth, ¡tú y yo éramos mejores amigas, siempre estábamos juntas!
Había pasado mucho tiempo desde aquella época, demasiado tiempo. Pensaba que todo había quedado en el pasado, pensaba que ya nada de todo aquello me afectaba. También pensaba que mi pasado no volvería para atormentarme otra puta vez, pero por lo visto no era así.
Mi mascara de frialdad e indiferencia iba cayendo. Sentimientos ocultos durante años volvían a salir a la luz. Mi voz se veía impregnada de rabia, odio y dolor, mucho dolor.
- Me dejasteis sola – terminé de decir hablando cada vez más bajo.
- Ariadna, escúchame. Teníamos ocho años, ¡no comprendíamos nada de lo que pasaba! - Ruth me miró directamente a los ojos mientras se acercaba a mi – Ari claro que éramos mejores amigas, eras como mi hermana… y te juro que si hubiera sabido todo lo que estaba pasando habría hecho algo.
- Éramos pequeñas… nuestros padres no nos contaban cosas o nos tomaban en cuenta para tomar decisiones importantes. – añadió Mónica.
- Además creíamos que te irías a vivir con algún familiar… - dijo dubitativa Mireia.
- ¿Mi familia? – repetí incrédula – mi familia me dejó sola después de que asesinaran a mis padres, me dejaron sola igual que todos aquellos que eran “nuestros amigos”.
No eran capaces de mirarme a la cara. Sus miradas apuntaban al suelo. Solo Ruth me miraba a los ojos.
- Lo sentimos. Créeme, por favor.
En ese momento todas levantaron la cabeza para mirarme. Algunas tenían los ojos brillantes, con alguna lagrima con intenciones de salir. No hablé, solo las miré a los ojos. Todos ellos reflejaban la verdad, reafirmaban lo que me habían dicho: ellas no sabían nada.
En ese momento no pude más. Simplemente me acerqué a ellas y las abracé. Oí como muchas suspiraban con alivio y como alguna sollozaba, pero todas nos abrazábamos. Como cuando éramos pequeñas.
Después de eso no hablamos más del tema. Me fui con ellas a comer. Hablamos de nuestras vidas, del instituto y de cosas así. Por unas horas me escapé de la realidad. Escapé de del orfanato que era a la vez mi casa y mi prisión. Escapé de aquella fábrica con olor a sueños rotos que me atrapaba. Escapé de toda aquella gente que me rodeaba. Me escapé gracias a ellas.
No era ni mucho menos la misma relación que teníamos de pequeñas, claro que no. Habían pasado demasiadas cosas, demasiadas como para que todas fuéramos como antes. Cuando éramos pequeñas lo más importante era divertirnos jugando a las muñecas, tomando un helado o viendo la tele. Ahora teníamos dieciséis años, alguna tenía diecisiete, y la vida era mucho más dura de lo que nos parecía de enanas. Nuestros padres siempre nos habían sobreprotegido, rodeándonos de algodón para que no nos hiciéramos daño. Fue después de la muerte de mis padres que me di cuenta de todo. Caí de aquel sueño en que me tenían mis padres para caer en la cruda y pura realidad. Estaba absolutamente segura de que para ellas, creces no había sido igual que para mí. Ellas habían crecido rodeadas de lujos y cuidados. Yo había tenido que crecer antes de tiempo y sola. Éramos muy diferentes, ellas estaban felices con su vida, yo detestaba la mía, ellas tenían padres, yo no, ellas seguramente no tendrían ni que estudiar para conseguir un trabajo, su padre les podría conseguir una buena posición en alguna empresa, y yo… hasta que cumpliera los dieciocho tendría que apañármelas como pudiera.
Pero a pesar de las diferencias, teníamos un pasado juntas. Y allí estábamos, comiendo y hablando de la vida.

Estaba llegando ya casi al orfanato. Iba con prisa, ya casi me daban las ocho de la noche. Me había entretenido más de lo previsto, después de comer nos habíamos quedado hablando y después habíamos ido a pasear por gran parte de Barcelona y al despedirnos nos habíamos pasado los móviles. Estaba contenta de haberlas visto, pero algo fallaba, aun tenia resentimiento dentro de mí. Sabía que ellas no habían tenido nada que ver con la decisión de sus padres pero… aun dolía, y mucho. Al entrar en el orfanato me fui directamente a mi habitación, no tenía ganas de cenar. Lo que necesitaba era relajarme. Conecté los auriculares al móvil y me puse los cascos en las orejas. “Chico problemático” de Nach sonaba en mis oídos mientras yo empezaba a recordar el motivo por el cual yo había terminado en el orfanato.

Después de que mis padres murieran me alojé durante unos días en casa de la hermana de mi madre, una tía que solo pensaba en ella misma y su riqueza. Al fallecer los dos padres y yo no tener ningún tutor asignado hubo un gran problema ¿Quién se hacía cargo de la niña? Entonces fue cuando me di cuenta de lo hipócrita y asquerosa que era la gente. Los familiares casualmente no podían por alguna patética excusa “Mi trabajo me hace viajar mucho no podría cuidarla…”, “Es que últimamente voy bastante escasa de dinero, no sería conveniente para la niña…”, y así hasta algunas que en el día de hoy me hacia revolcarme de la risa. Después los “grandes” amigos que habían estado presentes durante toda mi corta vida en las fiestas, en los banquetes, en las reuniones, fueron desapareciendo hasta no quedar nadie a mi lado, solo Francisco Álvarez, amigo de mi padre, dijo que él podía cuidarme y hacerse cargo de mi hasta que yo cumpliera los dieciocho años, ya que era el director de un orfanato que estaba en la parte antigua de Barcelona. Así fue como fui a parar a este sitio. Los padres de Ruth, Mónica, Mireia, Alma, Susana y Emma, mis amigas de la infancia, habían sido los amigos más cercanos a mis padres antes de aquella noche. Empecé a odiarlos a ellos, cuando me enteré de que me daban la espalda. También empecé a odiar a mis amigas de entonces, quizá solo porque ellas eran sus hijas, realmente no sé porque empecé a odiarlas, pero así lo hice.
Ahora nos habíamos perdonado, pero no todo era tan sencillo. No había la misma confianza ni la misma complicidad que un día hubo entre nosotras, nuestras vidas habían sido demasiado diferentes. Y, aunque ahora les hablara, a sus padres aun los odiaba, los odiaba demasiado.

CAPITLO 10

13 de abril de 2002, había sido un día agotador, por la mañana mi madre me había llevado a la peluquería tenían una importante comida con los vecinos del barrio y algunos empresarios importantes. Nunca me habían gustado mucho esas reuniones, siempre estaban hablando de cosas de mayores y no me prestaban atención, para eso prefería encerrarme en mi habitación a dibujar o a jugar con mis muñecas nuevas. De todas formas sabia que cuando volviéramos a casa mi madre me recompensaría de alguna manera, eso sí, por la noche, por la tarde seguramente tendrían que ir a visitar a algún amigo que se había comprado una mansión nueva o que había ganado recientemente una suma considerable de dinero gracias a las inversiones en bolsa. Cuando llegamos a casa serian sobre las once de la noche, y aunque al ser una niña tan pequeña tendría que estar muerta de sueña, la verdad es que yo no lograba dormir sin que antes alguno de mis padres no me contara una buena historia, de princesas atrapadas en una alta torre, custodiada por un dragón que echaba fuego por la boca, mientras que la princesa esperaba a un apuesto príncipe azul que la salvaría y la protegería de todo peligro. Esa noche sin embargo mis padres no me leyeron nada, así que yo misma me cogí un cuento para leer. Llevaba como veinte minutos cuando oí ruidos en el jardín, quizás podría ser el perro de los Estellés, los vecinos, que siempre estaba haciendo ruido, sin embargo había algo raro, el perro siempre solía ladrar, esa vez no estaba ladrando. Mi curiosidad aumentó al oír más ruidos, así que me asomé al corredor. No oía a mis padres y eso hizo que empezara a tener miedo. Al cabo de cinco minutos de no moverme del sitio esperando algún indicio de que mis padres seguían en el salón oí pasos apresurados, casi dados con pánico. Por el hueco de la escalera aparecieron mis padres con cara de terror ni siquiera se frenaron al verme, mi padre me cogió en brazos y entramos a mi habitación. Al dejarme mi padre en el suelo, mi madre me abrazó.
- Hija, tienes que esconderte ¿entiendes?
- ¿Por qué? ¿Vamos a jugar al escondite? – dije ilusionada, aquel siempre había sido mi juego favorito.
- Si – dijo rápidamente mi padre – Cariño vais a jugar mama y tu contra mí, yo pagaré.

