IMPORTANTE

La entrada que esta entre el 6 y el 7 capitulo tambien es un capitulo! es como la sgunda parte del 6.

jueves, 13 de mayo de 2010

CAPITULO 12

Ella me miraba intentando parecer sobrada de sí misma, pero sus ojos la delataban, tenía miedo. Irina era una de las pocas personas del colegio que sabían que yo pertenecía a La Banda y por tanto sabia de lo que yo era capaz.
- A los que se interponen en mi camino, yo los saco a patadas – susurre, en voz baja pero lo bastante alto como para que se enterara.
- ¿Me vas a pegar? ¿En el orfanato? – intento amenazarme.
- Puede. También puede que te pegue en el instituto.
Me acerqué a ella y le cogí por el brazo retorciéndoselo.
- De momento solo te hare un pequeño moratón. A la próxima te juro que te doy una paliza – le retorcí mas el brazo - ¿Lo has entendido o tu única neurona se ha visto afectada por el tinte? – no me respondió, le retorcí más aun el brazo- ¡Responde!
- ¡Sí!
- Pues ahora me vas a decir que querías.
- Lucas te buscaba y me ha enviado “amablemente” a decírtelo.
Después de decir eso se fue cerrando la puerta tras de sí. Puse cara de asco y salí yo también de la habitación. Las pocas chicas que estaban en el pasillo me miraban de reojo a la cara, para después bajar la mirada hasta mis muñecas. La camiseta de manga larga escondía las vendas que aún conservaba. Al bajar a la segunda planta vi a chicos que aun iban con pijama paseando por el pasillo o metiéndose en otras habitaciones para pedir algo seguramente. Los que me veían se me quedaban mirando, pero sus ojos iban de mis muñecas vendadas a mi culo. Salidos. En la primera planta veía niños y niñas corriendo felizmente de un lugar a otro, jugando, solo unos pocos me miraban impresionados.
Cuando llegué al comedor bastantes personas se giraron para verme, yo no miraba nada en especial, todo en ese sitio me era indiferente, los pasillos, las habitaciones, la gente, todo, simplemente todo. Cogí una bandeja con poca comida y me senté sola en una mesa. Antes de que se sentara a mi lado ya había notado a Lucas.
- ¿Sigues cabreada por lo de ayer?
- No. Estoy cabreada por lo de hoy. – dije sin mirarlo.
- ¡Hoy no te he hecho nada!
- ¿te parece poco haber enviado a Irina a mi habitación?
- Ah… -su cara perdió color – lo siento es que era la primera a la que había visto.
- Bah, ya no importa.
- Bueno, lo siento. Por lo de ayer y por lo de hoy. – ni siquiera le miré, aunque ya le había perdonado - ¡Joder! ¿Qué quieres que diga que…?
- Oh, cállate. Ya te he perdonado.
Le miré por primera vez en lo que iba de día y vi que me sonreía.
- Eres imbécil, hermanita. Pero para que veas que soy buen hermano tengo algo que te alegrará. – le miré escéptica.
- ¿El qué?
- Hay nuevas zonas donde podrías hacer graffitis.
En mi mente algo se despertó. Pintar era justo lo que más necesitaba en ese momento. Cuando yo pintaba era como expresar mis sentimientos y emociones en la pared, algo así como los escritores, la única diferencia era que los escritores escribían sus sentimientos, yo los plasmaba.
Cuando terminé de comer me fui con Lucas a dar un paseo. Al ser sábado podíamos salir del orfanato sin que nos pudieran decir nada. No hablábamos, estábamos pensando en nuestras cosas. Cuando era la una acompañé a Lucas a su trabajo. Hacía cinco meses que trabajaba en una tiendo como dependiente. Ganaba poco, pero por lo menos tenía un trabajo, cosa que no podían decir muchos adultos. Cuando lo dejé fui a Las Ramblas y me senté en un banco. Cogí el móvil y busque un número. Un pitido, dos, tres, cuatro…
- ¿Ariadna?
- Sí, soy yo. Necesito espráis. ¿Me los podrás conseguir para mañana?
- Claro. Y para hoy si quieres también, guapa.
- Hoy no puede ser, mañana pásate por la fábrica y me los das.
- Okey.
- Adiós Ángel.
Colgué y suspiré. Pasaba un montón de gente, todos perdidos en sus preocupaciones, esclavos del trabajo y del que dirán. Si solo supieran que al dejar de pensar en eso una nueva perspectiva se abre ante tus ojos, nada de eso importaría. El trabajo no lo es todo y depender de la opinión de la gente es debilidad, así nunca se podría llegar a cumplir un sueño. Qué asco de mundo, pensé. Mirara a donde mirara solo veía falsedad e hipocresía, quizás era por lo que me había pasado o quizás simplemente era que yo llevaba razón al afirmar que la persona era más hipócrita que humana por naturaleza. La mayoría de la gente no sabía lo que era la sinceridad. Nadie en todo el mundo puede decir que nunca ha mentido, porque aunque no nos demos cuentas, mentimos constantemente, algunas veces por propia iniciativa, otras veces inconscientemente, solo con decir a alguien lo que quiere oír ya estamos mintiendo, creemos que si decimos lo que el otro quiere oír se soluciona todo, pero no es así. Puede que la verdad duela, pero es la verdad.
Me levanté para irme, pero al girarme choqué con alguien y caímos los dos al suelo. Al levantar la mirada vi que había chocado con una chica. Me levanté ágilmente y la miré con rabia en la mirada, aunque le ayudé a levantarse. Sus amigas estaban detrás ella, como si estuvieran esperando que yo le hiciera algo a la chica. Me fije en que debían tener mi edad, además se notaba que venían de buena familia, ropas caras, bolsos caros, zapatos caros, bolsas llenas de ropa nueva en las manos y peinados de peluquería.
- Oye, lo siento – la chica con la que había tropezado me sonrió.
- No pasa nada. – le contesté irritada.
