IMPORTANTE

La entrada que esta entre el 6 y el 7 capitulo tambien es un capitulo! es como la sgunda parte del 6.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Capitulo 20 :)

Ni siquiera supe que contestar.
- Lucas, sé lo que me hago… ¿Vale?
- ¡Pues no lo parece! Mira, eres como mi hermana, Ari y no quiero que te claven una navaja o algo peor.
- No me pasará, tranquilo, de verdad.
Le sonreí, pero no conseguí trasmitirle mucha paz. Me miró inquieto pero no añadió nada más.
Nos quedamos como cinco minutos perdidos en nuestros pensamientos.
No podía imaginarme mi vida en unos meses… Lucas se iba a la universidad y yo… me quedaría sola en el orfanato. Podía valerme sola, pero no sería lo mismo sin él. La persona que más se había preocupado por mí después de mis padres. Una parte de mi, mi parte egoísta, quería que él se quedara a mi lado, sin importar nada. Pero Lucas sería infeliz. Por eso mi otra parte quería que él se fuera a la universidad, se sacara la carrera y fuera feliz. Poder ver una de sus sonrisas sinceras era recompensa suficiente.
- ¿Carlos aun está herido, verdad?
Me giré sobresaltada. Lucas apoyaba la cabeza sobre los brazos, que cruzados estaban apoyados encima de el respaldo de la silla. Me miraba con una mezcla de curiosidad y conformidad.
- ¿Cómo…?
- ¿Qué como lo sé? – asentí – las noticias vuelan.
Hice una mueca de hastío y bufé.
- Se mete en cada lío que…
- Siempre ha sido así. – su mirada cambió – Me acuerdo que cuando teníamos trece años, íbamos Carlos, Yon y yo por un barrio que esta al norte de el instituto. Nos cruzamos con unos cuantos skins de esos. El muy idiota de tu novio, en vez de mirar a otro lado se le ocurrió mirarlos mal. Ya sabes cómo son esos tíos, se cabrean por nada. Vinieron hacia nosotros sacando todas sus armas. Joder, me acuerdo que en ese momento lo primero que pensé fue que no sabía que se pudieran esconder tantas armas en la ropa. – se rió amargamente – Yon empezó a correr, yo iba a hacerlo pero me di cuenta de que Carlos pretendía plantarles cara.
Levanté las cejas, incrédula.
- Eran siete u ocho, de diecisiete años a veinte cada uno. Y nosotros solo éramos tres niñatos de trece años. Lo primero que hice fue cogerlo del brazo y estirarlo. Lo obligué a correr. No opuso resistencia, pero cuando llegamos a la fábrica y los skins no nos seguían, se cabreó. Empezó a gritarnos a Yon y a mí que éramos unos cobardes.
- ¿Qué le dijisteis?
- Que más que cobardes, éramos sensatos.
Típico de Carlos. Ir de macho cuando no debía.
Lucas suspiró y se levantó de la silla. Se fue hasta la ventana y se apoyó en la pared. Miraba a través de la ventana. Su mirada reflejaba incertidumbre.
A lo mejor no estaba seguro del futuro, de lo que nos esperaba en el futuro. Como yo. La vida da demasiadas vueltas.
- Me voy al taller.
Me levanté de la cama y me acerqué al escritorio. Empecé a buscar por los cajones. Cuando encontré las llaves me giré para encararlo.
- Ten llévale a tu amigo las llaves de la moto que me dejó ayer. Está aparcada ahí, en la salida.
Las cogió al vuelo. Y con una sonrisa salió de la habitación.
Me volví a sentar en la cama. Tenía demasiadas cosas en la cabeza. Ese puto día me había causado demasiados dolores de cabeza. El instituto, Richi, Tony, Lara, Lucas. Cogí el móvil y empecé a buscar alguna canción. Calles de Nach empezó a sonar en mi habitación. Esa canción era tan real… tan apropiada. Me abandoné a la música. No quería pensar en nada.

“Calles, donde siempre paga quien falla,
Donde todos cruzan rayas y quieren ganar medallas.
Calles, batallas entre el humo y la niebla”

Me acordé de Ruth y las demás. Si supieran lo que yo había hecho, visto o vivido fliparían. Demasiado fuerte para sus mentes protegidas por sus padres. ¿Ellas habrían soportado ver morir a sus padres? ¿Podrían haber soportado que su mejor amigo, y después su novio, hubieran recibido un navajazo? ¿Habrían soportado las huidas de la policía, las tardes y las noches de juerga, las peleas? ¿Habrían soportado todo eso?

Quién sabe. A lo mejor no, o quizás sí. Eso ya no se puede averiguar, porque fue a mí a quien le toco vivir esta vida. Ellas tuvieron más suerte que yo.

Las canciones se fueron sucediendo unas a otras. Y poco a poco, me dormí.

La adrenalina y el miedo corrían por mis venas. Tenía que esconderme, tenía que esconderme. Di un repaso rápido a la habitación con la mirada. Era la habitación de una niña pequeña, había muñecas, lápices de colores y zapatos de ballet por el suelo. Me sonaba de algo, pero no sabía de qué. Oí el crujir de la madera de las escaleras, ocasionado por unos pasos. Pasos de dos hombres.
Decidí arriesgarme y me acerqué rápida pero silenciosamente al armario. Estaba lleno de ropa bonita y buena calidad, cara. Aparte la ropa a un lado hasta que me pude hacer un pequeño hueco. Con las piernas temblando y el corazón a mil por hora entré en el armario y cerré la puerta, dejando un hueco diminuto para poder ver. Para entonces los dos hombres se habían acercado lo suficiente a la habitación donde me escondía, y uno de ellos estaba girando el pomo de la puerta. Este provocó un pequeño chirrido que me dio un escalofrió. Tenía un miedo irracional. No sabía exactamente porque, pero lo tenía. Era como si ya hubiera vivido aquello antes. Quizá solo era producto del pánico.
La puerta se abrió chirriando. Necesitaba aceite. Al igual que la puerta, la habitación, como toda la casa despedía una fuerte sensación de olvido y tragedia. Los dos hombres entraron. Sus pasos eran sigilosos, amenazantes. Había un nudo en mi garganta que no me dejaba respirar. Vi como unos de ellos se acercaba a la cama. La oscuridad me impedía verle la cara, pero vi un tenue resplandor en su bolsillo trasero. Una navaja, pensé inmediatamente. Pero fue el otro quien más me llamó la intención. Estaba al medio de la habitación, recorriéndolo todo con su mirada. Eso más que verlo lo intuí. Estaba en una zona donde no le daba la luz.
Tenía ganas de correr y gritar, pero eso me descubriría, y no quería eso, por nada del mundo. Mi otro deseo era poder despertar de esa pesadilla que se me hacia tan parecida a la realidad. Cerré los ojos con fuerza, deseando estar en cualquier otro lugar. Pasé dos segundos eternos así, pero al abrir los ojos todo seguía igual. La única diferencia era que el hombre que había estado antes en el medio de la habitación se acercaba a la ventana. El otro mientras rebuscaba en los cajones, deseoso de encontrar algo de valor.
Las nubes que ocultaban la luna se alejaron y un rayo de luz plateada entró por la ventana. Un gran tribal se dibujaba en la nuca de hombre que estaba en la ventana. Y, en el mismo momento en que me di cuenta, él se giró. Y me miró.
- ¡Ah!
Me incorporé en la cama rápidamente. Puta pesadilla. Me levanté jadeando aun del terror que había experimentado segundos antes. Fui hasta el baño y empecé a lavarme la cara. La pesadilla había hecho sudara. Me apoyé con las manos en el lavabo, intentando no caerme. En ese momento no confiaba demasiado en mi sentido del equilibrio, y mucho menos en mis piernas.
Miré el espejo que estaba frente a mí. Y, allí, reflejado en mis pupilas, estaba él. Ese tribal tatuado.

sábado, 28 de agosto de 2010

Capitulo 19 :)

Antes de que pudiera darme cuenta, paró de reír y se dio cuenta de que le estaba mirando analíticamente.
- Conozco esa mirada… - dijo receloso - ¿Por qué me miras con esa mirada?
- ¿Qué mirada?
- Esa mirada - enfatizó -. La que tienes ahora mismo.
Vacilé un momento.
- ¿te pasa algo, Lucas? – dije inquisitivamente.
Él me miro asombrado, abrió los ojos y la boca se entreabrió. Vi como inconscientemente cerraba los puños. Y también como apartaba la mirada un momento, pero no lo suficiente como para que no me diera cuenta.
- No, nada. ¿Por?
- No me mientas. Sé que te pasa algo, te conozco demasiado bien como para no darme cuenta. – le dije suavemente.
- Todos nos podemos equivocar. – le miré interrogante – Se supone que yo te conozco tan bien como tú a mí. Y sin embargo no me di cuenta de que querías suicidarte. – atacó con dureza.
Me dolió. Claro que me dolió. Pero no le contesté. Sabía que tan solo decía eso porque yo le estaba invadiendo su “espacio” por decirlo de alguna manera. Yo hacía lo mismo cuando alguien se quería preocupar por mí, atacar, ponerme a la defensiva, todo para hacer notar que “no me pasa nada”, que puedo cuidar de mi misma, que no me hacen falta los demás. Pero por esa actitud había terminado en el baño de mi habitación cortándome las venas.
- Ya, pero… ¿Cuántas veces te he dicho que no sabes mentir? – le dije con una media sonrisa.
Lucas abandonó la actitud defensiva un momento.
- Oye, no te voy a obligar a contarme nada. Pero, si que quiero que sepas que puedes confiar en mí.
Él me sonrió, y antes de que pudiera darme cuenta me dio un abrazo. Suspiré aliviada, era bueno saber que no se enfadaba conmigo.
- Vamos a tu habitación, allí hablaremos mejor.
Nos fuimos hasta mi habitación. Al entrar me di cuenta de que necesitaba ordenarla ya. Parecía que alguien había entrado a robar. Yo me senté en la cama y él en una silla que sacó de debajo de un montón de ropa.
Esperé para ver si empezaba a hablar pero no lo hacía. Miraba al suelo con rabia.
- Estoy harto, Ariadna.
Fruncí el ceño.
- Estoy harto de esta mierda, de este orfanato y de todo lo demás.
Paró un segundo de hablar. Pero no era porque había terminando. Sentí como estaba intentado buscar las palabras adecuadas.
- Estoy harto de vivir así, Ari… de que me miren como si fuera un delincuente, de no poder fiarme de nadie, de… le miré escéptica - ¡Perdona! De casi nadie, de tener que ir con los cinco sentidos alerta porque nunca sabes cuándo te pueden matar o traicionar, de ver que para lo que nosotros está prohibido o es difícil para otros es más que fácil. Estoy harto de pertenecer a la calle…
Nunca me había parado a pensarlo. Lucas siempre parecía tan seguro de sí mismo, tan feliz. Siempre estaba seguro de lo que hacía, decía o pensaba. Pero en ese momento me di cuenta. Lucas nunca podría sentirse a gusto en la calle, no era su lugar. Él era demasiado bueno para la vida en la calle, era demasiado pacifico, demasiado generoso, demasiado simpático, demasiado tranquilo. Simplemente, era demasiado Lucas.
- Quiero una vida normal, Ariadna ¿Me entiendes? – Lucas me miró intensamente.
- Creo que sí. Pero… no puedes hacer nada.
Lo dije con compasión. Esto no era vida para él. Lucas se merecía mucho mas.
- Estoy estudiando en serio. A finales de curso haré la selectividad.
- ¡¿Te piras a la universidad?! – pregunté sin poder creérmelo. No podía imaginarme el orfanato sin Lucas.
- Es lo que espero. – mantenía la cabeza agachada, mirando al suelo – De todas formas a finales de verano cumpliré los dieciocho, me echarían del orfanato. Y antes de que eso pase quiero conseguir una beca para poder estudiar en la universidad y así conseguir un empleo bueno.
- ¿Es esa la forma en que quieres salir de aquí?
- Si…
Sentí como el aire me faltaba. Abrí la boca varias veces hasta que por fin conseguí emitir un sonido.
- ¿Qué quieres estudiar?
- Periodismo de guerra.
Qué ironía.
- ¿Sales de las calles para meterte en guerras?
El se rio amargamente.
- No sé, quizá quiero estudiar eso para ver que hay problemas más serios que los que nosotros tenemos. A saber…
- Eso ya tiene un poco más de lógica.

Me acordé que una vez, hacia unos dos años, habíamos dicho algo parecido.
“Paseábamos por ahí, esperando a que fuera la hora de cenar para volver al orfanato, cuando vimos un cartel donde un psicólogo se anunciaba. Bufé hastiada, nunca había soportado los psicólogos. Siempre metiéndose en la vida de la gente.
- ¿Por qué alguien querría ser psicólogo? No lo entiendo. – dije harta.
Lucas se giró para mirarme. El sabía que yo odiaba a los psicólogos desde que después de la muerte de mis padres tuve que asistir a terapia durante unos meses.
- Quizás creen que si escuchan los problemas de la gente que lo está pasando mal, su vida parecerá menos mierda.
- A lo mejor tienes razón. – le miré sonriendo – O quizás son masoquistas y les gusta amargarse pensando en todo lo malo de la vida. “
Por aquel entonces yo aun no había ingresado en La Banda y a Lucas le faltaba poco para que le metieran una navaja y decidiera salirse de ella.

