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La entrada que esta entre el 6 y el 7 capitulo tambien es un capitulo! es como la sgunda parte del 6.

jueves, 13 de mayo de 2010

CAPITULO 8

No sabía qué problema tenía Joel conmigo pero siempre había sido así. Desde que entré en La Banda nunca me había dejado en paz, al principio no me ofendía hasta que empezó a atacarme con mis padres, la verdad es que no me ofendía me jodía, y mucho. Yo subí muchos puestos en La Banda y eso lo enfureció mucho más porque el siempre había sido alguien dependiente de alguien más fuerte y astuto mientras que yo destacaba por mi independencia.

Y Carlos… me volvía loca, una parte de mi lo quería mucho pero mi otra mitad tenía ganas de pegarle. Quizás fuera porque él parecía no entenderme nunca, cuando no lo necesitaba no me lo podía sacar de encima, como si fuera una lapa, y cuando lo necesitaba a mi lado no aparecía y todo eso me frustraba demasiado.

Poco a poco me di cuenta de que iba aumentando de velocidad. Empecé a correr a toda velocidad, huyendo de mis pensamientos, intentado escapar del agujero en el que llevaba metida tanto tiempo. No me arrepentía de nada de lo que había hecho en mi vida, pero quería dejarlo todo atrás y pasar página. No llovía pero el suelo seguía mojado intentado que yo resbalara. El aire me daba en la cara refrescándome pero al mismo tiempo me hacia recordar cada mal recuerdo de mi vida. Iba corriendo tan rápido que no distinguía nada a mi lado, solo borrones y luces. No me di cuenta de cómo el panorama iba cambiando pasando de los barrios bajos llenos de casas en mal estado, coches desvalijados, olor a sueños a rotos a la parte media donde se veía la gente feliz, pero resignándose a su vida sin luchar por lo que de verdad querían, al final llegué a los barrios altos, pijos, donde la gente tenía todo lo que quería solo con decir “quiero…”, normalmente esas gentes no se merecía la fortuna que tenían, y tan solo eran unos materialistas caprichosos que no pensaban en que con el dinero que habían gastado para su camiseta una familia pobre podía comer durante una semana o semana y media.

Crucé mas barrios corriendo sin parar, sin mirar a ningún lado. En menos de un momento había caído al suelo rodado sobre mi misma porque mi pie había tropezado con una piedra del tamaño de la cabeza de un perro. Me senté en el suelo cogiéndome el tobillo con las manos intentado disminuir el dolor. En unos segundos me puse de pie intentado no pisar fuerte con el tobillo dañado. Me toque los bolsillos del vaquero en busca de mi móvil pero no estaba, vi que estaba en suelo, la batería se había caído por el golpe. Cuando lo cogí y me iba a levantar fue cuando me di cuenta de donde estaba por primera vez. Un barrio pijo, si, pero no era cualquier barrio pijo. Era mi antiguo barrio. No perdí tiempo admirando de nuevo las casas de la zona que tantas veces había visto de pequeña. Solo podía ver la casa que se alzaba ante mis narices, realmente era impresionante, imponente. A menos de un metro de mi se levantaba una puerta de hierro enorme, detrás de la cual se podía ver como un camino de baldosas de piedra llevaba a la cochera, mas grande que todo un piso de una familia numerosa, el camino poco antes de llegar hasta la cochera se bifurcaba en otro camino que llevaba al porche de la mansión, no se podía llamar casa, la mansión tenía tres pisos y era tan grande como dos piscinas olímpicas juntas, además el jardín tenía una piscina climatizada y una pista de tenis. La piedra de las paredes estaba mucho más oscura de lo que recordaba y el césped estaba muy, muy descuidado, como nunca lo había estado cuando mi madre se ocupaba de él, las malas hierbas habían crecido y los rosales habían muerto. El jardín presentaba el mismo aspecto que el resto de la casa, las mismas emociones, soledad, nostalgia, abandono y un aspecto tétrico le daba el toque final. Definitivamente si no fuera porque sabía perfectamente que esa había sido la casa donde había crecido hasta los ocho años no creería que fuera la misma, el aspecto había cambiado tan poco y a la vez tanto que un escalofrío me recorrió la espalda. En ese momento solo una idea me cruzó la mente: entrar.
No me costó nada trepar por la verja, cuando estuve sentada arriba el viento me dio en la cara y se me hizo como si alguien me estuviera vigilando, pero no hice caso. Aterricé con un ruido sordo y en el mismo momento en que mis pies hicieron contacto con el suelo millones de recuerdos me asaltaron la mente, recuerdos, imágenes instantáneas de otro tiempo que nunca volvería, en cuestión de segundo volví a vivir las fiestas monumentales que daban mis padres, pude volver a ver como mi padre me enseñaba a montar en bici mientras mi madre nos sonreía al mismo tiempo que nos grababa en video, vi otra vez como la gente entraba en mi casa, amigos… eso decían ellos, la realidad era bastante distinta.
Caminé poco a poco, casi de puntillas, como si de un momento a otro de la casa salieran mis padres a ver quien había entrado en la casa a tan altas horas de la madrugada, sin embargo yo sabía que no saldría nadie. Al llegar a la elegante puerta de entrada me quedé parada sin saber bien como iba a entrar, claramente no tenía la llave, pero sí que tenía una horquilla. Giré de un lado para otro durante varios minutos, con delicadeza, como me había enseñado Carlos hacia años, al cabo de unos minutos se oyó un “Click” y la puerta se abrió chirriando. La olor a cerrado y oscuridad fue lo primero que advertí. Entonces me acordé de que por mucho que mi casa estuviera vacía aun existían los vecinos, así que rápidamente me metí en el recibidor y cerré la puerta. Mis ojos aun no estaban acostumbrados a tanta oscuridad así que me quedé quieta durante cinco minutos mientras una extraña mezcla de familiaridad y terror se me calaban bien hondo. No me gustaba tener miedo, no estaba acostumbrada a tenerlo, casi nada me daba miedo, suerte para mí. Cuando pude empezar a distinguir formas vi como la casa seguía igual que cuando salí por la puerta para irme a vivir al orfanato. La alfombra persa de mi madre, los muebles grandes y elegantes, los espejos tan grandes como las pizarras de una clase, los cuadros de pintores famosos pero de los que no me acordaba, todo formaba parte de mis recuerdos. Recuerdos que no me gustaba desenterrar. Pude recorrer toda la casa, pero aparte de que no quería recordar momentos que solo me harían daño, solo había una habitación que me interesara, mi habitación. Sin mirar a los lados subí al segundo piso, giré a la derecha, luego a la izquierda, segunda puerta. No me lo pensé dos veces, si lo hacia lo más probable era que me diese media vuelta y no volviese jamás.

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