- ¿Cómo te llamas?
O se hacia la tonta o lo era y no captaba las indirectas, no quería hablar con ella, me recordaba muchísimo a alguien que yo había conocido de pequeña. Ella y sus amigas eran lo que yo habría sido de no ser porque mis padres murieron. Podría ser que fuese ella, pero… la probabilidad era casi nula ¿No? Éramos miles de personas en Barcelona como para que de casualidad encontrara a mi amiga de la infancia. No. No podía ser ella.
- Ariadna Alameda de la Torre.
Su cara y la de todas sus amigas se descompuso por la sorpresa mezclada con la inseguridad.
- ¿Ariadna Alameda de la Torre? ¿Ari? ¡Dios, eres tú! – la chica con la que había tropezado se abalanzó sobre mí para abrazarme, mis músculos se tensaron y no le correspondí, al ver esto, ella se apartó un poco de mi mientras me sonreía - ¿No te acuerdas de mí? Soy Ruth.
Si que era ella. Yo estaba estática mientras todas me abrazaban. Ni siquiera les entendía cuando hablaban, mi mente estaba catatónica. Al parecer Ruth se dio cuenta.
- Chicas, dejadle espacio. – todas se apartaron para mirarme. - ¿Estás bien, Ariadna?
- Yo…
- ¿Es que no te alegras de vernos después de tanto tiempo? – bromeó una chica rubia que según me acordaba se llamaba Mónica.
¿Iba a decirles la verdad? ¿Realmente les iba a decir lo que opinaba sobre que aparecieran en mi vida después de ocho putos años? La verdad es que ellas no tenían culpa de lo que me habían hecho sus padres, puede que ni siquiera supieran que había pasado. Opté por decirles una media verdad.
- Me sorprende.
Sus caras cogieron un matiz de decepción y me miraron esperando algo más de mi parte: una sonrisa, unas palabras, algo.
- ¿Y nada más? – me preguntó Alma.
- ¿Qué más queréis que os diga?
- ¡Hombre! Pues hace como seis o siete años que …
- Ocho, hace ocho años que no nos vemos – dije duramente.
- Ari…
- ¡Nada de Ari! Éramos amigas joder ¡todas éramos amigas! Y tú Ruth, ¡tú y yo éramos mejores amigas, siempre estábamos juntas!
Había pasado mucho tiempo desde aquella época, demasiado tiempo. Pensaba que todo había quedado en el pasado, pensaba que ya nada de todo aquello me afectaba. También pensaba que mi pasado no volvería para atormentarme otra puta vez, pero por lo visto no era así.
Mi mascara de frialdad e indiferencia iba cayendo. Sentimientos ocultos durante años volvían a salir a la luz. Mi voz se veía impregnada de rabia, odio y dolor, mucho dolor.
- Me dejasteis sola – terminé de decir hablando cada vez más bajo.
- Ariadna, escúchame. Teníamos ocho años, ¡no comprendíamos nada de lo que pasaba! - Ruth me miró directamente a los ojos mientras se acercaba a mi – Ari claro que éramos mejores amigas, eras como mi hermana… y te juro que si hubiera sabido todo lo que estaba pasando habría hecho algo.
- Éramos pequeñas… nuestros padres no nos contaban cosas o nos tomaban en cuenta para tomar decisiones importantes. – añadió Mónica.
- Además creíamos que te irías a vivir con algún familiar… - dijo dubitativa Mireia.
- ¿Mi familia? – repetí incrédula – mi familia me dejó sola después de que asesinaran a mis padres, me dejaron sola igual que todos aquellos que eran “nuestros amigos”.
No eran capaces de mirarme a la cara. Sus miradas apuntaban al suelo. Solo Ruth me miraba a los ojos.
- Lo sentimos. Créeme, por favor.
En ese momento todas levantaron la cabeza para mirarme. Algunas tenían los ojos brillantes, con alguna lagrima con intenciones de salir. No hablé, solo las miré a los ojos. Todos ellos reflejaban la verdad, reafirmaban lo que me habían dicho: ellas no sabían nada.
En ese momento no pude más. Simplemente me acerqué a ellas y las abracé. Oí como muchas suspiraban con alivio y como alguna sollozaba, pero todas nos abrazábamos. Como cuando éramos pequeñas.
Después de eso no hablamos más del tema. Me fui con ellas a comer. Hablamos de nuestras vidas, del instituto y de cosas así. Por unas horas me escapé de la realidad. Escapé de del orfanato que era a la vez mi casa y mi prisión. Escapé de aquella fábrica con olor a sueños rotos que me atrapaba. Escapé de toda aquella gente que me rodeaba. Me escapé gracias a ellas.
No era ni mucho menos la misma relación que teníamos de pequeñas, claro que no. Habían pasado demasiadas cosas, demasiadas como para que todas fuéramos como antes. Cuando éramos pequeñas lo más importante era divertirnos jugando a las muñecas, tomando un helado o viendo la tele. Ahora teníamos dieciséis años, alguna tenía diecisiete, y la vida era mucho más dura de lo que nos parecía de enanas. Nuestros padres siempre nos habían sobreprotegido, rodeándonos de algodón para que no nos hiciéramos daño. Fue después de la muerte de mis padres que me di cuenta de todo. Caí de aquel sueño en que me tenían mis padres para caer en la cruda y pura realidad. Estaba absolutamente segura de que para ellas, creces no había sido igual que para mí. Ellas habían crecido rodeadas de lujos y cuidados. Yo había tenido que crecer antes de tiempo y sola. Éramos muy diferentes, ellas estaban felices con su vida, yo detestaba la mía, ellas tenían padres, yo no, ellas seguramente no tendrían ni que estudiar para conseguir un trabajo, su padre les podría conseguir una buena posición en alguna empresa, y yo… hasta que cumpliera los dieciocho tendría que apañármelas como pudiera.
Pero a pesar de las diferencias, teníamos un pasado juntas. Y allí estábamos, comiendo y hablando de la vida.