- Sabias que el periodismo de guerra es peligroso, ¿verdad? – Lucas no me contestó – podrían matarte si te envían a un país conflictivo.
- Dijo la chica que está en una banda de delincuentes conflictivos – contraatacó sonriendo sarcásticamente.
- Joder… No vas a parar nunca.
- No. Ariadna, sal de ahí, deja de meterte en líos de una vez.
- ¡No! Lucas, tú junto con ellos sois la única familia que me queda. – dije intensamente - No quiero perderlos, igual que no te quiero perder a ti ¿Por qué no lo entiendes?
- Te fallaran. Tarde o temprano te harán daño.
- Que a tu te lo hicieran no quiere decir que conmigo pase lo mismo.
Lucas frunció el ceño un momento y se volvió a relajar.
- La Banda es como un cáncer. Te va matando lentamente, te hiere, cambia a la gente, hace que te aísles de las personas rechazando su ayuda, vas quedándote solo… hasta que finalmente ya no hay nada que hacer. O te has muerto, o estás solo.
Su explicación me dejo sin aliento. Ni siquiera supe que contestar.

lunes, 16 de agosto de 2010

capitulo 18 :)

- ¡Joder, Ariadna! – exclamó mirándome con impotencia a los ojos.
- Ni joder, ni mierdas ¿Entiendes Lara? – No dejé que me afectara su mirada. Ella me miro impresionada – Raúl estaba en la reunión, no creo que seas tan idiota como para decirme que aunque él no estuviera en su casa, tú si lo estabas – terminé con molesta.
No me contestó. No me miraba a los ojos, miraba al suelo. Su mirada era de pura impotencia y vergüenza. Todo su cuerpo temblaba y su boca se abría y se cerraba muchas veces sin llegar a emitir algún sonido. No la presioné y esperé. Poco a poco, después de unos segundos empezó a tranquilizarse y su temblar paró.
- Ari, tía… Lo siento, de verdad que lo siento… pero no… no te puedo decir nada – abrí los ojos con asombró normalmente Lara me lo contaba todo, sin excepción alguna – Si pudiera te lo contaría, pero no puedo. – finalizó con indecisión.
- ¿Por qué no puedes?
- No me lo preguntes ¿Vale? Ya es bastante difícil decir esto. – Lara apartó los ojos evadiendo mi mirada - ¿Nunca has tenido un secreto que no puedes contar a nadie?
Por primera vez en mucho tiempo no supe que decir. Agaché la cabeza y mi mirada se posó sobre mis dos muñecas. Tapadas por las largas mangas del jersey, estaban dos cicatrices, rojizas y presentes, intentando recordarme a cada momento mi error. Claro que sabía lo que era no poder contarle a nadie un secreto.
Miré a Lara, estaba pálida, avergonzada e indecisa. Sus ojos me miraban pidiéndome disculpas. Y le perdoné. Después de todo era amiga mía y… fuera lo que fuera que ocultara no podía ser peor que lo mío. Yo no tenía ningún derecho a juzgarla.
- Si, si lo sé…
Ella levantó la vista esperanzada.
- Entonces… ¿No estás cabreada conmigo?
- No. – le sonreí ligeramente – No, tranquila.
- Gracias, tía.
- No hay de qué. – respondí incomoda - Bueno, me largo.
- ¿Te irás a ver a Carlos?
- No creo, necesita descansar y si estoy por allí no lo hará. Me iré al orfanato si eso.
- Pues adiós. Intentaré llamarte después.
Me di la vuelta y sumida en mis pensamientos salí al exterior. La calle estaba desierta, como de costumbre, solo papeles, paquetes, y en general basura, estaba por el suelo. El viento los arrastraba de un lado a otro haciendo parecer a la calle un escenario de película de terror. Ya me lo imaginaba, solo faltaba que detrás de mi estuviera Jack el Destripador, Jason Voorhees o Freddy Krueger. Pero no, esto no es Londres, el Lado Cristal o Elm Street.
Me estremecí de frio. Ese marzo era excepcionalmente frio. Empecé a caminar hacia el orfanato. Seguía el camino más por inercia que por ir concentrada en dar los pasos correctos. Ese camino lo habían recorrido miles de veces, y podría hacerlo hasta con los ojos vendados.
Mis pensamientos me tenían agobiada. Por un lado estaba Carlos, herido por el cabrón de Joel, por otro lado estaba Tony, al que Richi y los suyos quería darle una paliza, después estaba Lara, que escondía algo, y por último, Lucas, hacia bastante que no hablaba con el acerca de cómo le iba todo. Solo hablábamos lo típico. Desde mi “gran” intento de suicidio, yo tenía la cabeza en otro sitio y se me estaba olvidando que era Lucas, el mismo Lucas que me había cuidado desde los ocho años, el que había estado al lado de mi cama en el hospital.
Miré a la gente. Algunos parecían ir con prisa, arrollando a la gente a su paso. Otros iban cabizbajos y con toda la lentitud del universo, parecía que estos caminaban hacia su muerte, por la desgana que llevaban encima. Pensé de nuevo en una conclusión a la que había llegado hacia años: la gente no conoce a las personas con las que conviven. Conocer de verdad, quiero decir. Podría asegurar que hay gente que vive en el mismo edificio más de diez años y ni siquiera sabe cómo se llama el vecino de enfrente o el de al lado. Aun peor, podrías ser amigo de alguien y no llegar a conocerlo nunca del todo. Por ejemplo La Banda, nadie de ahí me conocía a fondo, ni siquiera Carlos.
“¿Podrías dejar de ser tan jodidamente hermética por una vez? a toda La Banda nos jode no poder ver a través de ti, nos jode no poder saber qué es lo que piensas de verdad.”
La frase de Tony, la noche en que fui a casa de mis padres, volvió a mi mente.

Llegué al orfanato a eso de las siete de la tarde. No había mucha gente por los pasillos. Tan solo un par de críos persiguiendo a una niña para tirarle de las trenzas. Los dos niños le seguían de cerca, con unas sonrisas maliciosas en sus caras de siete años. La niña por sui lado, corría con todas sus fuerzas, con la cara aterrorizada. La niña de las trenzas paso por mi lado sin rozarme, pero uno de los niños si que se hubiera estrellado contra mi si yo no hubiera dado un paso hacia atrás. El niño siguió corriendo sin darse cuenta.
- ¡Mira por dónde vas, joder! – exclamé.
Bufé indignada y los vi alejarse, escaleras arriba. Detrás de mí se oyó una risita burlona.
- ¿Abusando de los pequeños?
Me giré con una sonrisa sarcástica y miré al chico que estaba frente a mí.
- ¿Con lo buena persona que soy yo? Sueñas.
Lucas empezó a reírse. Aproveché para mirarle. Siempre conseguía adivinar si le pasaba algo tan solo con mirarle. Por desgracia, él hacía lo mismo. Vi como debajo de sus ojos, había dos grandes ojeras, moradas y marcadas. Parecía que no había dormido bien. También parecía más delgado, tenia los pómulos mas hundidos y el pantalón parecía venirle grande, más que de costumbre.

viernes, 30 de julio de 2010

Capitulo 17 :)

Otra charla se avecinaba.

Esta reunión era muy distinta a la de hacía dos días. En aquella nos dedicábamos a beber, hablar y pasarlo bien, y en la de ese momento estábamos todos tensos, pensando en alguna solución para que Richi y los otros se calmaran o, en su defecto, que peleáramos en nuestro territorio, donde teníamos ventaja.

Tony se dio cuenta de que le estaba mirando y me hizo una seña para que nos apartáramos un poco. Con gruñido me levanté y me dirigí hacia las escaleras. Confiaba en que Tony vendría detrás de mí, después de todo era él el que quería hablar ¿No? A mi paso varias cabezas se giraron pero no le di importancia.
Estaba demasiado ocupada despotricando contra Richi en silencio.

Cuando consideré que estaba lo suficientemente lejos, paré y me senté encima de una maquina olvidada por los antiguos trabajadores. Segundos después Tony llegaba hasta mí.
Cuando se paró frente a mí no habló, se limitaba a mirarme intentado leer a través de mis ojos. Al principio le devolví la mirada desafiante, pero poco a poco, al ver que él no parecía querer empezar a hablar, comencé a irritarme. Sus ojos marrón oscuro, casi negros, eran tan inescrutables como los míos.

-Suéltalo. – ordené.

Su máscara se vio truncada por la sonrisa, mordaz, que esbozó.

-¿Dónde te los has encontrado?

-Ya os he dicho antes que me los he encontrado al mediodía – le espeté, con una ceja arqueada.

Estaba bien que Tony se preocupara, pero tampoco tanto. Yo no daba explicaciones a nadie, sin excepción. Tampoco me había gustado el tono en que lo había dicho, como si él pudiera ordenarme algo.

-Ya. Pero yo quiero saber dónde.

-Una cosa es que tú quieras saberlo y otra que yo te lo vaya a decir.

-Ariadna. – masculló, pasó unos segundos mirándome duramente, hasta que de repente relajó los músculos y suspiró – lo que quieras. ¿Te han dicho algo más aparte de que buscan pelea?

-No. La mayoría de lo que dijeron era chorradas.

Él pareció relajarse por completo, cosa que no pasó desapercibida para mí. Sabía que cuando se mencionaba a Richi y a los suyos todos se ponían tensos, pero que yo les dijera que ellos solo me habían dicho que buscaban lío no era para relajarse, vamos.

-Intenta no volver a ir por donde sea que te los has encontrado.

-Haré lo que quiera – mascullé con tenacidad.

Tony me miró con los ojos abiertos. Vi como apretaba los puños en un intento de calmarse. No era muy común que alguien de La Banda desafiara a alguno de los líderes, pero cada regla tiene su excepción. Esa era una de las pocas cosas que detestaba de La Banda, ¿Lideres? Joder, yo no estaba hecha para acatar reglas.

-Es por tu bien.

-¿Por mi bien? – pregunté rabiosa. – ¿Pero tú quien te crees que eres? ¿Mi padre?

Me arrepentí nada más decirlo. Sin embargo ya estaba hecho. Tony se enfureció lo vi en su mirada, pero no me achanté, le dirigí una mirada desafiante.

-¡Me cago en la puta! ¡¿Te es tan difícil entender que hay gente que se preocupa por ti?! ¡Deja ya de hacer el papel de chica fuerte que puede con todo!

-¡No hago ningún puto papel!

-¡Una mierda! ¡Claro que…! – empezó a chillar.

-¡¿Se puede saber qué coño pasa aquí?!

Tanto Tony como yo nos giramos hacia las escaleras, a nuestra derecha. De pie, con la boca y los ojos abiertos, estaba Lara, mirándonos alucinada.

Tony estaba rojo de la rabia y con todo el cuerpo temblando. Y yo estaba con las manos cerradas en dos puños, mientras me clavaba las uñas en la palma. La mandíbula apretada y los ojos brillando de determinación y furia.

Pasó un minuto en silencio. Lara nos miraba esperando una respuesta. Tony miraba a algún sitio con los ojos entrecerrados. Y yo miraba la escalera con unas enormes ganas de salir corriendo hasta que no pudiera más. La situación ya se estaba volviendo desesperante. El silencio era incomodo y el ambiente estaba más que tenso.

-¡Que te lo cuente ella! – exclamó Tony para después girarse y volver a donde estaban todos.

Bufé de incredulidad, que pronto había huido. Mi mirada se vio atrapada por la de Lara, que me miraba insistente.

-¿Tú también vas a escaparte sin contarme nada?

-No hay nada que contar.

-Ya, claro. – dijo sarcásticamente.

-Me largo, quiero ir a ver a Carlos.

-Te acompaño – me dijo sonriendo.

Sin contestarle empecé a bajar por las escaleras. Oí sus pasos por detrás de los míos. Aun estaba cabreada, y mucho. Ya había explicado miles de veces que no quería que nadie me protegiese ni que se preocuparan de mí. Se lo había explicado a Carlos, a Lucas, a Tony, a Erich, a Yon, a Lara, a Sara, y a no sé cuantos más también, joder ¿Tan difícil era de entender o qué? Las palabras de Tony me habían cabreado de verdad, claro que sabía que había gente que se preocupaba por mí, pero no por eso podían controlar mi vida y mis actos. La libertad era una de las pocas cosas que tenía, y no iba a renunciar a ella por nadie, ni siquiera por Lucas, Carlos o La Banda.

Mi libertad era lo más preciado para mi ¿Acaso no lo entendían? Poder pensar como quiera, ser como quiera, ir con quien quiera, ir donde quiera y hacer lo que quiera.

En la entrada de la fábrica había varias motos aparcadas. Reconocí la de Adrián, la de Marcos y la de Sara.

No sé porque aumenté la velocidad. Quizás esperaba que así se me pasara el cabreo, pero con cada paso que daba me enfurecía más y más, todo debido a mis pensamientos “optimistas y alegres”. Sin darme cuenta empecé a dar zancadas cada vez más largas, hasta el punto en que me faltaba muy poco para correr. Fue entonces cuando Lara me cogió del brazo y me dio un tirón. Me giré bruscamente y le miré con una mirada rabiosa.

-¿Qué? – pregunté.

- ¿Vas a hacer los cien metros lisos o me explicas de una puñetera vez que pasaba antes?

- ¿Vas a explicarme tú dónde estabas? – contraataqué.

- Ya te lo dije por teléfono – me dijo con nerviosismo.

- Oh, ya, claro. Pero lo que yo quiero es la verdad, no la mentira. – solté mordaz.

- Estaba en casa de Raúl ¡Ya te lo dije!