Me giré y le sonreí a mi madre divertida, ella intento devolverme una sonrisa, pero lo que le salió fue más bien una mueca de angustia.

En la ignorancia propia de la infancia no se me ocurrió ni por un momento que no era normal que mis padres quisieran ponerse a jugar al escondite casi a medianoche, menos aun cuando ellos eran todos unos fanáticos de los buenos modales y las costumbres de toda la vida, por lo que ellos creían que una niña pequeña tenía que irse a dormir como muy tarde a las once.

Mi madre se puso el dedo en la boca diciéndome que callara y no hiciera ruido, claramente yo creía que se refería a mi padre que en ese momento estaba de espaldas a nosotras “contando”. Me cogió de la mano y giró la cabeza repetidas veces buscando un buen sitio para escondernos. Al final se quedó mirando el gran armario que había en la pared de la izquierda y abrió. La ropa ocupaba mucho espacio, mi madre, una amiga suya y yo nos íbamos de compras cada miércoles por la tarde. Mi madre no perdió tiempo y empujó toda la ropa haciendo que quedara un pequeño hueco a un lado.
- Mi vida, metete ahí, y pon delante de ti el abrigo blanco, así papa no te verá ¿Vale? – le asentí, ella no hacía más que mirarme con ternura y miedo, sobretodo miedo - por favor, no salgas por nada del mundo ¡No lo hagas! Júralo por tu padre y por mí. – Su tono me dio miedo, pero lo juré.
- Lo juro mami, no saldré del armario.

Me dio un beso en la frente y cerró la puerta del armario. Yo me escondí detrás del abrigo blanco, era muy grande y me ocultaba perfectamente, nadie me podría ver allí escondida, pero desde mi posición yo sí que podía ver qué pasaba fuera. Cuando iba a empujar la puerta para poder ver, alguien entro en la habitación abriendo la puerta bruscamente. El pulso me iba a mil y tenía miedo, sentía el pánico correr por mis venas como si fuera veneno. Entreabrí la puerta y pude ver a mis padres abrazados en un rincón de la habitación, como si intentaran protegerse mutuamente. Frente a ellos habían dos personas, altas, ni delgadas ni gordas, por su silueta adiviné que eran dos chicos. Un destello plateado me llamó la atención… sostenían un machete cada uno. No podía ser cierto ¡no podía! Hablaban de cosas que no podía oír. Ahora estaba segura de que mis padres hablaban bajito a propósito, para que yo no les oyera.
Vi como mi padre dijo algo que no les gustó, ya que en ese momento ellos se movieron y mientras uno cogía a mi padre otro cogía a mi madre. Dijeron algo en voz baja y seguidamente le hundieron el machete a mi padre en el corazón. Mis ojos no podían creer lo que veían. Solo se oyó el grito de mi madre. De mis ojos salían lágrimas sin parar y quería salir y quería gritar, pero no podía, la voz no me aparecía y le había jurado a mi madre no moverme. Un momento después le dijeron algo a mi madre pero ella negó con la cabeza mientras lloraba y gimoteaba. Entonces la apuñalaron a ella. La última mirada de mi madre fue para mí. Cuando cayó al suelo me miró directamente a los ojos, fue una mirada que me atravesó de parte a parte. Una mirada llena de amor, dolor, angustia, cariño…

En ese momento volví a la realidad, eran las cinco de la mañana. No tenia sueño y aunque mañana era sábado me obligué a dormir, había sido una noche muy, demasiado, larga.

Bip, bip, bip… bip, bip, bip… Puto despertador. Me levanté cabreada y cogí el móvil con la mano, lo miré y lo lancé lejos, por suerte para mi, cayó encima de la ropa que usé ayer. Me levanté de la cama y fui a por el móvil. Joder las once de la mañana, con un poco de suerte llegaba al almuerzo. Me vestí rápidamente con unos vaqueros pitillo y una camiseta negra de manga corta. Estaba peinándome cuando oí que me llamaban desde el pasillo.

- Ariadna, abre – oh no, esa voz de niña pija solo la tenia ella.

Me fui rápidamente a abrir, le tenía que aclarar un par de puntos.

- Mira niñata de mierda, abriré si me da la gana ¿te enteras? – le dije mientras abría.
- Si, si lo que tu digas bonita.
- Entra Irina. – la empujé adentro y cerré la puerta.
- ¿Pero de qué vas?
- No, la pregunta es de que vas tú, imbécil. No, ahora te callas y me dejas hablar – le dije cuando vi que abría la boca - ¿sabes lo que les pasa a los que se interponen en mi camino?