Estaba llegando ya casi al orfanato. Iba con prisa, ya casi me daban las ocho de la noche. Me había entretenido más de lo previsto, después de comer nos habíamos quedado hablando y después habíamos ido a pasear por gran parte de Barcelona y al despedirnos nos habíamos pasado los móviles. Estaba contenta de haberlas visto, pero algo fallaba, aun tenia resentimiento dentro de mí. Sabía que ellas no habían tenido nada que ver con la decisión de sus padres pero… aun dolía, y mucho. Al entrar en el orfanato me fui directamente a mi habitación, no tenía ganas de cenar. Lo que necesitaba era relajarme. Conecté los auriculares al móvil y me puse los cascos en las orejas. “Chico problemático” de Nach sonaba en mis oídos mientras yo empezaba a recordar el motivo por el cual yo había terminado en el orfanato.

Después de que mis padres murieran me alojé durante unos días en casa de la hermana de mi madre, una tía que solo pensaba en ella misma y su riqueza. Al fallecer los dos padres y yo no tener ningún tutor asignado hubo un gran problema ¿Quién se hacía cargo de la niña? Entonces fue cuando me di cuenta de lo hipócrita y asquerosa que era la gente. Los familiares casualmente no podían por alguna patética excusa “Mi trabajo me hace viajar mucho no podría cuidarla…”, “Es que últimamente voy bastante escasa de dinero, no sería conveniente para la niña…”, y así hasta algunas que en el día de hoy me hacia revolcarme de la risa. Después los “grandes” amigos que habían estado presentes durante toda mi corta vida en las fiestas, en los banquetes, en las reuniones, fueron desapareciendo hasta no quedar nadie a mi lado, solo Francisco Álvarez, amigo de mi padre, dijo que él podía cuidarme y hacerse cargo de mi hasta que yo cumpliera los dieciocho años, ya que era el director de un orfanato que estaba en la parte antigua de Barcelona. Así fue como fui a parar a este sitio. Los padres de Ruth, Mónica, Mireia, Alma, Susana y Emma, mis amigas de la infancia, habían sido los amigos más cercanos a mis padres antes de aquella noche. Empecé a odiarlos a ellos, cuando me enteré de que me daban la espalda. También empecé a odiar a mis amigas de entonces, quizá solo porque ellas eran sus hijas, realmente no sé porque empecé a odiarlas, pero así lo hice.
Ahora nos habíamos perdonado, pero no todo era tan sencillo. No había la misma confianza ni la misma complicidad que un día hubo entre nosotras, nuestras vidas habían sido demasiado diferentes. Y, aunque ahora les hablara, a sus padres aun los odiaba, los odiaba demasiado.

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