- Muy bien. – Le dije – Pues entonces antes no ha pasado nada.
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No me termina de convencer... No se si he podido expersarlo todo bien, pero bueno, los criticos aqui sois vosotros (:
asi que COMENTAD :)

domingo, 18 de julio de 2010

CAPITULO 16

Venían caminando sobrados de sí mismos. A la cabeza iba Richi y a su derecha estaba Julio, los demás iban detrás. No me sabía el nombre de todos ellos, solo los conocía de vista. Estaban a unos cien metros de mí. Aun no me habían visto, iban hablando entre ellos y riendo. Para ahorrar tiempo recogí mis cosas y guardé los espráis antes de que se dieran cuenta de que estaba ahí. Para cuando me puse la mochila al hombro, Julio ya se había dado cuenta de mí, y le dio un codazo a Richi. Él levanto la cabeza y me vio, entonces todos le imitaron y me miraron. Se fueron acercando hasta quedar a unos cinco metros más o menos.
- Vaya, vaya. Mira a quien tenemos aquí. – dijo socarronamente Richi – Nada más y nada menos que a la protegida del hijo de puta de Tony y la novia de Charlie.
Le miré con asco.
- No vayas jodiendo, no tengo ganas de aguantar tus putas gilipolleces – le espeté.
- La tía va de dura – se carcajeó uno.
Puto idiota. No me gustaban las peleas, pero no por eso huía de ellas. Aun menos si me tocaban mi orgullo. Iba responderle pero Richi habló.
- O eres idiota o temeraria. – me soltó – Me extraña que Juanma y aquellos hijos de puta no os hayan avisado de nada.
- Vaya, Richi. Me sorprendes – me burlé de él - ¿Desde cuándo te importa que nos avisen o no?
Se rió y luego me miró directamente a los ojos quedándose muy serio.
- No te equivoques, guapa. Me importa una mierda lo que os cuenten o lo que os pase.
- Menos mal, ya me estabas asustando. – ironicé.
Estaba alerta. Eran nueve contra una. Poco iba a poder hacer si nos cogíamos a ostias. La verdad es que en el fondo sí que tenía un poco de miedo. Pero me escudaba en el sarcasmo y la ironía.
- Mira que graciosa la niñata.
Amenazó. Se fue acercando a mí. Pero yo no me alejé.
- Sigue acercándote y te meto los huevos por el culo. ¿Te enteras? – le amenacé.
El sonrió de lado y paró de acercarse. Los demás estaban en el mismo sitio que antes. Casi todos estaban sonriendo maliciosamente. Solo Julio estaba serio.
- Ayer Julio y yo vimos a uno de los vuestros – se giró hacia Julio - ¿Cómo dijiste que se llamaba?
- Joel – respondió aún serio.
El que me faltaba. Ahora tenía Joel hasta estando con Richi y estos.
- Ese. Le vimos ayer y tenía un “bonito” ojo morado. – dijo con sarcasmo – Me han dicho que se lo habías hecho tú, ¿Es verdad?
- Se lo merecía.
Todos empezaron a reír.
- ¡Tienes cojones! – dijo uno de los que estaba por detrás.
Me sonó el móvil. Ante esto todos fueron callándose.
- ¿Sí?
- Ariadna.
Carlos. Joder.
- Hola.
- ¿Donde estas?
No iba a decirle ni donde ni con quien estaba. Por una parte porque los nueve tíos que tenía delante se me tirarían encima y por otra parte porque Carlos se volvería loco y vendría hasta aquí con una navaja para rajar a cualquiera que se me acercara, todo esto herido.
- De camino al orfanato. Te tengo que dejar. Un beso. – sin esperar una contestación le colgué.
Aquellos me seguían mirando. Ahora casi todos estaban serios.
- No es que no me lo esté pasando bien aquí – dije con sarcasmo – pero me tengo que ir, así que ¿Qué coño queréis?
- Dile a Tony y a esos que ya nos veremos las caras.
Empecé a caminar. Ya estábamos a unos quince metros de distancia cuando alguno me gritó.
- ¡A la próxima no tendrás tanta suerte como hoy!
Pasé de ellos. Si que había tenido suerte de verdad.

Llegué justo a tiempo para comer. Subí a dejar la mochila y bajé al comedor. Estaba intentando descubrir donde estaba Lucas sentado cuando un silbido me hizo girar la cabeza a la derecha. Allí estaba Lucas sentado con otros dos chicos.


- Lara ¿Dónde estás? – pregunté nada mas ella cogió el móvil.
- Ey, despacito tía – dijo intentando calmarme –. Estoy en casa de… - entonces calló, dudando que contestar. Lo noté enseguida – ¡de… Raúl!
La verdad es que su respuesta no me convenció. Igualmente tampoco importaba mucho donde estuviera. Solo necesitaba ver a La Banda, y si era en la fábrica mucho mejor.
- Vale – le hice creer que me lo había creído – necesito que avises a todos para vernos en la fábrica de siempre.
- ¿Y eso?
- Tengo noticias.
- Vale, vale… No me cuentes todo de una vez - dijo con sarcasmo.
- Déjate de chorradas – le recriminé - ¿Vas a hacerlo o qué?
- Si. Les diré que en una hora nos veamos allí.
Nos despedimos y colgué.

En una hora y diez minutos estábamos casi todos los de La Banda reunidos como siempre en aquella fábrica abandonada. Una de los pocos que faltaban era Lara. Advertí como Raúl sí que estaba presente. Todos me miraban interrogándome con la mirada. De normal yo nunca mandaba organizar una reunión, y cuando estaba en una acostumbraba a estar en silencio.
- Es Richi – pusieron más atención a mis palabras –. Busca pelea, Tony, sobretodo contigo.
Los demás se quedaron alucinados. No sabía que les sorprendía tanto. Hacia un par de noches ya nos había avisado de que aquellos buscaban pelea. Y todo por el gilipollas al que se le ocurrió ser arrestado en su territorio. Aunque desde luego las cosas venían de antes. Se odiaban y había tenido peleas desde antes de que yo entrara a La Banda. No sabía cómo había comenzado todo. Tampoco era muy importante. El pasado, ya había pasado. El futuro aun no ocurría. Lo realmente importante era el presente. Lo que ocurría en esos instantes.
- ¿Cómo lo sabes? – dijo Juanma incrédulo.
- Me los he encontrado este mediodía. Me advirtieron.
- Pero… ¿No te han hecho nada? ¿Ni te han amenazado?
Quizás eso era lo más impactante. Que no me había ocurrido nada.
- Ya lo he dicho. Me dijeron eso y ya está.
Pasamos un rato hablando. Pensando en que podíamos hacer si nos llegábamos a encontrar con ellos. Lo que era más que probable.
No pude evitar que en esta reunión no estaba Carlos. Él seguro que habría dicho alguna idiotez, pero por lo menos relajaría el ambiente.
Sentí que alguien me observaba. Claramente sabía que había varias cabezas que me miraban pero la mirada que sentía me quemaba. Odiaba la sensación, mas incomoda no podía ser. Joder. Me giré y vi como Tony me miraba insistentemente.

viernes, 25 de junio de 2010

Capitulo 15 :)

Pip, pip, pip… pip, pip, pip… ¡pip, pip, pip! Con la mano tanteé en la mesita y cuando noté algo rectangular lo cogí y con los ojos medios cerrados apagué el despertador del móvil. Volví a acostarme y me tapé con las mantas. En el mismo momento en que apoyé la cabeza sobre la almohada me acordé de que era lunes y tocaba instituto. Lo que me faltaba. Me levanté con desgana y me estiré intentando despertarme. Entraba poca luz por la ventana, ya que la persiana estaba echada. Con pesadez me puse en pie y empecé a vestirme, casi sin prestar atención. Pantalón, camisa, converse, mochila, libros, estuche… Iba moviéndome casi por inercia. Estaba pensando en el instituto y si alguien sabría de lo que realmente me había hecho ir al hospital.
Al salir al pasillo vi como había bastante revuelo. Chicas poniéndose los últimos retoques en el maquillaje, ni que fuéramos a la discoteca, niñas corriendo porque alguien les había quitado su lápiz de colores, niños que gritaban por qué no encontraban su estuche y cosas por el estilo. Al llegar a la segunda planta me paré delante de una puerta en particular y empecé a aporrearla.
- ¡Lucas, levántate!
La única respuesta fue un gruñido al cabo de dos minutos.
- Lucas, como no te levantes entraré. Me la suda si estas en pelotas.
Otro gruñido, esta vez más fuerte. Se oyó como en el interior de la habitación algo se levantaba de la cama y ruidos de ropa tirada por ahí.
- ¡Te espero abajo!
No tenía mucha paciencia, menos un lunes. Los odiaba. Al salir a la entrada el aire me dio de lleno y me relajó un poco, solo un poco. Vi salir a la calle a Irina y sus dos chupaculos. Por suerte se habían adelantado y no tendría que aguantarlas todo el camino hasta el instituto, ni tampoco tendría que aguantar sus continuos babeos por Lucas, mira que podían llegar a ser penosas. En unos tres minutos más bajó Lucas y nos pusimos en camino.
El instituto al que íbamos no quedaba muy lejos del orfanato, quizás estaba a unos diez o quince minutos. Era bastante grande, publico y también estaba algo hecho mierda. Algún azulejo que otro se caía de las paredes y casi todas las ventanas se atrancaban, además del pabellón, que seguro que era de la post-guerra, que teníamos por gimnasio. En el instituto pasaban bastante de nosotros, así que básicamente hacíamos lo que nos salía de los cojones.
Cuando llegamos vimos que casi todos aun estaban por los pasillos hablando o por el patio fumando. Unos cuantos nos saludaron con un cabezazo y otros cuantos nos miraban con odio, pero nada más. Lucas me acompañó a mi clase y se fue a la suya. El iba un curso por delante de mí. Yo iba a 1º de Bachiller, él a 2º, Lucas era bastante inteligente pero simplemente había pasado de seguir estudiando, si seguían yendo al instituto era solamente porque en el orfanato nos obligaban.
Al entrar en mi clase bastante caras se giraron para mirarme, la mayoría eran tíos salidos, la minoría eran tías con ganas de cotillear. Saludé a unos cuantos y me dirigí directamente a mí sitio.
- Señorita Alameda, ¿Se encuentra mejor?
- Si.
La clase siguió su curso. Terminó de pasar lista y se puso a hablar de la vida de Aristóteles y Kant, de su relación con la ética y todo eso. Joder, nunca me había gustado filosofía. Hasta una enciclopedia era más entretenida que esa clase.
Los minutos pasaban como horas, hasta las nubes parecían ir más lentas. Después de filosofía, vinieron las matemáticas y después historia del mundo contemporáneo.
Al sonar el timbre guardé las cosas en la mochila y me levanté para salir al patio. Cuando iba por el pasillo hacia la cafetería vi como la directora del instituto venia hacia mí. Mi mente empezó a relacionar ideas. De momento no había hecho nada malo, de momento, así que por lo único que podría interesarse por mi seria si el director del orfanato le hubiera contado lo de mi intento de suicidio frustrado y, naturalmente, yo no quería hablar de eso, menos aun con esa tipa. Miré rápidamente a mí alrededor y me metí en la primera puerta que pillé. Esperé unos segundos a ver si entraba alguien, pero nada. Me giré. Entonces una mueca de incredulidad se hizo patente en mi cara.
Era el váter de los tíos.
Apoyados en la pared había seis chicos, todos fumando, y en una de las cabinas había otro meando. Los que estaban fuera me estaban mirando bastante alucinados. Uno hasta estaba con el mechero a medio camino de encender el cigarro que el chico llevaba en la boca. Reconocí la cara de uno, ya que era amigo de Lucas.
- ¿Ariadna?
- Eh, hola Isaac.
Los que iban con él se giraron para mirarle. Todos nos conocíamos de vista en el instituto. Por lo que todos los que estaban allí nos conocíamos, pero nunca habíamos hablado. La verdad es que yo no solía hablar con nadie. Así que era bastante normal que los amigos de Isaac se extrañaran de que habláramos.
- Esto es el váter de los chicos… - dijo Isaac titubeando.
- ¿No me jodas? – dije como si me sorprendiera de verdad y no fuera sarcasmo el tono de mi voz.
Ellos empezaron a reírse. En ese momento la puerta que daba al pasillo se abrió y Lucas apareció por ella. Cuando me miró, abrió los ojos y sin decir nada miró a los chicos que estaban detrás de mí, volvió la mirada a mí y después miró el cartelito que estaba al lado de la puerta, en la que se veía el dibujo que indicaba que el baño era para hombres y me volvió a mirar.
- Ari… no sé si te habías fijado en que…
- Este es el baño de tíos. - le corté – Ya, ya lo sé. Me he fijado.
Añadí mientras apuntaba a los que estaban detrás de mí. Nos quedamos hablando un rato con ellos. Más bien, el único que hablaba era Lucas. Yo nunca había sido muy sociable. No confiaba demasiado en la gente.
Mientras ellos hablaban yo me aburría, y pensar en las siguientes tres horas que me tocarían aguantar era mucho, mucho peor. Lo que más me apetecía en ese momento era escaparme e ir a hacer algún graffiti. Por lo menos eso era mucho mejor que estar aguantando la clase de Literatura. Además de que tenía que recoger los espráis que le había pedido el día anterior a Ángel.
Sin pensarlo dos veces me levanté y le dije a Lucas que nos veríamos en la hora de la comida en el orfanato.