CAPITULO 9

Entré, las muñecas tiradas por el suelo, la cama enorme con sabanas rosas, las zapatillas de ballet encima de la mesa, la cual estaba llena de lápices de colores, un corcho colgado en la pared lleno de dibujos. En la mesilla de noche reposaba varias fotos, casi todas de mis logros de pequeña: cuando gané un concurso de hípica, en mi primera clase de ballet, otra foto de mi comunión, demasiadas fotos. La única verdaderamente importante era la que estaba en la última fila al centro, una foto de mía de cuando se me cayó el primer diente de leche, sonriendo con la inocencia que solo una niña puede tener, junto a mis padres que parecían más felices que nunca. Por alguna razón que no conocía me fui directa al armario y lo abrí, toda la ropa estaba amontonada al lado derecho, dejando así en el lado izquierdo un espacio lo bastante amplio como para que una niña de ocho años se escondiera mientras veía como asesinaban a sus padres, pensé con amargura.
Los recuerdos de aquel momento en que mi vida cambio por completo me asfixiaban, abrumaban, no me dejaban respirar. Mis ojos empezaron a escocerme y la garganta se me secó. Necesitaba salir de ahí.
Salí rápidamente al pasillo que daba a las escaleras cuando oí unos pasos… la sangre se me heló. Recuerdos horribles me vinieron a la mente; ruidos, mis padres entrando a mi habitación a las tres de la madrugada, mi madre escondiéndome, alguien abriendo la puta puerta, suplicas, gritos, sangre.
No lo pensé dos veces, empecé a correr como si me persiguiera el mismo demonio en persona. Al mismo tiempo oí como el intruso me seguía de cerca, demasiado, los escalones de las escaleras los iba saltando de cuatro en cuanto y nada mas puse un pie en el salón me precipité sobre la puerta que daba al jardín trasero, corrí y corrí, pero de repente alguien me cogió con fuerza por la cintura mientras que con su otro brazo me tapaba la boca.
- ¡Shh! Ariadna, soy yo joder, Tony. – mis músculos se destensaron y paré de resistirme. El por su parte me soltó lentamente.
- ¡¿Estás idiota o qué?! Por poco no me da algo gilipollas. ¿Cómo coño sabias que estaba aquí?
- No me hables así – amenazó – cuando te fuiste Carlos se cabreó pero enseguida me pidió que te siguiera, por lo visto pensaba que no irías directamente al orfanato y tenía razón, además creía que a él no le ibas a hacer caso.
- Claro que no le iba a hacer caso – respondí tranquilamente, más bien, aparentemente tranquila.
- Lo suponía… Oye, Ari… ¿Estás bien?
- Claro que si ¿No me ves?
- Sabes a que me refería – dijo mirando de reojo a la casa.
- Lo sé, y la respuesta sigue siendo la misma.
- Lo que tu digas – dijo harto ya – venga vámonos.
Solo le seguí sin decir nada, tenía confianza con Tony, en realidad todos le teníamos confianza, a pesar de ser bastante chungo era buena persona, por lo menos con La Banda, con el resto ya era diferente, de todas formas no quería contarle nada, era mi pasado el implicado.
Cuando estuvimos en la calle sabia que nos íbamos a ir cada uno para su lado, vivíamos en direcciones contrarias. Tony se giró y me miro seriamente.
- A veces no es bueno hacerse el fuerte ¿Sabes?
- No me hago la fuerte, simplemente no me pasa nada.
- ¿Podrías dejar de ser tan jodidamente hermética por una vez? a toda La Banda nos jode no poder ver a través de ti, nos jode no poder saber qué es lo que piensas de verdad.
- No es mi problema – Tony se iba a girar para irse, bastante cabreado, pero le cogí por el brazo obligándole a girarse – Lo siento ¿Vale? ¡Soy así, no lo puedo evitar! La gente es la que me ha hecho ser así…
- Lo sé pequeña.
Después de eso nos abrazamos y nos despedimos. Durante el camino de regreso al orfanato no pensé en nada, era mejor dejar la mente en blanco, el trayecto se me hizo corto. Tan pronto como me metí en la cama me di cuenta de que no podría dormir, al menos no en unas horas. Recordé el miedo que había pasado en mi casa y me sentí débil, asquerosamente débil. “Hay que enfrentarse a nuestros propios miedos” me dijo una vez mi padre. Estaba dispuesta a hacerlo. Iba a recordar por primera vez la noche en que mis padres fueron asesinados ante mis narices.

CAPITULO 8

No sabía qué problema tenía Joel conmigo pero siempre había sido así. Desde que entré en La Banda nunca me había dejado en paz, al principio no me ofendía hasta que empezó a atacarme con mis padres, la verdad es que no me ofendía me jodía, y mucho. Yo subí muchos puestos en La Banda y eso lo enfureció mucho más porque el siempre había sido alguien dependiente de alguien más fuerte y astuto mientras que yo destacaba por mi independencia.

Y Carlos… me volvía loca, una parte de mi lo quería mucho pero mi otra mitad tenía ganas de pegarle. Quizás fuera porque él parecía no entenderme nunca, cuando no lo necesitaba no me lo podía sacar de encima, como si fuera una lapa, y cuando lo necesitaba a mi lado no aparecía y todo eso me frustraba demasiado.

Poco a poco me di cuenta de que iba aumentando de velocidad. Empecé a correr a toda velocidad, huyendo de mis pensamientos, intentado escapar del agujero en el que llevaba metida tanto tiempo. No me arrepentía de nada de lo que había hecho en mi vida, pero quería dejarlo todo atrás y pasar página. No llovía pero el suelo seguía mojado intentado que yo resbalara. El aire me daba en la cara refrescándome pero al mismo tiempo me hacia recordar cada mal recuerdo de mi vida. Iba corriendo tan rápido que no distinguía nada a mi lado, solo borrones y luces. No me di cuenta de cómo el panorama iba cambiando pasando de los barrios bajos llenos de casas en mal estado, coches desvalijados, olor a sueños a rotos a la parte media donde se veía la gente feliz, pero resignándose a su vida sin luchar por lo que de verdad querían, al final llegué a los barrios altos, pijos, donde la gente tenía todo lo que quería solo con decir “quiero…”, normalmente esas gentes no se merecía la fortuna que tenían, y tan solo eran unos materialistas caprichosos que no pensaban en que con el dinero que habían gastado para su camiseta una familia pobre podía comer durante una semana o semana y media.

Crucé mas barrios corriendo sin parar, sin mirar a ningún lado. En menos de un momento había caído al suelo rodado sobre mi misma porque mi pie había tropezado con una piedra del tamaño de la cabeza de un perro. Me senté en el suelo cogiéndome el tobillo con las manos intentado disminuir el dolor. En unos segundos me puse de pie intentado no pisar fuerte con el tobillo dañado. Me toque los bolsillos del vaquero en busca de mi móvil pero no estaba, vi que estaba en suelo, la batería se había caído por el golpe. Cuando lo cogí y me iba a levantar fue cuando me di cuenta de donde estaba por primera vez. Un barrio pijo, si, pero no era cualquier barrio pijo. Era mi antiguo barrio. No perdí tiempo admirando de nuevo las casas de la zona que tantas veces había visto de pequeña. Solo podía ver la casa que se alzaba ante mis narices, realmente era impresionante, imponente. A menos de un metro de mi se levantaba una puerta de hierro enorme, detrás de la cual se podía ver como un camino de baldosas de piedra llevaba a la cochera, mas grande que todo un piso de una familia numerosa, el camino poco antes de llegar hasta la cochera se bifurcaba en otro camino que llevaba al porche de la mansión, no se podía llamar casa, la mansión tenía tres pisos y era tan grande como dos piscinas olímpicas juntas, además el jardín tenía una piscina climatizada y una pista de tenis. La piedra de las paredes estaba mucho más oscura de lo que recordaba y el césped estaba muy, muy descuidado, como nunca lo había estado cuando mi madre se ocupaba de él, las malas hierbas habían crecido y los rosales habían muerto. El jardín presentaba el mismo aspecto que el resto de la casa, las mismas emociones, soledad, nostalgia, abandono y un aspecto tétrico le daba el toque final. Definitivamente si no fuera porque sabía perfectamente que esa había sido la casa donde había crecido hasta los ocho años no creería que fuera la misma, el aspecto había cambiado tan poco y a la vez tanto que un escalofrío me recorrió la espalda. En ese momento solo una idea me cruzó la mente: entrar.
No me costó nada trepar por la verja, cuando estuve sentada arriba el viento me dio en la cara y se me hizo como si alguien me estuviera vigilando, pero no hice caso. Aterricé con un ruido sordo y en el mismo momento en que mis pies hicieron contacto con el suelo millones de recuerdos me asaltaron la mente, recuerdos, imágenes instantáneas de otro tiempo que nunca volvería, en cuestión de segundo volví a vivir las fiestas monumentales que daban mis padres, pude volver a ver como mi padre me enseñaba a montar en bici mientras mi madre nos sonreía al mismo tiempo que nos grababa en video, vi otra vez como la gente entraba en mi casa, amigos… eso decían ellos, la realidad era bastante distinta.
Caminé poco a poco, casi de puntillas, como si de un momento a otro de la casa salieran mis padres a ver quien había entrado en la casa a tan altas horas de la madrugada, sin embargo yo sabía que no saldría nadie. Al llegar a la elegante puerta de entrada me quedé parada sin saber bien como iba a entrar, claramente no tenía la llave, pero sí que tenía una horquilla. Giré de un lado para otro durante varios minutos, con delicadeza, como me había enseñado Carlos hacia años, al cabo de unos minutos se oyó un “Click” y la puerta se abrió chirriando. La olor a cerrado y oscuridad fue lo primero que advertí. Entonces me acordé de que por mucho que mi casa estuviera vacía aun existían los vecinos, así que rápidamente me metí en el recibidor y cerré la puerta. Mis ojos aun no estaban acostumbrados a tanta oscuridad así que me quedé quieta durante cinco minutos mientras una extraña mezcla de familiaridad y terror se me calaban bien hondo. No me gustaba tener miedo, no estaba acostumbrada a tenerlo, casi nada me daba miedo, suerte para mí. Cuando pude empezar a distinguir formas vi como la casa seguía igual que cuando salí por la puerta para irme a vivir al orfanato. La alfombra persa de mi madre, los muebles grandes y elegantes, los espejos tan grandes como las pizarras de una clase, los cuadros de pintores famosos pero de los que no me acordaba, todo formaba parte de mis recuerdos. Recuerdos que no me gustaba desenterrar. Pude recorrer toda la casa, pero aparte de que no quería recordar momentos que solo me harían daño, solo había una habitación que me interesara, mi habitación. Sin mirar a los lados subí al segundo piso, giré a la derecha, luego a la izquierda, segunda puerta. No me lo pensé dos veces, si lo hacia lo más probable era que me diese media vuelta y no volviese jamás.