Caminaba por la calle en dirección a casa de Ángel. No me había costado demasiado escaparme. Tan solo había tenido que saltar la valla de hierro. Aun hacia bastante frio, bastante comprensible, estábamos en marzo. Cuando estaba cerca de la casa de Ángel empecé a fijarme más a mí alrededor por si veía a alguien del orfanato, ya que este estaba cerca, tan solo a varios minutos. Al llegar a la puerta de la casa me envolví más aun en mi chaqueta y llamé al timbre. Al cabo de un minuto la puerta se abrió. En el marco apareció una mujer de estatura media-baja, con el pelo canoso y los ojos verdes apagados, como si hubieran visto muchas desgracias.
- Hola Encarna ¿Esta Ángel en casa?
La mujer me miró y me reconoció, entonces sonrió y se hizo a un lado de la puerta.
- Hola hija. Pasa, está en su habitación.
Pasé al interior de la casa y fui hasta la habitación. Había ido varias veces y conocía donde estaba todo en esa casa. Llamé a la puerta y entré directamente. Ángel siempre me había dicho que yo tenía entrada libre a su casa. La habitación estaba hecha un desastre, ropa por el suelo, papeles encima de la mesa, un cenicero en la silla y en el aire olor a cigarro. Encima de la cama estaba Ángel acostado. Me acerqué a su lado y empecé a zarandearlo hasta que se despertó. Poco a poco abrió los ojos y me miró a los ojos intentando reconocerme. Cuando me reconoció se levantó y me saludo con una cabezada.
- Ey Ariadna… - tenia la voz ronca de haber dormido – Vienes a por los espráis ¿No?
- Si.
Él se giró y se puso a buscar entre sus cosas.
- Ya te vale. Podrías arreglar tu habitación de una puta vez, cada vez que vengo está peor. – le dije frunciendo el ceño.
Solo se rió y siguió buscando. En unos momentos sacó de debajo de un montón de ropa cinco espráis. Se volvió hacia mí y me los dio. Negro, fucsia, rojo, blanco y azul.
- Gracias.
- De nada. Ya sabes que siempre puedo conseguir más.
- Ya.
- ¿Vas a pintar ahora?
- Si, Lucas me dijo que había una zona donde se puede pintar.
- Ah, creo que sé donde dices… de todas formas, ten cuidado, he oído que a veces Richi y los suyos van por ahí.
- Ya, me dijo Tony que buscan pelea.
Estaba serio, algo bastante raro en él.
- No creo que te quieran pegar a ti, - le miré interrogante – si eres chica…
- ¿Perdona?
- ¡No! No quiero decir que seas débil – dijo para calmarme – pero es más fácil que fueran a por ti si fueras un tío. Creo que si te los encontraras como mucho te darían algún susto.
- Me la suda, ladran más que muerden.

Casi tenía el graffiti terminado. Había dibujado un ángel negro. En una de las alas negras destacaba mi firma, la estrella de cinco puntas fucsia.
Lucas tenía razón, era un buen lugar para pintar. Era una fábrica con las paredes blancas, además estaba por las afueras así que había menos riesgo de que pasara la policía.
Eran casi las dos del mediodía y ya iba siendo hora de que me largara al orfanato a comer. Nada mas lo pensé ya me estaban llamando al móvil.
- Ari, vente ya al orfanato – era la voz de Lucas.
- Si, espera.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
- ¿Dónde estás?
- En la fabrica aquella que me dijiste esta mañana.
Iba a girarme para coger mi mochila cuando vi a gente viniendo.
Eran Richi y estos. Venían caminando sobrados de sí mismos.

jueves, 27 de mayo de 2010

CAITULO 14

- Quiero ver a Carlos. – exigí.
- Hola Ariadna, cuánto tiempo me alegro de que preguntes como estoy – dijo sarcásticamente.
No le contesté. Nunca me había fiado del todo de Pablo, había algo en él que me hacia desconfiar, era como si ocultara algo.
- En su habitación – respondió secamente.
Sin que me dijera nada pasé por su lado y subí las escaleras. Pablo venía detrás de mí. Cuando estuve frente a la puerta de Carlos llamé a la puerta. No me contestó nadie, pero oí un gemido de dolor. Tenía los nervios de punta y no sabía si estaba preparada para ver a Carlos con un navajazo, pero la vida era demasiado corta como para detenerse solo por tener miedo. Porque si, tenía miedo, miedo de pensar que Carlos podía morir. Sin pensarlo dos veces abrí la puerta.
Carlos estaba recostado en la cama, con la cara contraída por el dolor, pero a pesar de eso me sonreía. Vi que la venda que le rodeaba las costillas estaba ya roja por la sangre que emanaba de la herida.
Sin decir nada me acerque a él y le di un beso lleno de ternura. El se rio, con dificultad.
- No seas idiota – le regañé – si te ríes es peor para ti.
- Pensaba que no vendrías – dijo ignorando lo que le había dicho – pensé que seguías cabreada por lo de la otra noche.
- Lo estaba.
- Lo siento – me miró a los ojos – pero quería pasar más tiempo contigo, con todo eso de que estabas enferma no te había visto en días.
Enferma. Ya, claro. La vista se me desvió a las muñecas, las cicatrices estaban cubiertas por dos muñequeras, de modo que no se podía ver nada.
- Lo sé joder. Pero sabes que cuando quiero estar sola no aguanto a nadie a mi lado.
- Ya, pero… supongo que en ese momento no pensé en lo que tú necesitabas…
- No pasa nada – dije con ganas de cambiar de tema – ¿Cómo estás?
- He estado peor – se burló – Por lo menos el hijo de puta de Joel también se llevó lo suyo.
- No tendrías que haberte peleado. – dije duramente – Y a sabes que Joel es capaz de todo.
- ¡No iba a dejar que te tratara así!
- Puedo arreglármelas sola. No sería la primera vez que peleo.
- Tampoco sería la vigésima vez - me sonrió.
Sonreí ligeramente. No me apetecía pelearme más con él. En ese momento me acorde de Pablo. Me gire y vi que la puerta estaba cerrada y que el se había ido. Mucho mejor.
- Va, cállate. Te voy a cambiar las vendas.
Pasé la siguiente hora quitándole las vendas sucias, limpiándole la herida y colocándole las vendas limpias. Carlos me había hecho caso y no había hablado en todo el rato. La herida no era muy grave, pero si era profunda. Sin ninguna duda tardaría varios días en cerrarse, pero por lo menos ya se la había desinfectado.
Cuando terminé me acosté a su lado. Mirando al techo.
- Carlos.
- ¿Sí?
- No quiero que te vuelvas a pelear por mí.
- No me va a pasar nada – aseguró.
- Ya, ya lo veo. – dije sarcásticamente – No lo digo solo por eso. No quiero que nadie me defienda. Mis líos son míos, yo soy la que tiene que solucionarlos.
- Pero…
- No. No lo vuelvas a hacer.
- Lo que quieras Ari…
Me giré y le besé. Sabía que para él aceptar eso había sido duro. También sabía que si había aceptado era para que no me cabreara con él. Después de todo, Carlos siempre intentaba hacerme feliz. El me acarició la cintura con una mano y con la otra me sujetaba por la nuca, acercándome a él. La temperatura subía y cada vez estábamos más apretados. Sabía lo que vendría después. Siempre que empezábamos así, terminábamos igual. Tenía ganas, pero él estaba herido. Le aparté con una mano y le miré a los ojos, que me miraban con reproche.
- Hoy no.
- Estoy bien – dijo como un niño pequeño al que le niegan algo que desea.
Le miré arqueando un ceja y entonces sonrió pícaramente. Empezamos a reír y me abrazó. Eso me sorprendió, el era mas de besar, de actuar, no de sentimentalismos. Y si eso me sorprendió más me sorprendió lo siguiente.
- Te quiero, Ariadna.
Giré la cabeza para poder mirarlo directamente a los ojos. Él nunca me había dicho un “te quiero” y yo tampoco se lo había dicho nunca. No es que no nos quisiéramos, simplemente, para nosotros, amar era mucho más difícil que para otros, que dicen tantos “te quiero” que las palabras pierden valor.
Era mucho más difícil amar cuando la vida te ha dado tantos golpes que desconfías de la gente, porque entonces es mucho más difícil exponer tus sentimientos, te entra miedo por si te vuelven a dar otro golpe y es entonces cuando encierras tu corazón bajo una capa de hielo, lo rodeas de fuego y de una valla de espinas, para que nada mas te pueda hacer daño. Pero a pesar de todas las protecciones que puedas poner, siempre habrá una persona que las atravesará; derretirá el hielo, apagará las llamas de fuego que te rodean y romperá la valla de espinas. Entonces es cuando esa persona se gana un lugar muy importante en tu corazón, uno muy importante.
- Yo también te quiero, Carlos.
Apoyó su frente en la mía y, aunque sonreía divertido, sus ojos demostraban la ternura y la pasión que sentía en esos momentos. Lentamente acercó sus labios a los míos y me besó como nunca antes me había besado. Un beso cargado de una pasión desbordante y a la vez tan tierno como puede ser el primer beso.
Cuando no separamos nos quedamos mirándonos durante un rato bien largo. Habríamos seguido así durante mucho más tiempo si no fuera porque un reflejo plateado me llamó la atención desde la ventana. Era la luna. Entonces me acordé del orfanato. Seguramente ya pasaba de la una de la madrugada. No era muy tarde pero…
- Ya es hora de que me vaya. – antes de que abriera la boca para protestar le callé – Y tú necesitas descansar.
Simplemente me sonrió con resignación y me abrazó una vez más. Su boca rozaba mi oído. Entonces habló. Haciendo que su aliento chocara contra mi piel, provocando que un escalofrió recorriera mi espalda.
- Perdóname si alguna vez soy un hijo de puta contigo.
Me separé de él y me dirigí a la puerta. Cuando iba a salir me giré para verlo, y le sonreí.
- Te perdono.
No llegué a ver si hacia algún gesto o no, pues salí de la habitación y cerré la puerta con suavidad.

Cuando al salir de la casa el viento me dio en la cara sonreí. Me alegraba de que Carlos no tuviera nada muy grave. Yo misma había tenido heridas peores. Fui hacia donde había aparcado la moto. Dos minutos más tarde recorría las calles de Barcelona a cien kilómetros por hora.

lunes, 17 de mayo de 2010

Capitulo 13

Me quedé mirando al techo, sin pensar ni hacer nada durante un rato más bien largo. Al mirar hacia la mesita de noche vi mi cartera, dentro tenía una foto mía y de Carlos. Carlos. Joder, el muy capullo no me había llamado aun ¿Seguiría enfadado por lo de anoche? Bah, me daba igual. Ya se le pasaría. Yo no pensaba disculparme, no había hecho nada malo. Solo había querido estar sola.
No tenia sueño. Me levanté y me acosté encima de una toalla en el suelo y me puse a hacer abdominales para que me entrara el cansancio.
Cuando llevaba diez minutos haciendo ejercicio Buscando el camino de Pignoise empezó a sonar en mi móvil. Cogí el móvil y sin mirar la pantalla acepté la llamada.
- ¿Sí?
- ¡Hola Ari! – era la voz de Lara - ¿Cómo estás tía?
- Bien ¿Debería de estar mal? – inquirí, por su tono de voz parecía que realmente se esperaba que yo estuviera de bajón.
- No, hombre mejor que estés bien – dijo alegre – lo digo porque ayer te fuiste de repente, nos dejaste bastante preocupados, sobre todo a Carlos…
- Ya, claro, sobre todo a él. Por eso no me ha llamado en todo el día ¿Verdad? – dije sarcástica a más no poder.
- En serio que estaba preocupado, y lo está aun. Pero ya sabes cómo es él, igual de cabezota que tu.
- Lo que tu digas Lara, no tengo ganas de discutir.
- Lo que quieras ¿Te ha pasado algo interesante hoy?
No sabía si decírselo, la “clase alta” era más que odiada por toda La Banda, más que nada porque ellos tenían privilegios con los que nosotros ni siquiera podíamos soñar.
- No. He acompañado a Lucas a trabajar y después me he pasado el resto del día en el orfanato.
- Pues que aburrido. Y… ¿Qué tal le va a Lucas?
- Bien. le va bien en el trabajo y todo eso.
- Me alegro…
Lara aun había llegado a conocer a Lucas cuando este estaba en La Banda, él se fue dos meses después de que ella entrara. No habían sido amigos, pero Lucas para ella había sido como su “amor platónico” y aun se preocupaba por él, aunque realmente ya no le gustaba.
Seguimos hablando un rato más sobre cosas triviales. No estaba muy interesada en todo lo que me contaba pero por lo menos me distraía y seguro que me llegaría el sueño mucho más pronto.
- ¡Ah, se me olvidaba joder! Hoy Carlos se ha peleado.
- ¡¿Qué?! ¿Con quién? – ahí sí que empecé a prestar atención.
- Con Joel – dijo emocionada – por lo que te dijo ayer sobre tus… bueno ya sabes.
Carlos era gilipollas.
- Carlos es gilipollas - expresé lo que pensaba.
- ¿Cómo? ¡Tía es súper bonito lo que ha hecho por ti!
- Olvidaré que has hablado como una pija – dije picándola – No necesito que nadie me proteja, ya sabes que odio eso.
- ¿No jodas? Como si no lo supiera. – dijo riendo - Yo creo que deberías ir a verlo el hijo puta de Joel le ha rajado.
Me levanté de un salto mientras la sangre en mis venas se congelaba. No podía hablar, no me salían las palabras.
- No ha sido muy grave pe…
- ¿Está Carlos en su casa? – la interrumpí.
- Si ¿Por?
No le contesté. Corté la llamada y empecé a vestirme con lo primero que veía tirado por la habitación. No podía pensar en nada, tenía la mente en blanco y me costaba asociar las ideas. Carlos. Joel. Navaja. Sangre. Me acordé de cuando vi a Lucas después de que lo apuñalaran, fue horrible, estaba pálido y no respiraba bien. Durante cinco semanas después de lo de Lucas había tenido pesadillas donde él moría desangrado. No quería volver a pasar lo mismo con Carlos. Con él no…

Crucé corriendo los pasillos y el patio trasero hasta el agujero de la valla, sin preocuparme por no hacer ruido, total ¿Qué podían hacerme?
La casa de Carlos estaba lejos, casi a la otra punta de la ciudad, iba a tardar demasiado si iba a pie. Mientras empezaba a correr iba marcando un número con las manos.
- ¡Eh! ¿Qué pasa Ari?
- Nada ¿Dónde estás Lucas?
- Trabajando – dijo como si fuera obvio – estoy haciendo horas extras te lo dije esta mañana.
- ¿Tienes descanso?
- Si, en cinco minutos per…
- ¿Hay por ahí alguien que tenga moto?
- Si pero…
- Ahora me paso.
Colgué y empecé a correr más rápido que antes hacia el trabajo de Lucas. Sentía un pinchazo en las costillas, flato, seguramente era por haber ido corriendo al mismo tiempo que hablaba por teléfono. Pero el flato no hacía que aminorara la velocidad, había estado en peores situaciones y el flato era bastante poco importante si lo comparas con que si paras te rajan de arriba abajo.
Llegué en unos ocho minutos y se lo explique rápidamente a Lucas, que a pesar de no gustarle Carlos sabía que era importante para mí. La moto me la dejó un compañero de Lucas. Se lo agradecí diciéndole que mañana se la devolvería, el chico no tendría mucho más de diecinueve y me dijo que no pasaba nada, que si era amiga de Lucas entonces se fiaba de mí. Seguramente si supiera donde estaba yo metida no se fiaría tanto.

Bajé de la moto y le puse la cadena para que no la robaran. El barrio donde vivía Carlos era de todo menos seguro, más de una vez habíamos tenido problemas con chicos de ese barrio. Al llegar a la puerta me paré no sabía quién iba a abrir, el hermano de Carlos me era indiferente, me daba mala espina pero después de todo yo no era nadie para juzgar, más que nada porque casi ni había hablado con él en mi vida. Pero su padre… joder, ese sí que me daba mal rollo. Al final de me decidí y llamé al timbre. Estuve un rato esperando pero no abrían. Volví a llamar.
- ¿Quién es? – dijo al cabo de tres minutos una voz grave.
No me había dado cuenta de que estaba reteniendo la respiración, igual que no me di cuenta de que al oir la voz había suspirado de alivio. Si que estaban en casa.
- Soy Ariadna.
En ese momento la puerta se abrió dejando ver a un chico entre veinticinco y veintiséis años, moreno y con los ojos color miel. Era Pablo, el hermano mayor de Carlos que me miraba mientras sonreía de lado.

jueves, 13 de mayo de 2010

CAPITULO 12

Ella me miraba intentando parecer sobrada de sí misma, pero sus ojos la delataban, tenía miedo. Irina era una de las pocas personas del colegio que sabían que yo pertenecía a La Banda y por tanto sabia de lo que yo era capaz.
- A los que se interponen en mi camino, yo los saco a patadas – susurre, en voz baja pero lo bastante alto como para que se enterara.
- ¿Me vas a pegar? ¿En el orfanato? – intento amenazarme.
- Puede. También puede que te pegue en el instituto.
Me acerqué a ella y le cogí por el brazo retorciéndoselo.
- De momento solo te hare un pequeño moratón. A la próxima te juro que te doy una paliza – le retorcí mas el brazo - ¿Lo has entendido o tu única neurona se ha visto afectada por el tinte? – no me respondió, le retorcí más aun el brazo- ¡Responde!
- ¡Sí!
- Pues ahora me vas a decir que querías.
- Lucas te buscaba y me ha enviado “amablemente” a decírtelo.
Después de decir eso se fue cerrando la puerta tras de sí. Puse cara de asco y salí yo también de la habitación. Las pocas chicas que estaban en el pasillo me miraban de reojo a la cara, para después bajar la mirada hasta mis muñecas. La camiseta de manga larga escondía las vendas que aún conservaba. Al bajar a la segunda planta vi a chicos que aun iban con pijama paseando por el pasillo o metiéndose en otras habitaciones para pedir algo seguramente. Los que me veían se me quedaban mirando, pero sus ojos iban de mis muñecas vendadas a mi culo. Salidos. En la primera planta veía niños y niñas corriendo felizmente de un lugar a otro, jugando, solo unos pocos me miraban impresionados.
Cuando llegué al comedor bastantes personas se giraron para verme, yo no miraba nada en especial, todo en ese sitio me era indiferente, los pasillos, las habitaciones, la gente, todo, simplemente todo. Cogí una bandeja con poca comida y me senté sola en una mesa. Antes de que se sentara a mi lado ya había notado a Lucas.
- ¿Sigues cabreada por lo de ayer?
- No. Estoy cabreada por lo de hoy. – dije sin mirarlo.
- ¡Hoy no te he hecho nada!
- ¿te parece poco haber enviado a Irina a mi habitación?
- Ah… -su cara perdió color – lo siento es que era la primera a la que había visto.
- Bah, ya no importa.
- Bueno, lo siento. Por lo de ayer y por lo de hoy. – ni siquiera le miré, aunque ya le había perdonado - ¡Joder! ¿Qué quieres que diga que…?
- Oh, cállate. Ya te he perdonado.
Le miré por primera vez en lo que iba de día y vi que me sonreía.
- Eres imbécil, hermanita. Pero para que veas que soy buen hermano tengo algo que te alegrará. – le miré escéptica.
- ¿El qué?
- Hay nuevas zonas donde podrías hacer graffitis.
En mi mente algo se despertó. Pintar era justo lo que más necesitaba en ese momento. Cuando yo pintaba era como expresar mis sentimientos y emociones en la pared, algo así como los escritores, la única diferencia era que los escritores escribían sus sentimientos, yo los plasmaba.
Cuando terminé de comer me fui con Lucas a dar un paseo. Al ser sábado podíamos salir del orfanato sin que nos pudieran decir nada. No hablábamos, estábamos pensando en nuestras cosas. Cuando era la una acompañé a Lucas a su trabajo. Hacía cinco meses que trabajaba en una tiendo como dependiente. Ganaba poco, pero por lo menos tenía un trabajo, cosa que no podían decir muchos adultos. Cuando lo dejé fui a Las Ramblas y me senté en un banco. Cogí el móvil y busque un número. Un pitido, dos, tres, cuatro…
- ¿Ariadna?
- Sí, soy yo. Necesito espráis. ¿Me los podrás conseguir para mañana?
- Claro. Y para hoy si quieres también, guapa.
- Hoy no puede ser, mañana pásate por la fábrica y me los das.
- Okey.
- Adiós Ángel.
Colgué y suspiré. Pasaba un montón de gente, todos perdidos en sus preocupaciones, esclavos del trabajo y del que dirán. Si solo supieran que al dejar de pensar en eso una nueva perspectiva se abre ante tus ojos, nada de eso importaría. El trabajo no lo es todo y depender de la opinión de la gente es debilidad, así nunca se podría llegar a cumplir un sueño. Qué asco de mundo, pensé. Mirara a donde mirara solo veía falsedad e hipocresía, quizás era por lo que me había pasado o quizás simplemente era que yo llevaba razón al afirmar que la persona era más hipócrita que humana por naturaleza. La mayoría de la gente no sabía lo que era la sinceridad. Nadie en todo el mundo puede decir que nunca ha mentido, porque aunque no nos demos cuentas, mentimos constantemente, algunas veces por propia iniciativa, otras veces inconscientemente, solo con decir a alguien lo que quiere oír ya estamos mintiendo, creemos que si decimos lo que el otro quiere oír se soluciona todo, pero no es así. Puede que la verdad duela, pero es la verdad.
Me levanté para irme, pero al girarme choqué con alguien y caímos los dos al suelo. Al levantar la mirada vi que había chocado con una chica. Me levanté ágilmente y la miré con rabia en la mirada, aunque le ayudé a levantarse. Sus amigas estaban detrás ella, como si estuvieran esperando que yo le hiciera algo a la chica. Me fije en que debían tener mi edad, además se notaba que venían de buena familia, ropas caras, bolsos caros, zapatos caros, bolsas llenas de ropa nueva en las manos y peinados de peluquería.
- Oye, lo siento – la chica con la que había tropezado me sonrió.
- No pasa nada. – le contesté irritada.
- ¿Cómo te llamas?
O se hacia la tonta o lo era y no captaba las indirectas, no quería hablar con ella, me recordaba muchísimo a alguien que yo había conocido de pequeña. Ella y sus amigas eran lo que yo habría sido de no ser porque mis padres murieron. Podría ser que fuese ella, pero… la probabilidad era casi nula ¿No? Éramos miles de personas en Barcelona como para que de casualidad encontrara a mi amiga de la infancia. No. No podía ser ella.
- Ariadna Alameda de la Torre.
Su cara y la de todas sus amigas se descompuso por la sorpresa mezclada con la inseguridad.
- ¿Ariadna Alameda de la Torre? ¿Ari? ¡Dios, eres tú! – la chica con la que había tropezado se abalanzó sobre mí para abrazarme, mis músculos se tensaron y no le correspondí, al ver esto, ella se apartó un poco de mi mientras me sonreía - ¿No te acuerdas de mí? Soy Ruth.
Si que era ella. Yo estaba estática mientras todas me abrazaban. Ni siquiera les entendía cuando hablaban, mi mente estaba catatónica. Al parecer Ruth se dio cuenta.
- Chicas, dejadle espacio. – todas se apartaron para mirarme. - ¿Estás bien, Ariadna?
- Yo…
- ¿Es que no te alegras de vernos después de tanto tiempo? – bromeó una chica rubia que según me acordaba se llamaba Mónica.
¿Iba a decirles la verdad? ¿Realmente les iba a decir lo que opinaba sobre que aparecieran en mi vida después de ocho putos años? La verdad es que ellas no tenían culpa de lo que me habían hecho sus padres, puede que ni siquiera supieran que había pasado. Opté por decirles una media verdad.
- Me sorprende.
Sus caras cogieron un matiz de decepción y me miraron esperando algo más de mi parte: una sonrisa, unas palabras, algo.
- ¿Y nada más? – me preguntó Alma.
- ¿Qué más queréis que os diga?
- ¡Hombre! Pues hace como seis o siete años que …
- Ocho, hace ocho años que no nos vemos – dije duramente.
- Ari…
- ¡Nada de Ari! Éramos amigas joder ¡todas éramos amigas! Y tú Ruth, ¡tú y yo éramos mejores amigas, siempre estábamos juntas!
Había pasado mucho tiempo desde aquella época, demasiado tiempo. Pensaba que todo había quedado en el pasado, pensaba que ya nada de todo aquello me afectaba. También pensaba que mi pasado no volvería para atormentarme otra puta vez, pero por lo visto no era así.
Mi mascara de frialdad e indiferencia iba cayendo. Sentimientos ocultos durante años volvían a salir a la luz. Mi voz se veía impregnada de rabia, odio y dolor, mucho dolor.
- Me dejasteis sola – terminé de decir hablando cada vez más bajo.
- Ariadna, escúchame. Teníamos ocho años, ¡no comprendíamos nada de lo que pasaba! - Ruth me miró directamente a los ojos mientras se acercaba a mi – Ari claro que éramos mejores amigas, eras como mi hermana… y te juro que si hubiera sabido todo lo que estaba pasando habría hecho algo.
- Éramos pequeñas… nuestros padres no nos contaban cosas o nos tomaban en cuenta para tomar decisiones importantes. – añadió Mónica.
- Además creíamos que te irías a vivir con algún familiar… - dijo dubitativa Mireia.
- ¿Mi familia? – repetí incrédula – mi familia me dejó sola después de que asesinaran a mis padres, me dejaron sola igual que todos aquellos que eran “nuestros amigos”.
No eran capaces de mirarme a la cara. Sus miradas apuntaban al suelo. Solo Ruth me miraba a los ojos.
- Lo sentimos. Créeme, por favor.
En ese momento todas levantaron la cabeza para mirarme. Algunas tenían los ojos brillantes, con alguna lagrima con intenciones de salir. No hablé, solo las miré a los ojos. Todos ellos reflejaban la verdad, reafirmaban lo que me habían dicho: ellas no sabían nada.
En ese momento no pude más. Simplemente me acerqué a ellas y las abracé. Oí como muchas suspiraban con alivio y como alguna sollozaba, pero todas nos abrazábamos. Como cuando éramos pequeñas.
Después de eso no hablamos más del tema. Me fui con ellas a comer. Hablamos de nuestras vidas, del instituto y de cosas así. Por unas horas me escapé de la realidad. Escapé de del orfanato que era a la vez mi casa y mi prisión. Escapé de aquella fábrica con olor a sueños rotos que me atrapaba. Escapé de toda aquella gente que me rodeaba. Me escapé gracias a ellas.
No era ni mucho menos la misma relación que teníamos de pequeñas, claro que no. Habían pasado demasiadas cosas, demasiadas como para que todas fuéramos como antes. Cuando éramos pequeñas lo más importante era divertirnos jugando a las muñecas, tomando un helado o viendo la tele. Ahora teníamos dieciséis años, alguna tenía diecisiete, y la vida era mucho más dura de lo que nos parecía de enanas. Nuestros padres siempre nos habían sobreprotegido, rodeándonos de algodón para que no nos hiciéramos daño. Fue después de la muerte de mis padres que me di cuenta de todo. Caí de aquel sueño en que me tenían mis padres para caer en la cruda y pura realidad. Estaba absolutamente segura de que para ellas, creces no había sido igual que para mí. Ellas habían crecido rodeadas de lujos y cuidados. Yo había tenido que crecer antes de tiempo y sola. Éramos muy diferentes, ellas estaban felices con su vida, yo detestaba la mía, ellas tenían padres, yo no, ellas seguramente no tendrían ni que estudiar para conseguir un trabajo, su padre les podría conseguir una buena posición en alguna empresa, y yo… hasta que cumpliera los dieciocho tendría que apañármelas como pudiera.
Pero a pesar de las diferencias, teníamos un pasado juntas. Y allí estábamos, comiendo y hablando de la vida.