CAPITULO 7

- No Ariadna, no te equivocas. Tenemos que abrir bien los ojos, esos gilipollas nos intentaran coger por separado, si estamos juntos no pasará nada, pero cuando vayáis solos estad atentos, no estamos en momentos buenos para ocultar a fiambres.
- ¿Sabes a por quien irán seguramente? – dijo Raúl.
- Puede que a por los más pequeños de nosotros, puede que a por alguna de las tías o puede que a por cualquiera, no lo sabemos ¿Por qué coño crees que os estamos avisando, Raúl? – le contestó Juanma, otro de los cinco jefes de La Banda.
- Vale joder.
- Bueno, de todas formas si pasara algo y tuviéramos un juicio seguro que los padres de Ariadna podrían comprar al juez con todo el dinero que tienen, ¡ah, no perdón! Si es que sus padres están muertos.

La sangre me empezó a hervir y tanto la cabeza como el corazón me decían que le hiciera todo el daño posible al que había dicho eso, y en esos momentos en concreto mis impulsos eran más fuertes que la razón. Levanté la cabeza y vi que Joel me miraba con una sonrisa maliciosa esperando mi reacción, la cual no se hizo esperar. En menos de un segundo yo ya me había levantado y había caminado rápida y tensamente hasta llegar hasta él, que miraba igual de sorprendidos que todos, rápidamente cerré los dedos de la mano y eché el puño hacia atrás para después poner toda la fuerza posible al dejar caer el puño en su ojo derecho. Él tropezó hacia atrás mientras se tocaba la cara con las dos manos.
- ¿De qué vas, hija de puta?
- Vuelve a repetir eso y te doy otro derechazo directo a tus huevos ¿Queda claro? - advertí – y como vuelvas a nombrar a mis padres… te mato.
Pude notar como Joel tragaba en seco, también pude sentir como las caras de muchos pasaban a la incredulidad, no por lo que yo había dicho, esa amenaza era muy común entre las bandas de la calle, sino por mi expresión y tono de voz al decirlo, lo había dicho demasiado seria y determinada como para que solo fuera un farol.
- ¿Y no le vais a decir nada? Si lo hubiera hecho cualquier otro habríais dicho algo – dijo Joel mirando a los cinco jefes: Tony, Juanma, Marcos, Adrián y Erich.
- No.
- Te mereces ese derechazo y mucho mas – dijo Adrián matándolo con la mirada.
- En todo caso te tendríamos que decir unas cuantas palabritas a ti - zanjó el tema Marcos.
- ¡Siempre la habéis favorecido! - gritó – No soy el único que lo dice.
- ¿Pero qué coño? – me sorprendía que Erich hubiera aguantado tanto tiempo sin meterse – Mira gilipollas de mierda a la próxima ¡te callas la boca si no quieres que te la parta!
- ¡Callaos de una puta vez! - esto se estaba yendo de las manos y si seguía así iba a terminar mal, encima a Erich ya le estaba dando su tic - ¿Alguien tiene algo que decir?
Nadie abrió la boca para hablar, muchos ni siquiera levantaban la mirada para mirar a la cara. Yo seguía parada en medio de todos con Joel enfrente mía y Tony, Erich, Marcos, Adrián y Juanma detrás. Se supone que todos ya estábamos acostumbrados a mis peleas contra Joel, pero esto iba mucho más allá de lo normal, estaba harta de que siempre fuera contra mí y ahora decía que los jefes me favorecían.

- Sois unos cagados. Yo me largo.

Vimos como Joel recogía su chaqueta y desaparecía en la oscuridad mientras apretaba los puños. El ambiente estaba tenso, mucho, y todos me miraban esperando una respuesta de mi parte o simplemente una reacción, aunque posiblemente lo que esperaran fuera una acusación hacia ellos por lo que Joel había dicho “No soy el único que lo dice”. Nadie se movió hasta que oímos el rugido del motor de una moto de marchas, la moto de Joel. No me di cuenta de que Carlos estaba de pie a mi lado hasta que me cogió la mano y me habló al oído.

- Ariadna, ¿Estás bien?
- Perfectamente ¿No me ves o qué?
- No le hagas caso al imbécil de Joel, ya sab…
- Me voy, tengo que ir a mi orfanato – sabía que ahora Charlie diría que me acompañaría y por la cara que ponía no me iba a equivocar – Sola –añadí.

Mientras me alejaba de todos oí como Carlos gritaba que hiciera lo que me diera la gana. Le ignoré. Me perdí entre la oscuridad de la fabrica sintiendo como el frio relajaba mis músculos, mi mandíbula se destensaba y mis puños se abrían. Siempre pasaba algo en cada reunión, ninguna era la excepción. Al salir a la calle miré a derecha e izquierda. Hacia la derecha estaba el camino a mi orfanato. Elegí la izquierda. No quería volver ahora.
- ¡Mirad todos! La desaparecida vuelve – bromeó mientras me daba un abrazo.
- No seas capulla, estuve enferma – dije mientras nos separábamos.
Todos empezaron a saludarme, desde abrazos pasando por movimientos de cabezas hasta una simple mirada que decía todo. Nos sentamos en círculo, yo estaba situada entre Carlos y Lara, la chica que me había saludado primero. Nos pasaron unas litronas y empezamos a beber, hablar y contarnos cosas. La verdad es que yo no estaba muy atenta, los miraba a todos recordando sus historias, porque si, todos teníamos una historia, un pasado que nos obligó a crecer demasiado rápido y a ser quien éramos. Un pasado oscuro que, normalmente, no queríamos recordar, pero que era el causante de que perteneciéramos a La Banda, y ese pasado era lo que nos unía.
La Banda tenía dos caras: la que conocían todos y la que solo conocíamos nosotros. La primera es la parte mala, nos metemos en marrones, bebemos, fumamos, nos drogamos, hacemos graffitis y nos metemos en peleas, todo indica que somos una simple banda de niñatos que se aburren, pero no es así. Para entender lo que hacemos deberías mirar nuestro pasado, desde la infancia hasta ahora.
Miré a Lara, su padre estaba en la cárcel por camello, su madre pasaba de ella. Mi mirada pasó a Raúl su padre maltrataba a su madre y muchas veces también a él mismo. Carlos y su hermano mayor habían vivido toda su vida con su padre alcohólico porque su madre murió cuando dio a luz a Carlos. A Sara su padrastro la intentó violar y su madre no la creyó. Yon tenía que cuidar a su hermana pequeña por que su padre estaba en paro y siempre estaba pelando con su madre. Tony había sido maltratado por su padre desde antes de cumplir los cinco años, su madre había muerto de una paliza, el mismo día que murió su madre él se escapó de casa. Y así había muchos más.
Todos teníamos un pasado similar, razones para odiar a la sociedad que nunca nos quiso ayudar. La Banda era mucho más que simples niños jugando a ser adultos, éramos gente que necesitaba estar con alguien que les pudiera comprender, proteger y ayudar. Esa era la parte que solo conocíamos nosotros. Nos protegíamos, que nos metiéramos en líos y demás era porque habíamos crecido en las calles. Quizás también influía en lo que hacíamos nuestro odio, rencor y desprecio hacia casi toda la gente. Nosotros solo necesitábamos un poco de calor humano. Además La Banda no la habíamos creado nosotros. Nosotros éramos la “2ª generación” por decirlo de algún modo. La Banda tendría más o menos unos diez años, el hermano mayor de Carlos, Pablo, había pertenecido a la generación que fundó La Banda, pero ahora ellos ya no pertenecían a ella, algunos habían muerto de sobredosis, otros se habían ido de la ciudad, otros simplemente eran demasiado mayores, pero ninguno había conseguido salir del pozo negro en que se ahogaban desde su infancia. Esto me recuerda una frase de de una canción de Nach Scratch “yo vengo de un lugar donde decían que triunfar era imposible”. La Banda era mi familia.