Estaba llegando ya casi al orfanato. Iba con prisa, ya casi me daban las ocho de la noche. Me había entretenido más de lo previsto, después de comer nos habíamos quedado hablando y después habíamos ido a pasear por gran parte de Barcelona y al despedirnos nos habíamos pasado los móviles. Estaba contenta de haberlas visto, pero algo fallaba, aun tenia resentimiento dentro de mí. Sabía que ellas no habían tenido nada que ver con la decisión de sus padres pero… aun dolía, y mucho. Al entrar en el orfanato me fui directamente a mi habitación, no tenía ganas de cenar. Lo que necesitaba era relajarme. Conecté los auriculares al móvil y me puse los cascos en las orejas. “Chico problemático” de Nach sonaba en mis oídos mientras yo empezaba a recordar el motivo por el cual yo había terminado en el orfanato.

Después de que mis padres murieran me alojé durante unos días en casa de la hermana de mi madre, una tía que solo pensaba en ella misma y su riqueza. Al fallecer los dos padres y yo no tener ningún tutor asignado hubo un gran problema ¿Quién se hacía cargo de la niña? Entonces fue cuando me di cuenta de lo hipócrita y asquerosa que era la gente. Los familiares casualmente no podían por alguna patética excusa “Mi trabajo me hace viajar mucho no podría cuidarla…”, “Es que últimamente voy bastante escasa de dinero, no sería conveniente para la niña…”, y así hasta algunas que en el día de hoy me hacia revolcarme de la risa. Después los “grandes” amigos que habían estado presentes durante toda mi corta vida en las fiestas, en los banquetes, en las reuniones, fueron desapareciendo hasta no quedar nadie a mi lado, solo Francisco Álvarez, amigo de mi padre, dijo que él podía cuidarme y hacerse cargo de mi hasta que yo cumpliera los dieciocho años, ya que era el director de un orfanato que estaba en la parte antigua de Barcelona. Así fue como fui a parar a este sitio. Los padres de Ruth, Mónica, Mireia, Alma, Susana y Emma, mis amigas de la infancia, habían sido los amigos más cercanos a mis padres antes de aquella noche. Empecé a odiarlos a ellos, cuando me enteré de que me daban la espalda. También empecé a odiar a mis amigas de entonces, quizá solo porque ellas eran sus hijas, realmente no sé porque empecé a odiarlas, pero así lo hice.
Ahora nos habíamos perdonado, pero no todo era tan sencillo. No había la misma confianza ni la misma complicidad que un día hubo entre nosotras, nuestras vidas habían sido demasiado diferentes. Y, aunque ahora les hablara, a sus padres aun los odiaba, los odiaba demasiado.

CAPITLO 10

13 de abril de 2002, había sido un día agotador, por la mañana mi madre me había llevado a la peluquería tenían una importante comida con los vecinos del barrio y algunos empresarios importantes. Nunca me habían gustado mucho esas reuniones, siempre estaban hablando de cosas de mayores y no me prestaban atención, para eso prefería encerrarme en mi habitación a dibujar o a jugar con mis muñecas nuevas. De todas formas sabia que cuando volviéramos a casa mi madre me recompensaría de alguna manera, eso sí, por la noche, por la tarde seguramente tendrían que ir a visitar a algún amigo que se había comprado una mansión nueva o que había ganado recientemente una suma considerable de dinero gracias a las inversiones en bolsa. Cuando llegamos a casa serian sobre las once de la noche, y aunque al ser una niña tan pequeña tendría que estar muerta de sueña, la verdad es que yo no lograba dormir sin que antes alguno de mis padres no me contara una buena historia, de princesas atrapadas en una alta torre, custodiada por un dragón que echaba fuego por la boca, mientras que la princesa esperaba a un apuesto príncipe azul que la salvaría y la protegería de todo peligro. Esa noche sin embargo mis padres no me leyeron nada, así que yo misma me cogí un cuento para leer. Llevaba como veinte minutos cuando oí ruidos en el jardín, quizás podría ser el perro de los Estellés, los vecinos, que siempre estaba haciendo ruido, sin embargo había algo raro, el perro siempre solía ladrar, esa vez no estaba ladrando. Mi curiosidad aumentó al oír más ruidos, así que me asomé al corredor. No oía a mis padres y eso hizo que empezara a tener miedo. Al cabo de cinco minutos de no moverme del sitio esperando algún indicio de que mis padres seguían en el salón oí pasos apresurados, casi dados con pánico. Por el hueco de la escalera aparecieron mis padres con cara de terror ni siquiera se frenaron al verme, mi padre me cogió en brazos y entramos a mi habitación. Al dejarme mi padre en el suelo, mi madre me abrazó.
- Hija, tienes que esconderte ¿entiendes?
- ¿Por qué? ¿Vamos a jugar al escondite? – dije ilusionada, aquel siempre había sido mi juego favorito.
- Si – dijo rápidamente mi padre – Cariño vais a jugar mama y tu contra mí, yo pagaré.

Me giré y le sonreí a mi madre divertida, ella intento devolverme una sonrisa, pero lo que le salió fue más bien una mueca de angustia.

En la ignorancia propia de la infancia no se me ocurrió ni por un momento que no era normal que mis padres quisieran ponerse a jugar al escondite casi a medianoche, menos aun cuando ellos eran todos unos fanáticos de los buenos modales y las costumbres de toda la vida, por lo que ellos creían que una niña pequeña tenía que irse a dormir como muy tarde a las once.

Mi madre se puso el dedo en la boca diciéndome que callara y no hiciera ruido, claramente yo creía que se refería a mi padre que en ese momento estaba de espaldas a nosotras “contando”. Me cogió de la mano y giró la cabeza repetidas veces buscando un buen sitio para escondernos. Al final se quedó mirando el gran armario que había en la pared de la izquierda y abrió. La ropa ocupaba mucho espacio, mi madre, una amiga suya y yo nos íbamos de compras cada miércoles por la tarde. Mi madre no perdió tiempo y empujó toda la ropa haciendo que quedara un pequeño hueco a un lado.
- Mi vida, metete ahí, y pon delante de ti el abrigo blanco, así papa no te verá ¿Vale? – le asentí, ella no hacía más que mirarme con ternura y miedo, sobretodo miedo - por favor, no salgas por nada del mundo ¡No lo hagas! Júralo por tu padre y por mí. – Su tono me dio miedo, pero lo juré.
- Lo juro mami, no saldré del armario.

Me dio un beso en la frente y cerró la puerta del armario. Yo me escondí detrás del abrigo blanco, era muy grande y me ocultaba perfectamente, nadie me podría ver allí escondida, pero desde mi posición yo sí que podía ver qué pasaba fuera. Cuando iba a empujar la puerta para poder ver, alguien entro en la habitación abriendo la puerta bruscamente. El pulso me iba a mil y tenía miedo, sentía el pánico correr por mis venas como si fuera veneno. Entreabrí la puerta y pude ver a mis padres abrazados en un rincón de la habitación, como si intentaran protegerse mutuamente. Frente a ellos habían dos personas, altas, ni delgadas ni gordas, por su silueta adiviné que eran dos chicos. Un destello plateado me llamó la atención… sostenían un machete cada uno. No podía ser cierto ¡no podía! Hablaban de cosas que no podía oír. Ahora estaba segura de que mis padres hablaban bajito a propósito, para que yo no les oyera.
Vi como mi padre dijo algo que no les gustó, ya que en ese momento ellos se movieron y mientras uno cogía a mi padre otro cogía a mi madre. Dijeron algo en voz baja y seguidamente le hundieron el machete a mi padre en el corazón. Mis ojos no podían creer lo que veían. Solo se oyó el grito de mi madre. De mis ojos salían lágrimas sin parar y quería salir y quería gritar, pero no podía, la voz no me aparecía y le había jurado a mi madre no moverme. Un momento después le dijeron algo a mi madre pero ella negó con la cabeza mientras lloraba y gimoteaba. Entonces la apuñalaron a ella. La última mirada de mi madre fue para mí. Cuando cayó al suelo me miró directamente a los ojos, fue una mirada que me atravesó de parte a parte. Una mirada llena de amor, dolor, angustia, cariño…

En ese momento volví a la realidad, eran las cinco de la mañana. No tenia sueño y aunque mañana era sábado me obligué a dormir, había sido una noche muy, demasiado, larga.

Bip, bip, bip… bip, bip, bip… Puto despertador. Me levanté cabreada y cogí el móvil con la mano, lo miré y lo lancé lejos, por suerte para mi, cayó encima de la ropa que usé ayer. Me levanté de la cama y fui a por el móvil. Joder las once de la mañana, con un poco de suerte llegaba al almuerzo. Me vestí rápidamente con unos vaqueros pitillo y una camiseta negra de manga corta. Estaba peinándome cuando oí que me llamaban desde el pasillo.

- Ariadna, abre – oh no, esa voz de niña pija solo la tenia ella.

Me fui rápidamente a abrir, le tenía que aclarar un par de puntos.

- Mira niñata de mierda, abriré si me da la gana ¿te enteras? – le dije mientras abría.
- Si, si lo que tu digas bonita.
- Entra Irina. – la empujé adentro y cerré la puerta.
- ¿Pero de qué vas?
- No, la pregunta es de que vas tú, imbécil. No, ahora te callas y me dejas hablar – le dije cuando vi que abría la boca - ¿sabes lo que les pasa a los que se interponen en mi camino?

CAPITULO 9

Entré, las muñecas tiradas por el suelo, la cama enorme con sabanas rosas, las zapatillas de ballet encima de la mesa, la cual estaba llena de lápices de colores, un corcho colgado en la pared lleno de dibujos. En la mesilla de noche reposaba varias fotos, casi todas de mis logros de pequeña: cuando gané un concurso de hípica, en mi primera clase de ballet, otra foto de mi comunión, demasiadas fotos. La única verdaderamente importante era la que estaba en la última fila al centro, una foto de mía de cuando se me cayó el primer diente de leche, sonriendo con la inocencia que solo una niña puede tener, junto a mis padres que parecían más felices que nunca. Por alguna razón que no conocía me fui directa al armario y lo abrí, toda la ropa estaba amontonada al lado derecho, dejando así en el lado izquierdo un espacio lo bastante amplio como para que una niña de ocho años se escondiera mientras veía como asesinaban a sus padres, pensé con amargura.
Los recuerdos de aquel momento en que mi vida cambio por completo me asfixiaban, abrumaban, no me dejaban respirar. Mis ojos empezaron a escocerme y la garganta se me secó. Necesitaba salir de ahí.
Salí rápidamente al pasillo que daba a las escaleras cuando oí unos pasos… la sangre se me heló. Recuerdos horribles me vinieron a la mente; ruidos, mis padres entrando a mi habitación a las tres de la madrugada, mi madre escondiéndome, alguien abriendo la puta puerta, suplicas, gritos, sangre.
No lo pensé dos veces, empecé a correr como si me persiguiera el mismo demonio en persona. Al mismo tiempo oí como el intruso me seguía de cerca, demasiado, los escalones de las escaleras los iba saltando de cuatro en cuanto y nada mas puse un pie en el salón me precipité sobre la puerta que daba al jardín trasero, corrí y corrí, pero de repente alguien me cogió con fuerza por la cintura mientras que con su otro brazo me tapaba la boca.
- ¡Shh! Ariadna, soy yo joder, Tony. – mis músculos se destensaron y paré de resistirme. El por su parte me soltó lentamente.
- ¡¿Estás idiota o qué?! Por poco no me da algo gilipollas. ¿Cómo coño sabias que estaba aquí?
- No me hables así – amenazó – cuando te fuiste Carlos se cabreó pero enseguida me pidió que te siguiera, por lo visto pensaba que no irías directamente al orfanato y tenía razón, además creía que a él no le ibas a hacer caso.
- Claro que no le iba a hacer caso – respondí tranquilamente, más bien, aparentemente tranquila.
- Lo suponía… Oye, Ari… ¿Estás bien?
- Claro que si ¿No me ves?
- Sabes a que me refería – dijo mirando de reojo a la casa.
- Lo sé, y la respuesta sigue siendo la misma.
- Lo que tu digas – dijo harto ya – venga vámonos.
Solo le seguí sin decir nada, tenía confianza con Tony, en realidad todos le teníamos confianza, a pesar de ser bastante chungo era buena persona, por lo menos con La Banda, con el resto ya era diferente, de todas formas no quería contarle nada, era mi pasado el implicado.
Cuando estuvimos en la calle sabia que nos íbamos a ir cada uno para su lado, vivíamos en direcciones contrarias. Tony se giró y me miro seriamente.
- A veces no es bueno hacerse el fuerte ¿Sabes?
- No me hago la fuerte, simplemente no me pasa nada.
- ¿Podrías dejar de ser tan jodidamente hermética por una vez? a toda La Banda nos jode no poder ver a través de ti, nos jode no poder saber qué es lo que piensas de verdad.
- No es mi problema – Tony se iba a girar para irse, bastante cabreado, pero le cogí por el brazo obligándole a girarse – Lo siento ¿Vale? ¡Soy así, no lo puedo evitar! La gente es la que me ha hecho ser así…
- Lo sé pequeña.
Después de eso nos abrazamos y nos despedimos. Durante el camino de regreso al orfanato no pensé en nada, era mejor dejar la mente en blanco, el trayecto se me hizo corto. Tan pronto como me metí en la cama me di cuenta de que no podría dormir, al menos no en unas horas. Recordé el miedo que había pasado en mi casa y me sentí débil, asquerosamente débil. “Hay que enfrentarse a nuestros propios miedos” me dijo una vez mi padre. Estaba dispuesta a hacerlo. Iba a recordar por primera vez la noche en que mis padres fueron asesinados ante mis narices.