Un golpe en el brazo me sacó de mis pensamientos, levanté la cabeza y miré a Carlos con mala cara pero él me sacó la lengua y se giró para mirar a Tony, que por lo que parecía tenía algo que decirnos, seguramente por eso Carlos quería que prestara atención.
- Escuchadme – lo dijo con voz naja y serena pero automáticamente todo ruido cesó, si Tony era capaz de algo, ese algo era intimidar – todos sabéis que hace una semana pillaron a uno de nosotros con droga encima. La policía me la suda, pero lo que quiero decir es que el muy imbécil iba con la droga por la zona de Richi y estos y…
- Y ahora habrá pelea. ¿Me equivoco?

CAPITULO 6

- ¿Ariadna? – su voz denotaba un matiz de prisa, preocupación.
- Claro que soy Ariadna, Charlie.
- ¿Dónde coño te has metido toda la semana? – vale, su voz ahora era furiosa.
- ¿Cómo estas Ari? Yo muy bien, Carlos gracias ¿Y tú? - ironicé – estaba en el hospital – terminé secamente.
- Lo siento… ¿Que te ha pasado?
- Nada, solo tuve un virus, vómitos y eso.
No me gustaba mucho mentirle, después de todo era mi novio, pero esta vez era necesario, no quería imaginarme la que se montaría si se supiera lo que había ocurrido. No, definitivamente no tenía que saberlo.
- Joder, siento lo de antes ¿Vale? Llevamos toda la semana intentando localizarte y no podíamos, estábamos preocupados.
- Tranquilo, no pasa nada – a veces era un gilipollas, a veces un cielo – siento no haberos avisado.
- No te preocupes, yo los avisaré. Oye, ¿Crees que podríamos vernos hoy? Tengo muchas ganas de verte.
- ¿Sitio y hora?
- A las once y media en la plaza que está dos calles arriba de casa Ángel, pasaré a por ti en la moto.
Hablamos de cosas sin importancia, hablamos de lo que había pasado esa semana. Un chico de La Banda había sido arrestado por tráfico de drogas, al parecer llevaba unas cuantas pastillas de éxtasis encima, que inútil, ni siquiera sabía dónde esconder la droga.
Cuando colgamos me dedique la mayor parte de la tarde a re-ordenar mi habitación y sacar las cosas de debajo de la tabla suelta del suelo, por suerte me había dado cuenta de que existía esa tabla hacia cuatro años, ahí era donde guardaba las cosas más importantes que no debían estar a la vista. Iba a dejar unas cosas en el baño cuando al entrar me quedé clavada en el suelo mientras mi mirada recorría todo el sitio. Los cristales rotos y mojados de sangre que deberían estar en el suelo no estaban, pero el espejo que había encima del lavamanos seguía roto por el puñetazo que di en un momento de rabia antes de todo. Los recuerdos volvieron a mi mente perturbándome, el dolor y la angustia que había sentido eran muy fuerte. Sacudí la cabeza intentando que desapareciera todo, pero no era tan fácil… Aquel momento que semanas antes había sido mi mayor deseo ahora era mi peor pesadilla, que irónico.
Pasé de la cena, no quería soportar murmullos y comentarios a mí alrededor. Fui a darme una ducha de agua caliente para relajarme y no pensar. Cuando salí faltaba media hora para las once, joder que rápido pasaba el tiempo. Me sequé el pelo y me puse lo primero que pillé del armario; unos pitillos, una camiseta de manga larga roja y unas converse negras. No pensaba maquillare ni vestirme elegantemente, seguramente nos iríamos a la fábrica abandonada donde solíamos vernos los de La Banda. Miré el reloj, once y cinco.
Rogando no encontrarme a nadie abrí la puerta, recorrí los pasillos y crucé el jardín trasero hasta colarme entre arbustos y encontrar el agujero todo con sigilo. Una vez lo hube cruzado miré a todas partes asegurándome de que no me hubiera visto nadie y eché a correr, llegaba tarde. Crucé calles y calles a toda prisa, tantos días sin moverme de una cama me habían pasado factura. Solo faltaba una calle para llegar cuando sentí gotas de lluvia caer sobre mí, pero las ignoré, entrecerré los ojos y seguí corriendo sin detenerme, echaba de menos a Carlos, sus besos, sus abrazos y su forma de ser tan… tan… tan de él. Y entonces le vi, allí estaba.
Apoyado en su moto en pose de chungo, su chupa negra que tanto me gustaba y sus gafas de sol, que llevaba a pesar de que era de noche, detrás de las cuales se escondían unos ojos negros como la más oscura oscuridad. Al verme sonrió de lado y se enderezó mientras que abría los brazos en cruz esperando a que llegara a él. No lo dudé y corrí más rápido hasta llegar hasta él, le pasé los brazos por el cuello y él me abrazó por la cintura. Nos fundimos en un beso. Nos separamos en unos minutos, pero no dejamos de abrazarnos.
- No sé qué haces pero cada vez te veo más buena – bromeó.
Reí y le di una colleja. Nos montamos en su moto y nos pusimos en marcha. Cruzando calles sin parar, a toda velocidad, casi volábamos. No había mucha gente por la calle, el día siguiente era miércoles, había que trabajar. Fuimos alejándonos mas y mas del centro de Barcelona hasta llegar a las afueras, a una calle en concreto llena de casa viejas y fabricas abandonadas y cerradas hacía ya tiempo. Nos detuvimos ante una fábrica de aspecto nostálgico y tétrico, pero no me daba miedo, ya había entrado muchas otras veces.
Nos internamos entre las sombras hasta llegar al final donde se encontraba una escalera que daba al piso superior, una vez arriba seguimos andando hasta que escuchamos voces. Antes de llegar hasta ellos ya podía ver la luz débil que los iluminaba, el humo de los porros y cigarros y los gritos y risas que daban. Nada mas oyeron nuestros pasos se giraron en actitud amenazante, pero al vernos sonrieron. Una chica se levantó con la cara seria y se dirigió hacia mí. Yo la miré arqueando las cejas y ella venía toda decidida. Al llegar delante de mí cambió la cara seria por una sonrisa y yo con ella.