CAPITULO 8

No sabía qué problema tenía Joel conmigo pero siempre había sido así. Desde que entré en La Banda nunca me había dejado en paz, al principio no me ofendía hasta que empezó a atacarme con mis padres, la verdad es que no me ofendía me jodía, y mucho. Yo subí muchos puestos en La Banda y eso lo enfureció mucho más porque el siempre había sido alguien dependiente de alguien más fuerte y astuto mientras que yo destacaba por mi independencia.

Y Carlos… me volvía loca, una parte de mi lo quería mucho pero mi otra mitad tenía ganas de pegarle. Quizás fuera porque él parecía no entenderme nunca, cuando no lo necesitaba no me lo podía sacar de encima, como si fuera una lapa, y cuando lo necesitaba a mi lado no aparecía y todo eso me frustraba demasiado.

Poco a poco me di cuenta de que iba aumentando de velocidad. Empecé a correr a toda velocidad, huyendo de mis pensamientos, intentado escapar del agujero en el que llevaba metida tanto tiempo. No me arrepentía de nada de lo que había hecho en mi vida, pero quería dejarlo todo atrás y pasar página. No llovía pero el suelo seguía mojado intentado que yo resbalara. El aire me daba en la cara refrescándome pero al mismo tiempo me hacia recordar cada mal recuerdo de mi vida. Iba corriendo tan rápido que no distinguía nada a mi lado, solo borrones y luces. No me di cuenta de cómo el panorama iba cambiando pasando de los barrios bajos llenos de casas en mal estado, coches desvalijados, olor a sueños a rotos a la parte media donde se veía la gente feliz, pero resignándose a su vida sin luchar por lo que de verdad querían, al final llegué a los barrios altos, pijos, donde la gente tenía todo lo que quería solo con decir “quiero…”, normalmente esas gentes no se merecía la fortuna que tenían, y tan solo eran unos materialistas caprichosos que no pensaban en que con el dinero que habían gastado para su camiseta una familia pobre podía comer durante una semana o semana y media.

Crucé mas barrios corriendo sin parar, sin mirar a ningún lado. En menos de un momento había caído al suelo rodado sobre mi misma porque mi pie había tropezado con una piedra del tamaño de la cabeza de un perro. Me senté en el suelo cogiéndome el tobillo con las manos intentado disminuir el dolor. En unos segundos me puse de pie intentado no pisar fuerte con el tobillo dañado. Me toque los bolsillos del vaquero en busca de mi móvil pero no estaba, vi que estaba en suelo, la batería se había caído por el golpe. Cuando lo cogí y me iba a levantar fue cuando me di cuenta de donde estaba por primera vez. Un barrio pijo, si, pero no era cualquier barrio pijo. Era mi antiguo barrio. No perdí tiempo admirando de nuevo las casas de la zona que tantas veces había visto de pequeña. Solo podía ver la casa que se alzaba ante mis narices, realmente era impresionante, imponente. A menos de un metro de mi se levantaba una puerta de hierro enorme, detrás de la cual se podía ver como un camino de baldosas de piedra llevaba a la cochera, mas grande que todo un piso de una familia numerosa, el camino poco antes de llegar hasta la cochera se bifurcaba en otro camino que llevaba al porche de la mansión, no se podía llamar casa, la mansión tenía tres pisos y era tan grande como dos piscinas olímpicas juntas, además el jardín tenía una piscina climatizada y una pista de tenis. La piedra de las paredes estaba mucho más oscura de lo que recordaba y el césped estaba muy, muy descuidado, como nunca lo había estado cuando mi madre se ocupaba de él, las malas hierbas habían crecido y los rosales habían muerto. El jardín presentaba el mismo aspecto que el resto de la casa, las mismas emociones, soledad, nostalgia, abandono y un aspecto tétrico le daba el toque final. Definitivamente si no fuera porque sabía perfectamente que esa había sido la casa donde había crecido hasta los ocho años no creería que fuera la misma, el aspecto había cambiado tan poco y a la vez tanto que un escalofrío me recorrió la espalda. En ese momento solo una idea me cruzó la mente: entrar.
No me costó nada trepar por la verja, cuando estuve sentada arriba el viento me dio en la cara y se me hizo como si alguien me estuviera vigilando, pero no hice caso. Aterricé con un ruido sordo y en el mismo momento en que mis pies hicieron contacto con el suelo millones de recuerdos me asaltaron la mente, recuerdos, imágenes instantáneas de otro tiempo que nunca volvería, en cuestión de segundo volví a vivir las fiestas monumentales que daban mis padres, pude volver a ver como mi padre me enseñaba a montar en bici mientras mi madre nos sonreía al mismo tiempo que nos grababa en video, vi otra vez como la gente entraba en mi casa, amigos… eso decían ellos, la realidad era bastante distinta.
Caminé poco a poco, casi de puntillas, como si de un momento a otro de la casa salieran mis padres a ver quien había entrado en la casa a tan altas horas de la madrugada, sin embargo yo sabía que no saldría nadie. Al llegar a la elegante puerta de entrada me quedé parada sin saber bien como iba a entrar, claramente no tenía la llave, pero sí que tenía una horquilla. Giré de un lado para otro durante varios minutos, con delicadeza, como me había enseñado Carlos hacia años, al cabo de unos minutos se oyó un “Click” y la puerta se abrió chirriando. La olor a cerrado y oscuridad fue lo primero que advertí. Entonces me acordé de que por mucho que mi casa estuviera vacía aun existían los vecinos, así que rápidamente me metí en el recibidor y cerré la puerta. Mis ojos aun no estaban acostumbrados a tanta oscuridad así que me quedé quieta durante cinco minutos mientras una extraña mezcla de familiaridad y terror se me calaban bien hondo. No me gustaba tener miedo, no estaba acostumbrada a tenerlo, casi nada me daba miedo, suerte para mí. Cuando pude empezar a distinguir formas vi como la casa seguía igual que cuando salí por la puerta para irme a vivir al orfanato. La alfombra persa de mi madre, los muebles grandes y elegantes, los espejos tan grandes como las pizarras de una clase, los cuadros de pintores famosos pero de los que no me acordaba, todo formaba parte de mis recuerdos. Recuerdos que no me gustaba desenterrar. Pude recorrer toda la casa, pero aparte de que no quería recordar momentos que solo me harían daño, solo había una habitación que me interesara, mi habitación. Sin mirar a los lados subí al segundo piso, giré a la derecha, luego a la izquierda, segunda puerta. No me lo pensé dos veces, si lo hacia lo más probable era que me diese media vuelta y no volviese jamás.

CAPITULO 7

- No Ariadna, no te equivocas. Tenemos que abrir bien los ojos, esos gilipollas nos intentaran coger por separado, si estamos juntos no pasará nada, pero cuando vayáis solos estad atentos, no estamos en momentos buenos para ocultar a fiambres.
- ¿Sabes a por quien irán seguramente? – dijo Raúl.
- Puede que a por los más pequeños de nosotros, puede que a por alguna de las tías o puede que a por cualquiera, no lo sabemos ¿Por qué coño crees que os estamos avisando, Raúl? – le contestó Juanma, otro de los cinco jefes de La Banda.
- Vale joder.
- Bueno, de todas formas si pasara algo y tuviéramos un juicio seguro que los padres de Ariadna podrían comprar al juez con todo el dinero que tienen, ¡ah, no perdón! Si es que sus padres están muertos.

La sangre me empezó a hervir y tanto la cabeza como el corazón me decían que le hiciera todo el daño posible al que había dicho eso, y en esos momentos en concreto mis impulsos eran más fuertes que la razón. Levanté la cabeza y vi que Joel me miraba con una sonrisa maliciosa esperando mi reacción, la cual no se hizo esperar. En menos de un segundo yo ya me había levantado y había caminado rápida y tensamente hasta llegar hasta él, que miraba igual de sorprendidos que todos, rápidamente cerré los dedos de la mano y eché el puño hacia atrás para después poner toda la fuerza posible al dejar caer el puño en su ojo derecho. Él tropezó hacia atrás mientras se tocaba la cara con las dos manos.
- ¿De qué vas, hija de puta?
- Vuelve a repetir eso y te doy otro derechazo directo a tus huevos ¿Queda claro? - advertí – y como vuelvas a nombrar a mis padres… te mato.
Pude notar como Joel tragaba en seco, también pude sentir como las caras de muchos pasaban a la incredulidad, no por lo que yo había dicho, esa amenaza era muy común entre las bandas de la calle, sino por mi expresión y tono de voz al decirlo, lo había dicho demasiado seria y determinada como para que solo fuera un farol.
- ¿Y no le vais a decir nada? Si lo hubiera hecho cualquier otro habríais dicho algo – dijo Joel mirando a los cinco jefes: Tony, Juanma, Marcos, Adrián y Erich.
- No.
- Te mereces ese derechazo y mucho mas – dijo Adrián matándolo con la mirada.
- En todo caso te tendríamos que decir unas cuantas palabritas a ti - zanjó el tema Marcos.
- ¡Siempre la habéis favorecido! - gritó – No soy el único que lo dice.
- ¿Pero qué coño? – me sorprendía que Erich hubiera aguantado tanto tiempo sin meterse – Mira gilipollas de mierda a la próxima ¡te callas la boca si no quieres que te la parta!
- ¡Callaos de una puta vez! - esto se estaba yendo de las manos y si seguía así iba a terminar mal, encima a Erich ya le estaba dando su tic - ¿Alguien tiene algo que decir?
Nadie abrió la boca para hablar, muchos ni siquiera levantaban la mirada para mirar a la cara. Yo seguía parada en medio de todos con Joel enfrente mía y Tony, Erich, Marcos, Adrián y Juanma detrás. Se supone que todos ya estábamos acostumbrados a mis peleas contra Joel, pero esto iba mucho más allá de lo normal, estaba harta de que siempre fuera contra mí y ahora decía que los jefes me favorecían.

- Sois unos cagados. Yo me largo.

Vimos como Joel recogía su chaqueta y desaparecía en la oscuridad mientras apretaba los puños. El ambiente estaba tenso, mucho, y todos me miraban esperando una respuesta de mi parte o simplemente una reacción, aunque posiblemente lo que esperaran fuera una acusación hacia ellos por lo que Joel había dicho “No soy el único que lo dice”. Nadie se movió hasta que oímos el rugido del motor de una moto de marchas, la moto de Joel. No me di cuenta de que Carlos estaba de pie a mi lado hasta que me cogió la mano y me habló al oído.

- Ariadna, ¿Estás bien?
- Perfectamente ¿No me ves o qué?
- No le hagas caso al imbécil de Joel, ya sab…
- Me voy, tengo que ir a mi orfanato – sabía que ahora Charlie diría que me acompañaría y por la cara que ponía no me iba a equivocar – Sola –añadí.

Mientras me alejaba de todos oí como Carlos gritaba que hiciera lo que me diera la gana. Le ignoré. Me perdí entre la oscuridad de la fabrica sintiendo como el frio relajaba mis músculos, mi mandíbula se destensaba y mis puños se abrían. Siempre pasaba algo en cada reunión, ninguna era la excepción. Al salir a la calle miré a derecha e izquierda. Hacia la derecha estaba el camino a mi orfanato. Elegí la izquierda. No quería volver ahora.
- ¡Mirad todos! La desaparecida vuelve – bromeó mientras me daba un abrazo.
- No seas capulla, estuve enferma – dije mientras nos separábamos.
Todos empezaron a saludarme, desde abrazos pasando por movimientos de cabezas hasta una simple mirada que decía todo. Nos sentamos en círculo, yo estaba situada entre Carlos y Lara, la chica que me había saludado primero. Nos pasaron unas litronas y empezamos a beber, hablar y contarnos cosas. La verdad es que yo no estaba muy atenta, los miraba a todos recordando sus historias, porque si, todos teníamos una historia, un pasado que nos obligó a crecer demasiado rápido y a ser quien éramos. Un pasado oscuro que, normalmente, no queríamos recordar, pero que era el causante de que perteneciéramos a La Banda, y ese pasado era lo que nos unía.
La Banda tenía dos caras: la que conocían todos y la que solo conocíamos nosotros. La primera es la parte mala, nos metemos en marrones, bebemos, fumamos, nos drogamos, hacemos graffitis y nos metemos en peleas, todo indica que somos una simple banda de niñatos que se aburren, pero no es así. Para entender lo que hacemos deberías mirar nuestro pasado, desde la infancia hasta ahora.
Miré a Lara, su padre estaba en la cárcel por camello, su madre pasaba de ella. Mi mirada pasó a Raúl su padre maltrataba a su madre y muchas veces también a él mismo. Carlos y su hermano mayor habían vivido toda su vida con su padre alcohólico porque su madre murió cuando dio a luz a Carlos. A Sara su padrastro la intentó violar y su madre no la creyó. Yon tenía que cuidar a su hermana pequeña por que su padre estaba en paro y siempre estaba pelando con su madre. Tony había sido maltratado por su padre desde antes de cumplir los cinco años, su madre había muerto de una paliza, el mismo día que murió su madre él se escapó de casa. Y así había muchos más.
Todos teníamos un pasado similar, razones para odiar a la sociedad que nunca nos quiso ayudar. La Banda era mucho más que simples niños jugando a ser adultos, éramos gente que necesitaba estar con alguien que les pudiera comprender, proteger y ayudar. Esa era la parte que solo conocíamos nosotros. Nos protegíamos, que nos metiéramos en líos y demás era porque habíamos crecido en las calles. Quizás también influía en lo que hacíamos nuestro odio, rencor y desprecio hacia casi toda la gente. Nosotros solo necesitábamos un poco de calor humano. Además La Banda no la habíamos creado nosotros. Nosotros éramos la “2ª generación” por decirlo de algún modo. La Banda tendría más o menos unos diez años, el hermano mayor de Carlos, Pablo, había pertenecido a la generación que fundó La Banda, pero ahora ellos ya no pertenecían a ella, algunos habían muerto de sobredosis, otros se habían ido de la ciudad, otros simplemente eran demasiado mayores, pero ninguno había conseguido salir del pozo negro en que se ahogaban desde su infancia. Esto me recuerda una frase de de una canción de Nach Scratch “yo vengo de un lugar donde decían que triunfar era imposible”. La Banda era mi familia.

Un golpe en el brazo me sacó de mis pensamientos, levanté la cabeza y miré a Carlos con mala cara pero él me sacó la lengua y se giró para mirar a Tony, que por lo que parecía tenía algo que decirnos, seguramente por eso Carlos quería que prestara atención.
- Escuchadme – lo dijo con voz naja y serena pero automáticamente todo ruido cesó, si Tony era capaz de algo, ese algo era intimidar – todos sabéis que hace una semana pillaron a uno de nosotros con droga encima. La policía me la suda, pero lo que quiero decir es que el muy imbécil iba con la droga por la zona de Richi y estos y…
- Y ahora habrá pelea. ¿Me equivoco?

CAPITULO 6

- ¿Ariadna? – su voz denotaba un matiz de prisa, preocupación.
- Claro que soy Ariadna, Charlie.
- ¿Dónde coño te has metido toda la semana? – vale, su voz ahora era furiosa.
- ¿Cómo estas Ari? Yo muy bien, Carlos gracias ¿Y tú? - ironicé – estaba en el hospital – terminé secamente.
- Lo siento… ¿Que te ha pasado?
- Nada, solo tuve un virus, vómitos y eso.
No me gustaba mucho mentirle, después de todo era mi novio, pero esta vez era necesario, no quería imaginarme la que se montaría si se supiera lo que había ocurrido. No, definitivamente no tenía que saberlo.
- Joder, siento lo de antes ¿Vale? Llevamos toda la semana intentando localizarte y no podíamos, estábamos preocupados.
- Tranquilo, no pasa nada – a veces era un gilipollas, a veces un cielo – siento no haberos avisado.
- No te preocupes, yo los avisaré. Oye, ¿Crees que podríamos vernos hoy? Tengo muchas ganas de verte.
- ¿Sitio y hora?
- A las once y media en la plaza que está dos calles arriba de casa Ángel, pasaré a por ti en la moto.
Hablamos de cosas sin importancia, hablamos de lo que había pasado esa semana. Un chico de La Banda había sido arrestado por tráfico de drogas, al parecer llevaba unas cuantas pastillas de éxtasis encima, que inútil, ni siquiera sabía dónde esconder la droga.
Cuando colgamos me dedique la mayor parte de la tarde a re-ordenar mi habitación y sacar las cosas de debajo de la tabla suelta del suelo, por suerte me había dado cuenta de que existía esa tabla hacia cuatro años, ahí era donde guardaba las cosas más importantes que no debían estar a la vista. Iba a dejar unas cosas en el baño cuando al entrar me quedé clavada en el suelo mientras mi mirada recorría todo el sitio. Los cristales rotos y mojados de sangre que deberían estar en el suelo no estaban, pero el espejo que había encima del lavamanos seguía roto por el puñetazo que di en un momento de rabia antes de todo. Los recuerdos volvieron a mi mente perturbándome, el dolor y la angustia que había sentido eran muy fuerte. Sacudí la cabeza intentando que desapareciera todo, pero no era tan fácil… Aquel momento que semanas antes había sido mi mayor deseo ahora era mi peor pesadilla, que irónico.
Pasé de la cena, no quería soportar murmullos y comentarios a mí alrededor. Fui a darme una ducha de agua caliente para relajarme y no pensar. Cuando salí faltaba media hora para las once, joder que rápido pasaba el tiempo. Me sequé el pelo y me puse lo primero que pillé del armario; unos pitillos, una camiseta de manga larga roja y unas converse negras. No pensaba maquillare ni vestirme elegantemente, seguramente nos iríamos a la fábrica abandonada donde solíamos vernos los de La Banda. Miré el reloj, once y cinco.
Rogando no encontrarme a nadie abrí la puerta, recorrí los pasillos y crucé el jardín trasero hasta colarme entre arbustos y encontrar el agujero todo con sigilo. Una vez lo hube cruzado miré a todas partes asegurándome de que no me hubiera visto nadie y eché a correr, llegaba tarde. Crucé calles y calles a toda prisa, tantos días sin moverme de una cama me habían pasado factura. Solo faltaba una calle para llegar cuando sentí gotas de lluvia caer sobre mí, pero las ignoré, entrecerré los ojos y seguí corriendo sin detenerme, echaba de menos a Carlos, sus besos, sus abrazos y su forma de ser tan… tan… tan de él. Y entonces le vi, allí estaba.
Apoyado en su moto en pose de chungo, su chupa negra que tanto me gustaba y sus gafas de sol, que llevaba a pesar de que era de noche, detrás de las cuales se escondían unos ojos negros como la más oscura oscuridad. Al verme sonrió de lado y se enderezó mientras que abría los brazos en cruz esperando a que llegara a él. No lo dudé y corrí más rápido hasta llegar hasta él, le pasé los brazos por el cuello y él me abrazó por la cintura. Nos fundimos en un beso. Nos separamos en unos minutos, pero no dejamos de abrazarnos.
- No sé qué haces pero cada vez te veo más buena – bromeó.
Reí y le di una colleja. Nos montamos en su moto y nos pusimos en marcha. Cruzando calles sin parar, a toda velocidad, casi volábamos. No había mucha gente por la calle, el día siguiente era miércoles, había que trabajar. Fuimos alejándonos mas y mas del centro de Barcelona hasta llegar a las afueras, a una calle en concreto llena de casa viejas y fabricas abandonadas y cerradas hacía ya tiempo. Nos detuvimos ante una fábrica de aspecto nostálgico y tétrico, pero no me daba miedo, ya había entrado muchas otras veces.
Nos internamos entre las sombras hasta llegar al final donde se encontraba una escalera que daba al piso superior, una vez arriba seguimos andando hasta que escuchamos voces. Antes de llegar hasta ellos ya podía ver la luz débil que los iluminaba, el humo de los porros y cigarros y los gritos y risas que daban. Nada mas oyeron nuestros pasos se giraron en actitud amenazante, pero al vernos sonrieron. Una chica se levantó con la cara seria y se dirigió hacia mí. Yo la miré arqueando las cejas y ella venía toda decidida. Al llegar delante de mí cambió la cara seria por una sonrisa y yo con ella.

CAPITULO 5

El día siguiente amaneció soleado y con el cielo despejado, perfecto día para hacer notar que salía de esta puta prisión. La mañana la dedique a arreglarme y recoger las pocas cosas que habían mías. Hacia mediodía el director pasó a por mí. Durante el viaje no hablábamos, no era muy normal, yo solía llevarme bastante bien con él, fue el único que se hizo cargo de mí después de la muerte de mis padres al ser estos sus amigos. Mientras yo miraba por la ventana, él no paraba de mirar hacia la carretera y tamborilear con los dedos sobre el volante mientras lo miraba todo con desaprobación. Baje la ventanilla y una bocanada de aire fresco me dio de lleno en toda la cara refrescándome las ideas y despertándome después de estar tantos días sin notar el viento sobre mi piel. Íbamos por una de las calles principales de Barcelona cuando el semáforo se puso en rojo y nos detuvimos, entonces el Sr. Álvarez resopló indignado, vi que estaba mirando por su ventanilla y en la pared que estaba viendo había un gran graffiti. Inconscientemente sonreí maliciosamente; ese graffiti estaba muy guapo y llevaba una marca personal, una gran estrella de cinco puntas negra de la cual descendían unos chorros como si la estrella estuviera acabada de pintar. Mi marca. Ese graffiti era mío.
- Malditos vándalos… ¿Cuándo aprenderán que las paredes no son murales para que pinten sus garabatos? ¡Por Dios! Eso ni siquiera es arte. – se quejó.
Yo callé y en mi interior me descojonaba, si supiera que tenía al “Maldito vándalo” a su lado…
Nadie en todo el orfanato sabía que yo pertenecía a La Banda salvo algunas excepciones que se habían enterado casi de casualidad, no me preocupaba por que lo dijeran, sabía que no lo harían, no al menos si apreciaban su estado físico actual. Estos me respetaban y temían, saben que si intentaran algo muchos de mis “amigos” se les echarían encima. No me era difícil imaginarme a Carlos dándole una paliza a uno solo porque me había mirado mal, y si me lo imaginaba era porque ya lo había visto. A veces me jodía que fuera tan asquerosamente protector conmigo, exactamente igual a Lucas, joder yo no era ninguna niña pija que no podía ni coger unas tijeras sin hacerse daño o necesitar ayuda.
En menos de un cuarto de hora estábamos en la entrada del orfanato. Cuando bajé del coche me quedé plantada en el sitio observando detenidamente el orfanato, una especie de deja vú se apoderó de mi y el recuerdo de la primera vez que pisé ese mismo sitio apareció en mi mente. Por aquel entonces yo era una pobre y asustadiza niña de ocho años traumatizada por la “trágica” muerte de sus padres, hoy era una adolescente de dieciséis años fría, calculadora y temeraria.
Deseché los recuerdos de mi cabeza, no me gustaba mi pasado y siempre evitaba recordarlo. Me fijé en la arquitectura del edificio y me di cuenta de que no había cambiado nada, era un edificio de tres plantas hecho con piedra oscura grande y cuadrada con los marcos de las ventanas de madera y aspecto nostálgico. Un gran jardín lo rodeaba y un camino de gravilla iba desde la acera de la calles hasta los escalones que daban a la puerta de entrada.
Al mirar la segunda planta me di cuenta de que en una ventana estaba la cabeza de Lucas mirándome mientras me dedicaba una sonrisa enorme, entonces repentinamente se fue para dentro. Me giré para sacar la maleta del maletero del coche mientras el director iba a decirle algo al conserje. Cuando ya había sacado la maleta unos brazos me levantaron del suelo abrazándome. Me giré mirando a Lucas a la cara mientras le dedicaba una media sonrisa.
- Lucas ¡Bájame, ya! – intenté sonar enfadada pero no lo conseguí.
- De acuerdo, señora. ¿Cómo estás?
- Bien. ¿Sabías que eres más crio a veces que un niño de tres años? – solo me sonrió- ¿Tu qué tal?
- Aburrido, como siempre. Venga te ayudo a subir la maleta a tu habitación. ¡Señor director nos vamos dentro! – gritó, seguidamente me cogió de la mano arrastrándome, literalmente, hacia el edificio.
En el vestíbulo no había nadie, era raro, normalmente los más pequeños no paraban de gritar y correr de un lado para otro. En el reloj que había sobre el mostrador vi que era la hora de comer, estarían todos en el comedor. Al subir a la tercera planta, la de las chicas, un par de cabezas se asomaron por una puerta. Natalia y Diana, las chupaculos, perdón, las amigas de Irina. Les miré fríamente y volvieron a meterse para adentro. Pijas de mierda, seguro que se habían pasado la semana poniéndome a parir, eso sí por detrás, porque por delante ni me miraban a la cara del cague que les cogía.
Al entrar a mi habitación pude sentir el olor a desesperación y dolor que había experimentado al intentar suicidarme, también olía a cerrado y al mirar hacia la ventana me di cuenta de que mis cosas no estaban en el sitio que deberían estar. Pude notar aun sin verlo, como Lucas se ponía nervioso, seguramente se había dado cuenta de que lo había visto y seguramente él sabía que había pasado. Me gire para enfrentarlo de cara exigiéndole una respuesta con la mirada. Lucas bajó la cabeza y me dirigió una mirada culpable.
- El director hizo que retiraran cualquier cosa con la que pudieras cortarte o hacerte daño.
- ¿¡Que, que!?
- Pues eso – me dijo, puso cara de reproche - ¿Qué te esperabas? Es comprensible que haga eso ¿No crees? Además, no te preocupes, fui yo quien hizo la inspección, todas tus cosas de La Banda están debajo de esa tabla suelta – añadió con asco.
- Gracias – respondí secamente, no me había gustado nada ese tono con el que me había hablado – ¿Puedes salir? Me gustaría estar sola.
Por el tono en que lo dije pareció más una orden que una petición pero era eso lo que quería. Sin esperar una respuesta lo empujé afuera y le cerré la puerta en las narices, cerré con pestillo y me giré apoyando la espalda contra la puerta mientras me deslizaba hasta quedarme sentada en el suelo. Estaba cansada y no me apetecía hacer nada salvo quedarme encerrada en esa habitación hasta que todos se olvidaran de mi.
Me quedé es esa misma posición durante lo que a mí me parecieron horas, aunque seguramente tan solo serian diez o quince minutos. Había mantenido la mente en blanco hasta que un zumbido me devolvió a la realidad. Con la mirada localicé el objeto del que provenía el zumbido, era mi móvil, que estaba a punto de caer al suelo. Me levanté y lo atrapé antes de que rozara el suelo. Para entonces el móvil ya había dejado de vibrar, suspiré exasperada y miré la pantalla iluminada del móvil mientras que en mi estomago se formaba un nudo que bien habría podido ser hecho por alguien de la marina… diez perdidas de Carlos, cinco de Lara y nueve de Tony, uno de los cinco jefes de La Banda… La última perdida era de Carlos. Rápidamente le llamé, no quería dar motivos para que hubiera más problemas de los que ya había. Un toque, dos, tres…