CAPITULO 5

El día siguiente amaneció soleado y con el cielo despejado, perfecto día para hacer notar que salía de esta puta prisión. La mañana la dedique a arreglarme y recoger las pocas cosas que habían mías. Hacia mediodía el director pasó a por mí. Durante el viaje no hablábamos, no era muy normal, yo solía llevarme bastante bien con él, fue el único que se hizo cargo de mí después de la muerte de mis padres al ser estos sus amigos. Mientras yo miraba por la ventana, él no paraba de mirar hacia la carretera y tamborilear con los dedos sobre el volante mientras lo miraba todo con desaprobación. Baje la ventanilla y una bocanada de aire fresco me dio de lleno en toda la cara refrescándome las ideas y despertándome después de estar tantos días sin notar el viento sobre mi piel. Íbamos por una de las calles principales de Barcelona cuando el semáforo se puso en rojo y nos detuvimos, entonces el Sr. Álvarez resopló indignado, vi que estaba mirando por su ventanilla y en la pared que estaba viendo había un gran graffiti. Inconscientemente sonreí maliciosamente; ese graffiti estaba muy guapo y llevaba una marca personal, una gran estrella de cinco puntas negra de la cual descendían unos chorros como si la estrella estuviera acabada de pintar. Mi marca. Ese graffiti era mío.
- Malditos vándalos… ¿Cuándo aprenderán que las paredes no son murales para que pinten sus garabatos? ¡Por Dios! Eso ni siquiera es arte. – se quejó.
Yo callé y en mi interior me descojonaba, si supiera que tenía al “Maldito vándalo” a su lado…
Nadie en todo el orfanato sabía que yo pertenecía a La Banda salvo algunas excepciones que se habían enterado casi de casualidad, no me preocupaba por que lo dijeran, sabía que no lo harían, no al menos si apreciaban su estado físico actual. Estos me respetaban y temían, saben que si intentaran algo muchos de mis “amigos” se les echarían encima. No me era difícil imaginarme a Carlos dándole una paliza a uno solo porque me había mirado mal, y si me lo imaginaba era porque ya lo había visto. A veces me jodía que fuera tan asquerosamente protector conmigo, exactamente igual a Lucas, joder yo no era ninguna niña pija que no podía ni coger unas tijeras sin hacerse daño o necesitar ayuda.
En menos de un cuarto de hora estábamos en la entrada del orfanato. Cuando bajé del coche me quedé plantada en el sitio observando detenidamente el orfanato, una especie de deja vú se apoderó de mi y el recuerdo de la primera vez que pisé ese mismo sitio apareció en mi mente. Por aquel entonces yo era una pobre y asustadiza niña de ocho años traumatizada por la “trágica” muerte de sus padres, hoy era una adolescente de dieciséis años fría, calculadora y temeraria.
Deseché los recuerdos de mi cabeza, no me gustaba mi pasado y siempre evitaba recordarlo. Me fijé en la arquitectura del edificio y me di cuenta de que no había cambiado nada, era un edificio de tres plantas hecho con piedra oscura grande y cuadrada con los marcos de las ventanas de madera y aspecto nostálgico. Un gran jardín lo rodeaba y un camino de gravilla iba desde la acera de la calles hasta los escalones que daban a la puerta de entrada.
Al mirar la segunda planta me di cuenta de que en una ventana estaba la cabeza de Lucas mirándome mientras me dedicaba una sonrisa enorme, entonces repentinamente se fue para dentro. Me giré para sacar la maleta del maletero del coche mientras el director iba a decirle algo al conserje. Cuando ya había sacado la maleta unos brazos me levantaron del suelo abrazándome. Me giré mirando a Lucas a la cara mientras le dedicaba una media sonrisa.
- Lucas ¡Bájame, ya! – intenté sonar enfadada pero no lo conseguí.
- De acuerdo, señora. ¿Cómo estás?
- Bien. ¿Sabías que eres más crio a veces que un niño de tres años? – solo me sonrió- ¿Tu qué tal?
- Aburrido, como siempre. Venga te ayudo a subir la maleta a tu habitación. ¡Señor director nos vamos dentro! – gritó, seguidamente me cogió de la mano arrastrándome, literalmente, hacia el edificio.
En el vestíbulo no había nadie, era raro, normalmente los más pequeños no paraban de gritar y correr de un lado para otro. En el reloj que había sobre el mostrador vi que era la hora de comer, estarían todos en el comedor. Al subir a la tercera planta, la de las chicas, un par de cabezas se asomaron por una puerta. Natalia y Diana, las chupaculos, perdón, las amigas de Irina. Les miré fríamente y volvieron a meterse para adentro. Pijas de mierda, seguro que se habían pasado la semana poniéndome a parir, eso sí por detrás, porque por delante ni me miraban a la cara del cague que les cogía.
Al entrar a mi habitación pude sentir el olor a desesperación y dolor que había experimentado al intentar suicidarme, también olía a cerrado y al mirar hacia la ventana me di cuenta de que mis cosas no estaban en el sitio que deberían estar. Pude notar aun sin verlo, como Lucas se ponía nervioso, seguramente se había dado cuenta de que lo había visto y seguramente él sabía que había pasado. Me gire para enfrentarlo de cara exigiéndole una respuesta con la mirada. Lucas bajó la cabeza y me dirigió una mirada culpable.
- El director hizo que retiraran cualquier cosa con la que pudieras cortarte o hacerte daño.
- ¿¡Que, que!?
- Pues eso – me dijo, puso cara de reproche - ¿Qué te esperabas? Es comprensible que haga eso ¿No crees? Además, no te preocupes, fui yo quien hizo la inspección, todas tus cosas de La Banda están debajo de esa tabla suelta – añadió con asco.
- Gracias – respondí secamente, no me había gustado nada ese tono con el que me había hablado – ¿Puedes salir? Me gustaría estar sola.
Por el tono en que lo dije pareció más una orden que una petición pero era eso lo que quería. Sin esperar una respuesta lo empujé afuera y le cerré la puerta en las narices, cerré con pestillo y me giré apoyando la espalda contra la puerta mientras me deslizaba hasta quedarme sentada en el suelo. Estaba cansada y no me apetecía hacer nada salvo quedarme encerrada en esa habitación hasta que todos se olvidaran de mi.
Me quedé es esa misma posición durante lo que a mí me parecieron horas, aunque seguramente tan solo serian diez o quince minutos. Había mantenido la mente en blanco hasta que un zumbido me devolvió a la realidad. Con la mirada localicé el objeto del que provenía el zumbido, era mi móvil, que estaba a punto de caer al suelo. Me levanté y lo atrapé antes de que rozara el suelo. Para entonces el móvil ya había dejado de vibrar, suspiré exasperada y miré la pantalla iluminada del móvil mientras que en mi estomago se formaba un nudo que bien habría podido ser hecho por alguien de la marina… diez perdidas de Carlos, cinco de Lara y nueve de Tony, uno de los cinco jefes de La Banda… La última perdida era de Carlos. Rápidamente le llamé, no quería dar motivos para que hubiera más problemas de los que ya había. Un toque, dos, tres…

CAPITULO 4

- A mi no me engañas, puede que no sean solo ellos, pero estoy seguro que son los causantes de varios motivos por los que has hecho eso – hizo una pausa y me miró intensamente – Ariadna, la banda no es un juego…
- ¡Ya sé que no es puto juego! – le interrumpí.
- Debes dejarlos – me explicó pacientemente – o terminaras mal y no quiero que eso pase… eres como mi hermana.
- Lucas se perfectamente donde me meto – le dije duramente – no quiero discutir ahora. Hablemos de lo que sea ¡Hasta del tiempo si quieres!... menos de ese tema.
- Está bien… mañana ya vuelves – cambió de tema y una sonrisa se formó en su rostro - ¿Sabes? Todo está demasiado tranquilo sin ti, le tendrás que dar caña al orfanato o acabaremos muriendo del aburrimiento.
Le observé con detenimiento, a pesar del cambió de tema se veía claramente que estaba preocupado por mí y me sentí hecha una mierda, una mierda por no haber pensado más que en mi, por no haber pensado en él ni en las otras personas que me importaban, me sentí egoísta por haber cometido aquella gilipollez y no haber pensado en cómo se lo tomarían los demás. Entonces me di cuenta de que tenía que seguir adelante, por mí, por Lucas, por Carlos, por La Banda… por mis padres. No me podía rendir a la primera de cambio. Había soportado ocho años de desgracias, podría soportar unos cuantos más.
- Tranquilo, les meteré caña a todos para que no se olviden de mi en años – intenté bromear - ¿Saben todos lo que ha pasado?
- Si… Irina lo contó horas más tarde después de que te trajeran.
- Hija de p… - ¿Quién coño se creía esa para ir contando cosas mías?-.
- Por lo menos le pude cerrar la boca antes de que lo soltara en el instituto. – me interrumpió - Piensan que tienes gripe, aunque los profesores si que saben la verdad…
- Gracias – le sonreí – de verdad no sé lo que haría sin ti… aunque eso no quita que no le vaya a hacer nada.
- Tranquila, no pasa nada. Lo siento Ari pero me tengo que ir, pronto nos llamaran para cenar y si ven que no estoy me la cargaré.
Se despidió con un beso en la frente. Vi como desaparecía por el marco de la puerta y me quedé pensativa, más que nada, con mi discusión con Lucas, no solíamos discutir, se puede decir que somos hermanos, no de sangre pero si nos sentíamos como tales. Solo discutíamos cuando salía “La Banda” de por medio. “La Banda” es un grupo de gente “de la calle” por decirlo de alguna manera, para la policía éramos <> y aunque realmente se nos podía clasificar así, no éramos solo eso. Está bien, siempre había peleas, drogas, alcohol, graffiteros y robos entre otras cosas, pero también solíamos, no siempre, ayudarnos y protegernos de alguna manera, ellos eran como mi familia. Lucas odiaba a La Banda y no quería que yo perteneciera ella, al principio no sabía porque pero después de un tiempo me enteré por Carlos, Lucas había pertenecido a La Banda pero los dejó antes de que yo entrara, les dio de lado cuando en una pelea le dieron un cuchillazo con una navaja y La Banda no hizo nada por ayudarle, él lo dio todo por ellos y ellos lo dejaron solo. <> me decía una y otra vez intentando convencerme de que no era bueno que fuera con ellos y la verdad es que en cierto modo tiene razón pero a mí no me había hecho nada, siempre me han ayudado. Incluso allí fue donde encontré a Carlos, Charlie para La Banda. Carlos fue la persona que inconscientemente me animo a unirme a ellos. Hacia unos meses que salía con él y después de Lucas era la persona que más me conocía y comprendía. Y, aunque a veces sea un capullo en el fondo es buen tío. Fue entonces cuando me di cuenta de una cosa, si La Banda no sabía lo que me había pasado tendría que rendir cuentas, no era nada bueno que pensaran que los había dejado, uno no sale de La Banda así como así, tienes suerte si sales vivo de ella.

lunes, 10 de mayo de 2010

CAPITULO 3

- Hola Ariadna, soy la doctora Ruiz y estoy aquí para escucharte y ayudarte.
- Hola señora, mire no es por nada pero no necesito ayuda ¿Entiende? Ni tampoco le voy a contar mis problemas ni nada de lo que me pase – le solté. La doctora estaba alucinando con mi súper discursito y eso que no le he dicho lo que pensaba <<>>, pero claro no se lo he dicho, después de todo mis padres me enseñaron modales, aunque la mayoría se me hayan olvidado.
- Entiendo que es difícil para algunas personas sincerarse pero entiende que es por tu bien. Puedo preguntarte… ¿Por qué lo hiciste?
- Ya lo ha hecho, y está loca si piensa que le voy a contar algo.
- Por favor Ariadna, solo dime si tuviste muchos motivos, si la idea te rondaba desde hace tiempo en la cabeza…
- Pues si, tuve muchos motivos, los cuales no pienso contarle y la idea de suicidarme se me ocurrió en el momento, nunca pensé detenidamente en hacerlo – mentí.
- Entonces, si no me equivoco ¿la idea de suicidarte fue provocada por los últimos acontecimientos que te han pasado? – asentí con la cabeza, aunque fuera una gran mentira – un detonante… Quizás, ¿La muerte de tus padres tiene algo que ver?
Miles de recuerdos me asaltaron cuando los nombró… la muerte de mis padres solo era la punta del iceberg, solo es la causa de que yo hoy sea lo sea, con todo lo que eso conlleva. Se podría decir que es como ese efecto de causa y consecuencia. Con ese efecto se podrían explicar muchas cosas de mi vida.
- La muerte de mis padres fue hace ocho años – le dirigí una mirada furiosa – lo superé hace años.
- Pero la experiencia fue traumática para ti – insistió.
- ¡Joder! Le he dicho que eso no tiene nada que ver – la psicóloga esa ya me estaba haciendo perder los nervios.
- Entonces, ¿tienes problemas en el orfanato, el instituto o con los amigos?
- No, todo me va fenomenal – mentí.
Si la gente supiera quién son mis “amigos” se escandalizarían y haría mucho tiempo que yo estaría en un reformatorio, y no exagero.
Estuvimos hablando un rato más. Ella haciéndome miles de preguntas. Yo igual que siempre, sin contestar o si lo hacía, mintiendo. Esa mujer era persistente, hay que admitirlo.
La semana pasó larga y aburrida. Solo me visitaban las enfermeras para darme medicinas, médicos para ver y controlar mi estado y la psicóloga volvió dos veces más después de aquel día, pero se podría haber ahorrado el viaje, como siempre, yo no soltaba prenda, ni lo pensaba hacer. El director de mi orfanato me visitó un día para ver cómo me encontraba y decirme que en dos días él vendría a por mí. Lo único un poco importante fue la visita de Lucas.
Lucas era el chico más cercano a mí de todo el orfanato, ha pasado toda su vida allí, lo abandonaron en las puertas del edificio el mismo día que nació. Nunca le ha importado eso, decía que él se podía valer por sí mismo, exactamente lo mismo que decía yo. El próximo año abandonaría el orfanato ya que solo le faltaba un año para los dieciocho. El tenía un año más que yo e intentaba cuidarme y guiarme por el buen camino, en plan “hermano sobreprotector”, pero era demasiado tarde, yo ya me había echado a perder. Él era una de las pocas personas a las que yo apreciaba.
Castaño, ojos verdes y muy alto. Estaba frente a mí y me miraba seriamente mientras se acercaba y me besaba en la frente.
- Hola Ari ¿Cómo estás? – me miraba tiernamente y entonces me sentí una mierda por no haber pensado hasta entonces en él. Pero como siempre para no mostrar nada estaba mi mascara fría e inexpresiva, la máscara con la que todos me conocían, nunca me la quitaba, a no ser que estuviera sola y así y todo no solía hacerlo.
- Bien, ¿Cómo es que estas aquí? Dudo que te hayan dejado salir para verme.
- Tienes razón, me he escapado. Por el patio trasero, ya sabes.
En el patio trasero, oculto entre los arbustos y árboles que rodeaban la valla de hierro, había un agujero lo bastante grande como para que una persona pudiera pasar agachada. Solo Lucas y yo sabíamos que existía. Yo solía utilizarlo para fugarme e irme por ahí, pero Lucas no, por lo que me sorprendió que lo hubiera hecho, pero no le dije nada.
- Oh, claro. ¿No te habrán pillado verdad?
- Ari, ¿Por qué lo hiciste? – fue directamente al grano. Sabía que Lucas era muy perspicaz y sería difícil engañarlo por lo que me tendría que ajustar lo más que pudiera a la verdad.
- Joder… últimamente no saben hacerme otra pregunta. – sabía que no lo desviaría tan rápido del tema, pero no pude evitar intentarlo.
- Ariadna, no me cambies de conversación – me miraba duramente y pude advertir por las líneas de la mandíbula que apretaba los dientes, claramente estaba tenso - ¿Por qué lo has hecho?
- Por nada…
- ¡Eh! Mírame – me ordenó, me cogió la barbilla con la mano y me obligó a levantar la mirada – yo no me voy a tragar esa mierda de que estas bien y que no ocurre nada… joder Ari, soy yo, no el director ni ningún loquero, sabes que me puedes contar lo que sea.
- Te he dicho que no me pasa nada joder, en serio, créeme…
- ¡Me lo creería si no fuera porque has intentado cortarte las venas! – me interrumpió, me miró intensamente y en un momento su expresión cambio a una mezcla de cansancio y preocupación - ¿Es por ellos verdad?
- ¡NO! Todo lo que me ocurre no es su culpa ¿sabes? – no me apetecía discutir con él, y menos sobre ese tema.

CAPITULO 2

Me sentia como un cachorro acorralado, pero no lo demostré, no es mi estilo. No me gusta mostrar mis sentimientos y emociones así como tampoco me gusta que me cuiden o que se preocupen por mí. Todo lo que me ha pasado en mi vida me ha enseñado que si demuestras tus sentimientos o emociones, que si saben cosas sobre ti, todo eso te hace más débil.

- Ariadna, ¿Puedes abrir más los ojos, por favor? – los abrí y el médico se dedicó a examinarlos, también me miró el pulso y no sé cuantas cosas más, durante el proceso ninguno de los dos habló y yo no iba ser la que rompa el hielo.

Al cabo de lo que parecieron horas aunque apenas fueron unos quince minutos, lo sé porque vi el reloj, el médico paró de examinarme y él y el director salieron al pasillo, cerrando la puerta. Pensé en lo que estarían hablando, pero otra cosa me molestaba mas, no sé quien coño entró en el baño cuando pasó todo, pero juro que cuando lo averiguara se lo haría pagar de la peor manera que se me ocurriera. Levanté los brazos que me pesaban como dos bloques de hormigón y me miré las muñecas, estaban bien vendadas, pero se veía una franja roja en cada una. Los cortes me los había hecho bastante profundos, seguro que me dejaban cicatrices.

En ese momento se abrió la puerta y entró mi director, estaba muy serio, cogió una silla y la llevó hasta el lado de mi cama. Se sentó pero no dijo nada, solo se quedó mirándome fijamente, me molestaba que no dijera nada, el silencio nunca me gustó.

- ¿Por qué has hecho esto Ariadna?

- Son cosas mías, señor – tenia la voz ronca, como si hiciera mucho tiempo que hablara - ¿Qué ha pasado?

- Irina entró en el baño y te vio en el suelo en medio de un charco de sangre mientras perdías la consciencia. El médico dice que si hubiéramos tardado un poco más en traerte habría sido demasiado tarde – no le corté, seguro que era una de esas pausas dramáticas, a este siempre le gustó - no sé porque has hecho esta barbaridad, pero solo voy a decirte que huyendo de los problemas no consigues nada. Pensaba que tú eras de las que se enfrentaban a ellos… - joder, no sé si gritarle o darle un puñetazo - te quedaras una semana en observación, después vendré a por ti, recupérate y no hagas ninguna atrocidad. Adiós.

Lo miré con el semblante inexpresivo, aunque por dentro estaba alucinada, se levantó y se fue. Estaba muy raro conmigo, de normal el director era muy cariñoso con todos los del orfanato, en especial conmigo, él fue amigo de mis padres. Pensaba que ahora vendría el médico a darme algún discursito pero no lo hizo.

Pasó un buen rato en el que yo no dejaba de mirar al techo, joder, yo ya sabía que no ganaba nada huyendo de los problemas, pero ya había llegado al límite… he vivido y he visto cosas que no tendría que haber vivido ni visto con dieciséis años. Nadie sabe que me ha pasado en esta vida, alguno podrá decir que me conoce de verdad pero en realidad no sabrá ni la mitad de las cosas que escondo. Todo lo que me ha pasado en esta vida me ha enseñado a no confiar en nadie, a no mostrar mis sentimientos o emociones. Soy bastante independiente, por lo que no necesito que nadie me cuide, pero se ve que no se dan cuenta de eso.

En ese momento entró una mujer con bata blanca, pero no parecía un medico. ¿A quién te llevan cuando has intentado suicidarte? Ah, ya se. A un loquero, o lo que es lo mismo un psicólogo, para hablar de tus “problemas”. ¡JA! Si se creen que hablaría con esta tipa de cosas que solo me conciernen a mí, pueden esperar sentados. La tía se sentó en la silla en la que un rato antes se había sentado mi director y me miró con una sonrisa afable, mientras cogía el bolígrafo y la libreta para apuntar las cosas que yo le dijera.

CAPITULO 1 :) (PROLOGO)

Desesperada, harta, cansada de todo… ni siquiera sé como he llegado a este extremo, a estar arrodillada en el baño con un cristal en la mano derecha y la muñeca izquierda sangrando por un corte profundo. Veía como salía la sangre a chorros, pero no me inquietaba ni me asustaba, me había imaginado tantas veces ese momento que la realidad parecía solo una más de esas fantasías. Tardaba demasiado… cogí el cristal con la mano izquierda torpemente, a causa de la herida, y me hice un corte rápido y limpio en la muñeca derecha. El dolor era fuerte, pero ni siquiera lo notaba, el cansancio que llevaba dentro era peor que todo dolor existente… poco a poco se me fue nublando la vista y perdía fuerza, con lo que el cristal cayó al suelo y se rompió en varios pedazos. Ya faltaba poco tiempo, por fin todo terminaría… me derrumbé en el suelo, veía que estaba manchado de sangre. Todo se me hacia negro, pero antes de perder la consciencia, oí como la puerta se abre.

Oí voces… ruidos de aparatos funcionando… abrí los ojos lentamente parpadeando, entre la bruma distinguí dos figuras, estaban hablando pero no entendía lo que decían, tampoco podía ver quién era.
Claramente esto no había salido como quería, joder, no quería seguir aquí ¿es que no lo entienden? Si ven que me había intentado suicidar, seria porque yo quería hacerlo, porque es mi decisión, que la respetaran y me dejaran en paz de una puta vez en mi vida.
La vista se me hacía cada vez más nítida y pude ver que estaba en una maldita habitación de hospital conectada a unos aparatos y tubos, seguramente para mantenerme con vida, entonces pude distinguir a las personas, eran un medico y el director de mi orfanato ¡mierda! Intenté cerrar los ojos, para que no vieran que me había despertado y me dejaran un rato tranquila, pero era demasiado tarde, ya me habían visto.
- Mire Señor Álvarez, la chica ya ha despertado – le dijo el médico a mi director, él se giró rápidamente y se acercó a mi cama, mientras que el médico se acercaba por el otro lado.